sábado, 5 de noviembre de 2011

Las guerras del pueblo

De Maquiavelo para acá, la humanidad se acostumbró a una percepción coreográfica de lo que es la política. Política: El arte de conquistar el poder o conservarlo. Quítate tú pa’ ponerme yo; yo ataco, tú te defiendes, y viceversa. La guerra por otros medios, etcétera. No es malo creer en máximas o sentencias de este tipo. Lo ingenuo es pretender simplificar los simbolismos hasta el punto de convertirlos en verdades inalterables. Quizá acostumbrados a la asociación de las ideas de “guerra” y “toma del poder” con su simulacro intelectual más notable (el ajedrez), los analistas internacionales suelen caer en el infantil error de creer que, cuando muere un líder (o es desmovilizado, neutralizado, puesto fuera de circulación o simplemente defenestrado) entonces ya quien lo derrocó ganó la guerra. Jaque mate, el rey no puede moverse y se acabó el juego, sin importar qué puede hacer el resto de las piezas: Yo le mato al jefe y usted está muerto.

Una variante de esa visión es la que le otorga a la territorialidad carácter concluyente. “Tomar el cielo por asalto” es una expresión que resume ese anhelo que en la vida real es la toma de un palacio de Gobierno, cuartel general o búnker: “Vamos todos a Miraflores” y después Carmona Estanga es el presidente, así despache desde el hotel Four Seasons. Ocurrió en Irak, ocurre en Panamá (con una intensidad bajísima que desanima, pero ocurre) y ocurrirá en todos los países donde la actual hegemonía económica y militar se imponga e instale por la fuerza: Usted puede liquidar a un ejército regular, usted puede masacrar a miles o millones de personas, pero para liquidar a un pueblo hace falta mucho más que la liquidación física de un líder. Liquidar a un sistema tampoco es tan fácil como maniobrar en un tablero y llevarse en los cachos al mánager; no porque Chávez esté al frente del Poder Ejecutivo se acabó el capitalismo en Venezuela. Y no porque hayan matado a Khadafi Europa y EE UU gobernarán con tranquilidad la Libia devastada. Lo que sigue no es un aspaviento para repetir el cansino eslogan según el cual “si invaden la patria de Bolívar los volveremos ñoña”. No se trata de eso. Es sólo un intento por poner un ejemplo de lo que ha ocurrido en la historia de Venezuela en ausencia de la figura de autoridad (representativa o no de los anhelos del pueblo). Como cualquier pueblo del mundo, el pueblo venezolano siempre se subleva, se sale de cauce, se suelta a la anarquía y a la destrucción, cuando sus conductores legítimos o impuestos cesan en funciones, mueren o pierden el control del orden convencional de la sociedad: Cuando ya no obtienen reconocimiento ni por el afecto del pueblo ni a través del miedo. Sucedió el 5 de julio de 1811 (sacudón contra blancos criollos y españoles de espanto cuando se declaró la independencia); sucedió el 5 de diciembre de 1814 a la muerte de Boves; sucedió en 1830 a la muerte de Bolívar; sucedió en 1936, en 1958; sucedió el 27 de febrero cuando la figura del presidente y del régimen quedaron disueltas a los ojos de la gente; sucedió el 12 de abril de 2002.
Insisto en que esto no es una advertencia ni un alarde de nada. Es simplemente la observación simple: cuando termina la guerra regular y cae la figura de poder suele comenzar la Guerra del Pueblo. Y esa es la que no termina en el tablero convencional. Esa es la que dura y se prolonga. Y en esto estamos desde que hay explotadores y explotados en la tierra.



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