viernes, 27 de mayo de 2016

Formación para todo combate, o muerte


Hace unos días decidí romper una especie de promesa personal, consistente en no volver a aceptar invitaciones donde se me anuncia como ponente, conferencista y mucho menos como "experto" en algún asunto. A alguna gente se le da muy bien este rol, le queda bien y (porque) lo disfruta. A mí, francamente, me incomoda, me hace sentir poco sincero conmigo y con los demás.

Anotación para los hipersensibles: no he dicho que para ser alguien honesto, sincero y revolucionario en la vida sea un requisito negarse a ser conferencista o a dar conferencias. Tan solo hablo de mi decisión y mi sentir personal; hay buenos conferencistas, conferencistas buenagente, conferencistas importantes y lúcidos, conferencistas revolucionarios. Yo vengo a hablar de mi caso y mi circunstancia: después de tanto echarle mierda a ese ser despreciable que es el "experto", ese estúpido casi arquetípico a quien presentan como sabio o conocedor de todo cuanto hay que conocer, y casi siempre se lo cree, no voy a venir yo a querer ser esa mierda, y mucho menos a aparentar que lo soy.

Por cierto que no siempre fue así. Hace diez años, y tal vez un poco menos, yo aceptaba asistir a cuanta conversa, encuentro o programa de radio y televisión sobre Comunicación y Medios me invitaran. Hasta que me percaté de algo maravilloso: entre las personas a quienes tenía de "público" siempre saltaban unas cuantas que sabían más que yo de ese tema, que mucha gente supone que es el que mejor domino, y de paso lo exponía más sabrosa y didácticamente. Así que poco a poco empecé a sacarles el cuerpo a esas cosas que llaman charlas, conferencias, ponencias, simposios, cátedras, clases magistrales o de las otras, al principio haciéndome el pendejo, luego aprendiendo a mentir diciendo "No puedo, tengo a mi perra enferma", y después diciendo francamente por todo el cañón que no quiero. Simpático nunca he sido, así que no me ha incomodado para nada que cada vez me inviten menos para ese tipo de eventos.

Creo que si un grupo de gente va a invertir su tiempo en una actividad o encuentro con alguien que sabe o dice saber mucho debería salir de allí con algo concreto en las manos. Cuando el invitado especial es un coñastre que se ha pasado la vida devorando libros y no ha hecho un coño con las manos, pues al final del encuentro la gente se irá para su casa con las manos vacías, y con la mente y el estómago vacíos también (no suelen dar comidas en esos actos).

De modo que, de un tiempo para acá, las invitaciones que suelo aceptar son sobre temas y ramas del saber que refieran a experiencias físicas y productivas (agricultura, construcción, gastronomía), útiles o tan siquiera divertidas; a sesiones en las que aportaré unos gramos de las cosas que sé y seguramente algún objeto material que ofrecer, y a cambió saldré enterado de al menos una cosa que no sabía. Intercambios de saberes e ignorares, pero con la condición de entregar algo físico o al menos útil para una aplicación práctica y real de ese presunto saber: eso me gusta.

Decía entonces que en estos días traicioné esa decisión de no volver a dictar charlas de nada, y fue porque los convocantes de esta vez fueron vecinos y compañeros comuneros, y porque la temperatura del momento actual hace casi imposible sostener conversaciones que no terminen en análisis crudos y contundentes sobre lo que ha pasado, sobre lo que está pasando y sobre lo que vamos a tener que hacer en Venezuela. Acepté entonces ir a participar como facilitador (qué más da) en un taller de formación dirigido a los Círculos de Lucha Popular (CLP) y las Unidades de Batalla Bolívar y Chávez (UBCh)de la Comuna en la que vivo, pero me llevé en la mente un cochino plan: yo no iba a ser facilitador de nada sino complicador o problematizador.

Les propuse una introducción provocadora: la lectura en voz alta de un artículo que al chavismo de chapa y carnet suele arrecharle mucho (Este: http://tracciondesangre.blogspot.com/2012/10/y-entonces-que-cono-es-una-revolucion.html), comentada y enfatizada para jurungarles la llaga, y luego otra dinámica un poco rara: yo les hacía preguntas o reflexiones sobre lo que está pasando en el país y sobre lo que deberíamos ir preparando de cara a las peleas del futuro cercano. Una especie de entrevista colectiva, pero no de varias personas entrevistando a un sujeto, sino de un sujeto entrevistando a un montón de gente humilde, campesinos e hijos de campesinos, algunos más politizados y discurseadores que otros, y al final resultó lo que tenía que resultar: una discusión dura y a ratos amarga sobre lo que viene. Y dos documentos: uno que haremos público en el periódico comunero “Piedemonte”, y otro más o menos confidencial, una especie de informe de los comuneros de nuestro territorio a las autoridades del PSUV (los talleristas son todos militantes del PSUV, cosa que yo no soy), sobre el funcionamiento de las estructuras de base y el poder popular, y algunos datos locales sobre los movimientos de la derecha; datos importantes pero locales.

