jueves, 10 de octubre de 2013

Catabres y resistencia cultural

Walterio Lanz en una carretera de Apure
En aquel proyecto de país que el capitalismo industrial nos hizo abortar existía una figura romántica, importantísima, que empezó a ser mal vista cuando estalló la bomba de lo que llamaron “modernidad”: el paso de la sociedad rural a la despiadada urbanización: el intento de convertirnos en urbanos y cosmopolitas: Santos Luzardo asesinando una y otra vez a Doña Bárbara cuando ya antes había liquidado a los indígenas. Esa figura era el catabre o cataure.
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“Catabre”, hablando estrictamente de su significado original, es la totuma, vasija o recipiente donde los campesinos guardan las semillas que sembrarán cuando llegue el momento, pero esa palabra se trasladó por extensión a unos señores que iban por los pueblos repartiendo semillas. Algunas las vendían, otras las intercambiaban por las que no tenían o les pedían en otros pueblos, algunas más las regalaban.
Esos señores cumplían la labor de los pájaros y algunos insectos: propagaban por donde pasaban el germen de lo que después serán especies alimenticias.
Dicen quienes los vieron por esos caminos que se trataba de señores con aspecto de mendigos, barbudos y de vestir descuidado, pero llevaban su tesoro en los bolsillos o en pequeños sacos o mapires; sus catabres para nómadas. La sociedad industrial banalizó esa función y la convirtió en objeto de burla o vergüenza, que es lo mismo que decir que los criminalizó y los condenó a muerte.
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Cuando los burgueses y aristócratas decidieron que para ser “gente decente” había que enrollarse una maldita corbata en el pescuezo la palabra “catabre” empezó a convertirse en insulto. En la Carora de mi juventud oí decir de mucha gente que andaba con la ropa sucia o rota que “parecía un cataure”. Aunque la mayoría no sabía qué significaba eso exactamente, a los muchachos nos daba risa, tal vez porque el nombrecito era feo y así como campuruso (quizá el mismo proceso sociológico y mental que lleva a muchos a tenerle verguita a la palabra y la idea de conuco). Cataure: viejo loco que en vez de ir a comprar caraotas al supermercado trata de enseñarle a la gente que puede sembrar matas en el patio de su casa, que hay cientos de variedades de granos y que son gratis.
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El proceso de destrucción moral de los catabres es el mismo que, con los años y mientras avanza el empeño en alejarnos de la naturaleza/urbanizarnos, ha hecho que odiemos o nos avergüencen nuestra forma de hablar, nuestros olores corporales, nuestro impulso a jugar (¿trabajar?) con tierra, los muchos colores de nuestra piel, nuestras comidas originarias, nuestra música, nuestras costumbres, nuestras formas de procurarnos los alimentos y la vivienda. ¿Para qué sembrar una mata de aguacate si en Central Madeirense venden los aguacates que antes sembraron unos campesinos feos, desconocidos y jediondos? ¿Para qué hacer una casa si para eso quedaron los ignorantes de mierda, esos esclavos albañiles que no estudiaron como estudié YO y por lo tanto merecen el trabajo esclavo que lo humilla (y YO el trabajo intelectual que me enaltece)? ¿Para qué enseñarles a mis hijos a sembrar y construir su casa, si los hijos de los actuales esclavos seguirán el ejemplo de sus padres para que los míos sean profesionales e intelectuales sifrinos, de esos que citan a Marx campaneando un güisqui? ¿Para qué enseñarles a los muchachos urbanos a ordeñar una cabra o una vaca y con ello enseñarles el origen profundamente amoroso y humano de componer tonadas, si para eso están los muchos Simón Díaz que les roban la expresión artística a los miles de artistas genuinos pero anónimos? ¿Para qué andar por la vida oliendo a ser humano si hay tanto desodorante, perfume y colonia en el mercado?
