sábado, 28 de abril de 2012

Dioselis y la Historia del Pueblo Oprimido (II)

La Historia del Pueblo Oprimido hay que contarla, registrarla y difundirla, y esta tarea sólo puede corresponderle al pueblo oprimido. Sólo unos pocos cronistas del pueblo profundo, nacidos en él y fieles a él, han dejado su huella en la bibliografía y hemerografía catalogada como "Historia de Venezuela". Pero lo que se ha calificado como "gran historia" es una construcción clasista, autoría de sujetos-élite, ungidos por la academia y las convenciones.
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Las clases medias y altas nos han narrado y etiquetado. Esa es una de las razones por las que todavía muchos confunden la "historia patria" con la historia del pueblo; que los pobres en vías de emancipación debemos seguir adorando a los constructores de la patria burguesa, sus valores, epopeyas e instituciones. Tan sencillo como averiguar qué significan nociones como "patria", "país", "nación" y "pueblo". NO: la historia de esta nación burguesa no va a la par de nuestra historia como pueblo, no es la misma, por mucho que al Negro Primero lo recuerde de vez en cuando la historia burguesa en el episodio aquel de la Batalla de Carabobo, cuando le pide permiso a su jefe para morirse. Del Negro Primero se dice que un héroe del Ejército Libertador y que su inmolación en el campo de Carabobo es emblema de la incorporación de los negros a la fundación del Estado nacional, pero ni de vaina se recuerda que su origen guerrero fue al lado de José Tomás Boves, de quien fue lugarteniente.
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La gran Historia nos ha sido inculcada (impuesta) por muchas décadas en papel impreso. Libro: monolito de la historia oficial. La santidad de lo escrito ha venido dada por la valoración de las clases privilegiadas, esas que entre sus privilegios cuentan el de poder dedicarle horas, serenidad y energía a la lectura ("oficio" burgués que se le ha querido imponer a los pobres con la estafa de ley: "Quien lee es mejor persona, es más inteligente, más formada y educada"). No es gratis que para cualquiera de nosotros la visión de un tomo de 800 páginas sea una tortura y nos convoque al bostezo, mientras que para alguien que se autodenomina "estudioso" o "intelectual" es un manjar que tendrá tiempo para devorar, y más: a veces hasta le pagan para que lo haga.
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Con el acervo audiovisual, o los materiales registrados en ese soporte, ocurre algo distinto. La masificación de las herramientas para captar, editar y difundir imágenes y sonidos ha permitido que el ser humano pobre inunde los espacios disponibles con sus historias cotidianas. Tal vez esto no sea suficiente para incidir en la esperada reconstrucción de la Historia del Pueblo Oprimido, pero es un hecho que la crónica actual, el día a día de lo que acontece en nuestros campos y ciudades está disponible en formato video. Tarea pendiente: otorgarles a estos nuevos formatos, proporcionados por la tecnología, el carácter de documento importante para la reconstrucción de nuestro hacedr en/de la historia.
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En síntesis: es preciso desacralizar la palabra escrita e impresa, a la que la sociedad burguesa ha adjudicado la condición de fuente de conocimiento por antonomasia. Durante el 11 de abril y días siguientes, y luego en otros episodios de nuestra historia reciente, quedó demostrado que hay otros discursos, formatos, soportes y formas expresivas que están contribuyendo con la tarea urgente y necesaria de hacer que el pueblo cuente y registre su historia. Hay al menos dos documentales construidos a partir de tomas hechas de manera informal y empírica por ciudadanos que no estudiaron cine ni televisión, pero que tenían un teléfono o cámara digital en momentos cruciales como la batalla de Puente Llaguno. Esos documentales son "Llaguno, claves de una masacre" y las tres entregas de "Crónica de un golpe de Estado".
Esos materiales revelaron la existencia de una multitud de comunicadores que les arrebató a los periodistas profesionales la misión de informar, de mostrar lo que estaba ocurriendo en Caracas y en otras ciudades y poblados durante el golpe de Estado. Allí se hizo patente el enorme poder del ojo múltiple que está ahora mismo en las calles, echando mano de las tecnologías de la comunicación y sus herramientas para hacer algo que ese personaje en decadencia que es el periodista profesional no quería, no sabía y no podía hacer: ahí estaba la gente registrando la verdad de los hechos directamente desde el lugar de la noticia, sin intermediaciones. Ninguna corporación de la información ni la estructura comunicacional del Estado pudieron hacer lo que el pueblo hizo ese día: captar en imágenes detalles que de otra manera hubieran sido ocultados o manipulados por el periodismo profesional, que como te decía antes está mediatizado por los intereses de clase de sus perpetradores.
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Ahora, soporte; lo que se llama soporte, es la lengua, el formato oral puro y simple: el cuento, la conversa y la parranda son los medios de comunicación e información por antonomasia de nuestros pueblos. Una escuela revolucionaria debería privilegiar el intercambio de cuentos y pareceres, como se hace naturalmente, por encima del consumo de productos (categoría capitalista incluso desde su denominación) como el pretencioso libro, el engreído video, la fría y distante película, el insultante foro o conferencia. Una escuela revolucionaria tendría que ser itinerante: los muchachos viajando para conocer un pueblo y un país; los chamos de la ciudad enterándose del saber y el padecer campesino y los chamos campesinos intercambiando con sus iguales de la ciudad. Esa figura maldita del profesor sabelotodo que tiene el poder de imponer doctrina y conocimiento, y además para rasparle la materia al joven que no repite dócilmente lo que él (instrumento de la hegemonía) le exige repetir, debe desaparecer, darle paso a otro tipo de relación entre seres humanos, no entre un humano superior y una cuerda de imbéciles obligados a obedecerle. Que un sujeto (y su jeta) se plante frente a un auditorio silencioso a zamparle su conocimiento pretendidamente superior es un salivazo a la cara de los asistentes, y de todo aquel que no califica como ponente.
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Ahora, si la historia la escriben o la cuentan los vencedores. ¿quién escribió la historia de abril de 2002?
Esa es una máxima que funciona, se aplica y es pertinente con las guerras que ya finalizaron, y cuyo desenlace es el exterminio o el aplastamiento total de uno de los bandos. En nuestro caso, abril de 2002 no fue una guerra sino un episodio dentro de una guerra larga, que continuará cuando hayamos muerto los bandos en pugna: los explotadores del capitalismo y nosotros, sus esclavos explotados y excluidos. Ninguno de esos bandos ha sido liquidado y ambos manejan cuotas de poder y tienen capacidad para contar, para narrar su versión de la historia, de modo que, al no haber vencedores (todavía) tenemos en la calle dos discursos, dos versiones, dos historias. Venezuela es un país dividido en dos que produce dos historias paralelas y antagónicas.
La buena noticia es que al final de esta guerra, que es la ancestral y dolorosa lucha de clases, saldremos ganando nosotros. No "nosotros", los de este bando que estamos vivos hoy, sino los que aún no han nacido y que continuarán nuestras luchas. Entonces, sólo entonces, la humanidad se quedará con la historia escrita (contada) por los pueblos y no por los mercaderes, empresarios y "profesionales" de la información.