Más abajo hablaremos de situaciones actuales y concretas; antes, haremos un resumen de lo que aportó el pueblo del piedemonte en esa sesión de autodiagnóstico. Tomar en cuenta, por favor, que esta es una Comuna en la que el chavismo ganó con 57 por ciento de los votos el pasado 6 de diciembre, cuando en el resto del país sufríamos una aplastante derrota.

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Lo que contienen los dos documentos generados en el mencionado encuentro es, simplificando un poco las cosas, el análisis y la visión que tiene el chavismo sobre sí mismo y sobre los procesos (violentos y de los otros) que se avecinan. Las líneas maestras del discurso aportadas por estos camaradas en pleno proceso de formación fueron más o menos las siguientes:
-Si la burguesía impone leyes contra el pueblo, habrá que rebelarse contra ellas. Arriesgarnos a convertirnos en ilegales y clandestinos si nos imponen leyes contrarrevolucionarias.
-La crisis ha dejado en evidencia quiénes somos revolucionarios y quiénes se han rendido o están a punto de rendirse; entre los revolucionarios auténticos hay gente que PARECIERA NO TENER FORMACIÓN (anoten esta expresión) mientras que otros que daban buenos discursos son incapaces de movilizarse si no le garantizan logística.
-La crisis nos ha obligado a: crear, producir, valorar lo que tenemos, activar la conciencia. Aunque nos ha arropado el facilismo porque “Papá Gobierno” nos ha garantizado todo y siempre es más fácil comprar que sembrar, aquí queda la memoria de las antiguas huertas, que ahora llaman huertos, y la gente está volviendo a entender que aquí se da de todo.
-Si la derecha está cogiendo oxígeno, ¿dónde está el pueblo que ha recibido beneficios de la Revolución? En vez de apoyar a los camaradas que trabajan gratis para traer mejoras a las comunidades los reciben con piedras.
-Habrá conflictos nacionales y seguiremos leales al PSUV al Gobierno, pero cuando lleguen los peores momentos las decisiones tendrán que tomarse en las comunidades sin consultar líneas ni instrucciones de las autoridades de Caracas. Somos Poder Popular, y el pueblo sustituiría al partido, que somos nosotros mismos.
-Seguiremos siendo revolucionarios, incluso si llega el momento de que el chavismo deba entregar el gobierno nacional.
-Cuando uno está a punto de entregarse y no seguir peleando uno lo que tiene que recordar es su origen: somos gente humilde y campesina como nuestros viejos, y nuestros viejos no se murieron de hambre. También tuvieron esa montaña donde irse a resistir cuando el ejército vino a reprimirlos. Ese es el ejemplo que deberemos seguir.
-Es preciso volver a la vieja forma de producir y cocinar alimentos, porque de esa manera el fascismo no nos podrá acorralar. Volver a la arepa de maíz para no depender de la harina industrial, que no es maíz ni sabe a maíz. El capitalismo nos arrebató esa cultura y por eso nos tienen sometidos.
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Esa Comuna cuyo chavismo organizado diserta y debate de esa forma sobre su situación entró en situación de alerta o de conciencia activa hace tres meses, cuando el precio de las caraotas rebasó por primera vez la barrera de los mil bolívares. Resultado: en un mes habrá sobreproducción de caraotas porque mucha gente se puso a sembrar (incluso alguna que nunca lo había hecho o no tenía previsto hacerlo), y ahora el único problema será movilizare el producto para venderlo fuera de la parroquia y el municipio. Precisamente al chavismo de esta Comuna le dije al final de la conversa-reunión: lo que ustedes dicen y hacen me hace imposible decir o tan siquiera pensar que yo vine a formarlos, porque de este territorio estoy obteniendo más conocimientos y claves para la vida que los que estoy en condiciones de aportar.