Es la misma razón por la que cierto compañero soñador, audaz y revolucionario recibió tantas burlas, ataques, acusaciones de insania mental y pensamiento retrógrado cuando le propuso al país masificar en las viviendas urbanas los gallineros verticales y los conucos en cada balcón y azotea de casa o edificio. Sospechaba ese llanero humilde que si todas las comunidades producían casa por casa sus alimentos ya más nunca habría escasez de nada; que si en cada barrio hubiera suficientes productores de maíz Lorenzo Mendoza tendría que meterse sus quintales de harina inorgánica por el hueco del culo. Pero no, no seas güevón, Chávez: los señores intelectuales tienen que pensar, los administradores tienen que echar números, los abogados tienen que hacer leyes, los méedicos tienen que estafar a los pacientes/clientes y para ello tienen que andar pulcramente vestidos y olorosos a fragancias caras, no con las uñas sucias de tierra ni hediondos a gallina. Hazme tú el favor. Así que hazme la revolución y garantízame la soberanía alimentaria: que los campesinos sigan sembrando y criando animales que serán asesinados en mataderos, porque lo mío es el barrio, la urbanización y el centro comercial. Siasmaricotú.
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Por ahí cargo un  montón de semillas nativas (al final, algunas fotos con sus leyendas informativas). La mayoría, leguminosas (familias de las caraotas). Ando organizando un par de viveros (Barinas y Yaracuy) para reproducirlas y propagarlas; mientras tanto, se las regalo a quien tenga dónde y cómo sembrarlas y cuidarlas mientras paren. Suena fácil y lo es, pero es una tremenda responsabilidad.
De una larga lista de campesinas y campesinos que recuerdan y añoran el viejo arte de comer y dar de comer sin pagar ni cobrar he aprendido lo poco que sé sobre un asunto crucial: la resistencia cultural basada en el reconocimiento y la propagación de nuestras semillas autóctonas.
Hace unas horas realicé una jugada peligrosa. Convencí a las maestras del Simoncito ubicado en Altamira de Cáceres (Barinas) para que me permitan entregarles un puñado de semillas y poner a los niños a germinarlas, y luego a sembrarlas en un  pedazo de terreno que tienen allí mismo. Es peligrosa la jugada porque de esas semillas, casi extintas o en vías de extinción, no sé cuántas pudieran prosperar o perderse. Dependerá de cuánto convenza a esa gente de lo importante y trascendental de cuidar esas matas hasta que den alimentos y nuevas semillas. Confío en la buena vibra de los niños y en la sensibilidad de las maestras. Habrá que poner énfasis en el punto central: tan importante es la semilla como estimular en los chamos el impulso de conocerlas y sembrarlas cuando crezcan. La semilla física acompañada de la semilla ideológica: esos chamos tendrán que comprender un día que sembrar esas bichas extrañas es peligroso, audaz, contracultural, emocionante, útil, importante: revolucionario. Que en México ya no puedes tener unas semillas en tu casa porque vas preso, y que si nos apendejeamos nos zampan una legislación similar en Venezuela.
Soy un aprendiz de catabre. Sí, me siento orgulloso de serlo.
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La variedad de estas especies comestibles es incalculable; en Venezuela hay centenares de ellas, casi perdidas, perdiéndose en la orilla de las carreteras y los terrenos baldíos, donde crecen y se reproducen como lo que son: como monte. Y como monte son despreciadas o desconocidas: como nos enseñaron que lo que tiene valor es lo que viene empacado y se cobra por kilos, entonces les pasamos por un lado a las muchas caraotas callejeras que se nos ofrecen gratis, camino al supermercado que vende otras menos sabrosas.
Esas bichas callejeras tienen un nombre más o menos genérico: se llaman tapiramas o tapiramos.
Las tapiramas nos alimentaron por cientos o miles de años, hasta que el mercado nos ordenó que comiéramos y consideráramos comestibles sólo a las caraotas negras, blancas y rojas, y no más de seis especies de otros granos comerciales (lentejas, arvejas, frijoles, quinchonchos). La razón: los granos que usted compra en el mercado pueden sembrarse y prosperar a punta de fertilizantes y otros tóxicos, y hacen ricos a unos tipos y unas corporaciones. Su proceso de cosecha es mecanizable porque la mata suele ser pequeña y de tallo alto, y por lo tanto pueden recogerse muchos miles de toneladas en poco tiempo. Las semillas nativas, en cambio:

