miércoles, 27 de enero de 2010

Hasta la victoria siempre, comandante de la alborada

Acabo de enterarme, por un correo que me envió Raúl Cazal, y luego por una conversa con él mismo, de la muerte de su padre, Joel Atilio Cazal. A la hora de los resúmenes enumerativos da arrechera tener que encasillarlo así para su presentación: paraguayo, militante tupamaro y de las más altas causas del ser humano, fue editor de la revista Ko-eyú Latinoamericano (Ko-eyú significa "alborada" en guaraní). En el año 75, herido y preso en el hospital militar de La Asunción por el crimen de ladrarle en la cara a la dictadura de Stroessner y a todas las dictaduras del cono, se fugó de esa mierda y pidió asilo en Venezuela. En 1979 fundó la mencionada revista, ejemplo para las publicaciones alternativas en el país, en un tiempo en el cual andar repartiendo revistas y llamándose comunista era un crimen que se castigaba con persecución, allanamiento, cárcel, coñazo y con la muerte, y a veces con todos esos castigos.
Pero para las cuestiones del afecto y la recordación debo agregar que este sujeto fue el primer revolucionario internacionalista que conocí, el primer ser humano al que vi entusiasmado con una computadora (en el año 89: la prehistoria de estos artefactos), el que me mostró la existencia de la obra de un Ricardo Carpani, tan desconocido como inmenso. Sus hijos (Raúl y Arturo) los primeros cuadros en formación con los que compartí algo remotamente parecido a la militancia en el liceo Fermín Toro, por allá por los años 1981-1983. Ellos editaban un periódico y yo otro aparte, digamos que era la competencia. Con el tiempo todos seguimos en lo mismo, en el rol de comunicadores, y las muchachas (Rocío y Mariana) también. Lo mismo Blanca, la esposa y madre, doña que igual organiza el hogar y se monta a ayudar en la edición de las revistas. Así que por mucho que uno ande separado siempre quedan los residuos de aquella vieja y rara hermandad.
Creo que al final no escapé de la manía enumerativa. Y eso que estoy en un tiempo de ruptura con esta ciudad, y eterarme de la muerte de uno de los primeros seres que me deslumbraron aquí viene a ser una señal más de que Caracas ya no me pertenece, no me necesita, no me dice nada que no sea rabia y dolor. Quiero corregirlo con un testimonio emocionado, y no hay emoción más pura que la del hijo que despide al viejo roble caído. El texto de abajo lo envió Raúl Cazal a los amigos, y yo voy a socializarlo.

Se titula como titulé esta entrega:
Hasta la victoria siempre, comandante de la alborada

Les escribo para decirles que papá acaba de fallecer. Hace 8 meses aproximadamente le detectaron que tenía metástasis en el hígado debido a la aparición de un tumor gástrico que resultó maligno. Éste tumor se detectó muy tarde, lamentablemente.

Él no quería que nadie supiera de esta enfermedad porque es un hombre de hierro y aguantó todo el sufrimiento y no flaqueó hasta el minuto final. Tenía mucha esperanza y logró sobrevivir todos estos meses con entereza. Se sometió a la quimioterapia que le ayudó a vivir hasta que su cuerpo no respondió mas y eso fue hace apenas unas horas.

"Vámonos Patria a caminar / yo te acompaño…" era uno de los versos de Otto René Castillo que gustaba pronunciar. Camino a la consulta del médico se lo recordaba y seguramente con esos versos se fue...

Era un grande, un hombre de hierro, no se dejó amilanar por nada ni por nadie. Venció a la muerte en más de una oportunidad y en ese trance, en esos momentos en que ya se iba, le decía que debía fugarse nuevamente, como lo hizo de la dictadura de Stroessner y de sus torturadores en Uruguay. Le repetía que mamá ya estaba en camino con Arturo. Le imploraba que no era de morir y que ya venía Mariana y Rocío. Pero sólo pudo esperar a mamá que llegó con Arturo. Abrió los ojos nuevamente, respiró y se fue con toda la entereza. Sin quejarse, pero siempre con los ojos bien abiertos.

Queda en la memoria de todos los que lo queremos y admiramos.

Hasta la victoria siempre, Comandante de la alborada


Raúl