En este momento, entregado como estoy al aprendizaje del oficio más noble que puede aprender un ser humano, que es la agricultura, me siento seguro de tener de vecinos a los mejores maestros; a una gente que a simple vista PARECIERA NO TENER FORMACIÓN, pero que a la hora de la verdad son capaces de analizar y diseñar planes de acción en un papel o en una discusión, y además en la vida práctica y cotidiana.

¿Parecieran no tener formación? Si seguimos permitiendo que la convención burguesa nos estafe con el mito de que formarse es solamente leer, pues sí, consideraremos gente sin formación o poco formada a aquellos camaradas que no son capaces de dar grandes discursos en público ni de recitar pasajes de libros clásicos, manuales o mamotretos ladillas. En mi caso particular, hace rato dejé de mirar o escuchar con veneración a los fósiles del conocimiento, esos “expertos” que hablan en nombre de los obreros sin haber pegado nunca un bloque, o en nombre de los campesinos o sin haber pasado una jornada de trabajo en el campo. Me quedo con mi gente: la que hace agricultura limpia sin andar citando a Fukuoka ni llamando pachamama a la tierra; la que no se dice experta en movimientos guerrilleros ni anda diciendo que es capaz de agarrar un fusil para defender a la patria, pero conserva intacta la memoria de sus ancestros cercanos, que sí tomaron ese fusil y defendieron la vida.

La formación para el revolucionario de estos tiempos que se avecinan tiene que ser integral: productiva, militar; formación en recuperación de la historia de los países y de la gente, formación culinaria y emocional, formación para la cura y la sanación del cuerpo e incluso de los territorios espirituales. La figura romántica del hombre del fusil fue destruida en los años 60 venezolanos porque esos combatientes se alimentaban mayormente de productos enlatados que les llevaban de las ciudades. Echar tiros te otorga un aura de sujeto valiente y glorioso, cómo no. Pero a la hora del hambre no vayas a esperar que te traigan la sopa.

Leer mucho y saber echar discursos es importante y hace que la idea de la rebelión se difunda. Hasta que llega el momento incómodo en que el dicurseador debe procurarse alimento, vivienda y seguridad. Y entonces tendrán sus esclavos y sirvientes que procurarle todo lo que no es capaz de hacer.

O nos formamos para el combate, en las muchas formas y escenarios del combate, o nos condenamos a ser expertos en dar explicaciones sobre las razones de la derrota.

Se marchó un baluarte del miche callejonero


Foto familiar de Segundo Rangel
mucha gente todavía le cuesta entender o aceptar que la destilación de alcoholes por métodos artesanales forma parte de la cultura gastronómica de todos los pueblos de la tierra. Que se trata de un oficio tan antiguo como las sociedades humanas: ya en la Biblia se habla con toda naturalidad del consumo de vino y otros licores. Dicho esto, se puede decir sin exagerar que la muerte de Segundo Rangel el pasado viernes santo, a los 72 años, representa una pérdida para la cultura de esta región. El hombre del miche callejonero de La Bellaca, famoso y solicitado en varios lugares del país, falleció a causa de complicaciones surgidas después de una caída y una contusión de cráneo.
Le sobreviven su esposa Matilde García, cinco hijos y siete nietos. Cuando le preguntamos a Matilde si con Segundo se marcharon para siempre los secretos de la destilación del clarito y el “amorcito” (una mezcla o maceración del callejonero con varias ramas y raíces), ella responde con energía: “Pero si fue mi mamá la que nos enseñó a hacer miche, ¿cómo voy a dejar de hacerlo ahora?”.

Las persecuciones de antes
y los homenajes de ahora

Segundo nació y se crió en el sector La Aguada, en las afueras de Calderas. Hace 33 años decidió llevarse a vivir con él a Matilde, quien tenía 14, y comenzaron a levantar su familia en la casa que ocupó toda la vida y que todavía ocupan los suyos, junto al puente de La Bellaca. Allí se dedicaron a la agricultura y a la producción artesanal de las variedades del aguardiente emblemático de Los Andes.
Matilde recuerda la época dura en que esta práctica era perseguida y fichada como si fuera una actividad criminal. “La gente que se dedicaba a esto iba presa y tenía que pagar multas. Más de una vez nos tocó salir corriendo y pasar la noche en el monte, porque la Guardia Nacional nos llegaba y desmontaba el alambique”.
Matilde García, quien continuará destilando
y vendiendo el miche.
Aquí, acompañada de hija y nieta