  1. Son gratis: usted puede sembrarlas en cualquier patio o pedazo de tierra. Propagar esas especies no enriquece ni empobrece a nadie, así que ¿para qué sembrar unas vainas que no tienen valor comercial (precio)? ¿Para comer? ¡JA! ¿Y quién necesita comer algo que nunca escaseará y por lo tanto nunca será negocio?
  2. Su cosecha no es mecanizable, ya que crecen como enredaderas y la recolección tiene que ser necesariamente a mano.
  3. Son limpias: nadie necesita fumigar con agrotóxicos (pesticidas o abonos químicos) unas matas domésticas sembradas sin criterio industrial. TODO lo que usted consigue en cualquier bodega, abasto, supermercado o mercado (popular o de los otros) viene con veneno.

Existe una Red de Truekeros, un Frente Antitransgénico y unas cuantas docenas de catabres que llevan por ahí semillas nativas para regalar o intercambiar. También hay cientos de campesinos que guardan sus mejores semillas para sembrar en la temporada siguiente. ¿Un eslogan para concluir? No compres vegetales comestibles: siémbralos. O uno más inmediato: todos a propagar nuestras semillas nativas u originarias (antes que nos lo prohíban, y después también). Son sabrosas, alimenticias y son gratis.
Post data: o recuperamos, propagamos y masificamos nuestras semillas originarias o Monsanto u otra potencia nos seguirá imponiendo mierdas tóxicas como alimento.


Maíz criollo amarillo, cosechado en El Cogollo (Tinaquillo, Cojedes), en el conuco de Santos y Aníbal (según indicación de Walterio Lanz). Me las han traído a Barinas y prometo sacarles cría. Les enviaré de vueltas hijas y nietas.

1) Emperatriz escarlata, un grano gigante (La Azulita, Mérida); 2) Todi negro o mucuna (La Chigüira, Socopó, Barinas); 3) Paspasa rayada negra (Sanare, Lara); 4) Tartaguita morada (Cumanacoa, Sucre, y replicada en Aroa, Yaracuy).
Dos variedades de paspasa: la "vaquita" (no será difícil adivinar cuales son y por qué se llaman así) y la morada. Se las robé a Gaudy García allá en Monte Carmelo, Sanare, estado Lara.

1) Tapirama negra (San Diego, Carabobo); 2) tapiramos o frijoles jabaos (Sanare, Lara); 3) un grano blanco y negro, espectacular, del que desconozco el nombre o procedencia. Me la traje de Monte Carmelo (Lara); 3) Otro frijol cuyo nombre desconozco; parece un huevito de pavo pero pequeño (0,5 a 1 cmt).
1) Tuca verde (Gaudy García dice que se la trajeron de África); 2) Tapirama blanca (San Diego, Carabobo); 3) Tapirama chancleta (es obvio por qué le dicen así), de Sanare; 4) el célebre y generoso Maíz Cariaco blanco (Cumanacoa, Sucre), que alimentó a parturientas y niños recién nacidos en cantidad, hasta que el mercado nos enyucó con las fórmulas lácteas, la "leche" en polvo y otras mierdas; 5) Tapirusa (otros lo llaman "cabello de ángel" o frijolito bembón blanco), de San Diego (carabobo); 6) frijol o tapiramo bayo (Charallave, Miranda).
Esa mata de tres tallos en ese vasito es una de las bombas de proteínas más poderosas del planeta. Dentro de unos meses será un arbusto, y en un par de años un señor árbol de unos 12 metros de altura. Se llama chachafruto y en siglos pasados poblaba la cordillera andina, desde Venezuela hasta Argentina. Dicen que cuando los genocidas españoles quisieron reducir a los incas se aplicaron al exterminio sistemático de esta planta, pues esa era la principal fuente de alimentos de esa cultura. Hoy mucha gente de montaña la anda recuperando (la planta, una leguminosa gigante, da frutos sólo cuando se le siembra a zonas ubicadas a mil metros o más de altitud).
Esta planta llegó a Barinas así: Malú se trajo de Mérida varias vainas de chachafruto, se comió como tres docenas y guardó una semilla. Esta muchacha, que no es agricultora pero tiene en las manos una magia extraña, agarró ese vasito donde acababa de tomarse un café, le abrió unos huecos por debajo, lo llenó de una tierra mala que encontró por ahí en la calle y metió la pepa. Al día siguiente había que salir de viaje y el vaso se quedó en una mesa cualquiera, sin sol y sin nadie que la regara.
Dos semanas después la magia había funcionado: el chachafruto tiene más de 15 centímetros y va pa arriba. Ahora sí está llevando sol y agua, pero hay que resembrarla en una zona alta; Barinas es llano, aquí no prosperará. Creo que su destino será Altamira de Cáceres.