Esta criminalización de los aguardientes hechos por el pueblo la impuso en nuestro país la industria licorera, dominada por familias millonarias que le exigieron al Estado hacer obligatorio un registro sanitario y una cantidad de permisos y controles imposibles de cumplir por productores y destiladores pobres. Tuvo que llegar la Revolución a considerar Patrimonio toda la producción artesanal para que cesaran las persecuciones y carcelazos contra los cultores.
Segundo Rangel consideraba el lugar de destilación un sitio secreto que no podía ser visto ni visitado por cualquier visitante, sólo su familia tenía acceso a ese santuario. Cada vez que uno le preguntaba por la receta del “amorcito” Segundo agregaba o quitaba ingredientes: Palo de Arco, cabeza de caribe molida, mistela, etcétera. Matilde, más abierta o menos misteriosa, nos invitó a pasar sin mayor problema y allí pudimos ver el fogón, las pailas, el sistema de condensación donde se enfría el vapor en el serpentín. Ella continuará destilando entonces el fragante y muy solicitado miche callejonero. De eso seguirá viviendo su familia.
Al despedirnos Matilde comenta: “Lo que son las cosas: cuando se murió Segundo por aquí vinieron unos Guardias. Pero no a meternos presos sino a darnos el pésame, y a decirnos: Sigan destilando, ese miche es el mejor”.


Historia y expectativa del viejo trapiche de La Soledad

Emma y su nieto Luis Alejandro
Se sube desde La Soledad por la cuesta que da hacia el sur; alejándose unos 100 metros de la carretera nacional se llega a la antigua casa donde levantaron su familia y su patrimonio Domingo Alarcón y Casimira Rondón, una robusta construcción de tapia y bahareque que todavía, a pesar del semiabandono, luce fuerte y señorial.
Detrás del caserón hay un conuco donde Emma Sánchez Alarcón y su nuera Rosa María Briceño mantienen viva la producción de yuca, ají y otras verduras y hortalizas, y por allá al fondo, en un rancho que pareciera una construcción de segunda, está el patriarca, el objeto central de toda una historia familiar y local: el viejo trapiche, que por muchas décadas llenó de panela, guarapo y melcocha toda esta zona del piedemonte.
Esta unidad de producción se encuentra inactiva desde hace más de una década, pero ya se están haciendo las gestiones para ponerla a funcionar nuevamente.

Una historia familiar

Emma Sánchez Alarcón relata dato por dato y nombre por nombre el árbol genealógico del viejo trapiche de bueyes, que es el mismo árbol de su familia: su abuelo Espíritu Alarcón le encomendó el terreno a su hijo Domingo para que fuera a talar y a levantar su propiedad cuando éste decidió irse a vivir con Casimira. Así que en los años 30 del siglo 20 Domingo levantó el potrero, la casa y el trapiche, y desarrolló la siembra original de caña de azúcar. Este sembradío, que hace 15 años ocupaba 2 hectáreas, fue arrasado por un incendio y este accidente paralizó las actividades del trapiche.
Emma recuerda el trabajo rudo para poner a girar el mecanismo de moler con pura tracción a sangre (la fuerza de las bestias), la faena pesada que significaba esa tarea tan aparentemente simple de moler caña para sacar los productos. “La máquina se le compró en Altamira a Cristóbal Rivas, quien se la trajo de Valera a Anselmo, hermano de Domingo. Cuando se molía había trabajo para un parrillero, un fondero, un prensador y un arriero; éste era el que ponía a girar a los bueyes. Una vez se desnucó uno de esos animales; ese era un trabajo fuerte”.
Por tratarse de una industria familiar lo ideal sería que hubiera en la familia continuadores, y sí los hay: por allí anda Luis Alejandro, nieto de Emma e hijo de Orángel Peña y Rosa Briceño, que a sus 12 años observa con interés y curiosidad los viejos objetos y presta atención a su historia.

Aunque están inactivos allí todavía pueden verse todos los implementos usados para procesar las panelas de papelón y otros productos: los calderos, la parrilla, la canoa de batir, las paletas y moldes. Emma y su familia están haciendo gestiones ante la Comuna y el Consejo Federal de Gobiernopara volver a poner a funcionar este trapiche, objeto patrimonial de La Soledad.

La canoa de batir, y sobre ella los restos de un caldero

El sistema de calderos, donde se calienta en diversas fases el jugo de la caña

Fogón de piedra remozado después con ladrillos

plano general de la cocina

Luis Alejandro manipulando los moldes de donde salieron miles de panelas de papelón