sábado, 21 de enero de 2012

El mago que les sacaba secretos a las palabras

Ha muerto Gustavo Díaz Solís, a los 91 años de edad. De la pluma de ese caballero obtuve una clave: existe la magia de escribir desde rincones inesperados del idioma castellano.
Esto me ha ocurrido no más de tres o cuatro veces en mi vida. Puedo contarlas: una, cuando, en algún momento de los 80, supe que García Márquez había tenido un "descubrimiento" parecido, al leer a Franz Kafka. Parece que al colombiano le rebullían ideas raras en la cabeza pero no sabía cómo narrarlas, o más bien no sabía si narrarlas porque no tenía clara la diferencia entre echar cualquier embuste y escribir un cuento o una novela. Entonces cayó en sus manos la novelita del atormentado alemán (perdón: checo. Gracias, Eduardo Febres), aquella que empieza así de fácil y así de cautivadora: Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto. Cuenta García Márquez que al leer aquello pensó: "Ah, ¿así que eso se vale? ¿Esto se puede hacer?".
Me ocurrió otra vez en algún momento de esa misma década, cuando me tropecé con unos ejercicios de Darío Lancini: palíndromos y bifrónticos. Una experiencia espeluznante que mejor no les explico ahora, porque se me va todo el espacio de esta nota que no es para Lancini sino para Díaz Solís.
Luego, entrados los años 90, tuve ocasión de encontrar a otro mago de la palabra, el mexicano Juan Villoro, a quien le debo además la manía (insana y perturbadora como toda manía) de andar por la calle buscándoles conexiones e informaciones reales o imaginarias a las cosas y a sus nombres. Desde que lo leí me siento capaz de encontrarle la materia noticiosa, histórica, simbólica o poética a cualquier lugar por muy desértico o insignificante que parezca. Ejercicio de locos.
Entre Lancini y Villoro se me apareció este Díaz Solís, autor del cuento más enigmático, desolador y maravillosamente escrito que conozco. Siempre que digo esto salta alguien a chapearme con Meneses y su La mano junto al muro. Me quedo con Arco secreto, entre otras cosas porque su autor nunca se cogió a Sofía Imber. Era más serio que el otro.

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Arco secreto fue escrito en 1947. Desde el título, el cuento es una invitación a descubrir que el mundo que nos rodea y el lenguaje con que lo nombramos pueden ser desformados, modificados, re-significados. En ese cuento uno descubre o comienza a pensar muy bien las múltiples formas que existen de entrompar una metáfora, un sustantivo, una atmósfera. A mitad del cuento se atraviesa un lagarto y el autor quiere que el lector lo vea vibrando bajo el sol. Entonces echa mano de su alquimia y lo dice de esta manera: Espejeaba de sol, como untado de colibrí. Y nos jodimos todos, porque usted también se jodió: usted lee eso y se da cuenta de que hasta este momento ha sido un imbécil que ha usado apenas una fracción de las posibilidades del idioma.
Un gato negro (si fuera de otro color no tendría misterio) está expectante, midiendo al lagarto para atraparlo y comérselo, y de pronto se da cuenta de que el protagonista lo está mirando a él; el gato voltea y lo taladra con el fuego frío de dos almendras de azufre. Eso no es literatura ni poesía ni un coño: eso es magia.
Lo mismo la descripción del estado sicológico del protagonista en una noche de mierda, agobiante, con ese calorón de San Tomé; una noche en la que estallan burbujas de lenta gelatina y en el silencio que se rehace el reloj destila el tiempo; una noche sucia en la cual se escucha todo, incluso el bendito reloj que en el delirio del carajo que intenta dormir ya no es un reloj: galopa un caballo de plata, pequeñito. En medio del bochorno y del estado de trance religioso o sicotrópico entra un murciélago a la habitación. Y esa batalla entre el hombre y el murciélago (ya antes hubo una lucha entre un murciélago y aquel gato de fantasía) ya es algo que usted debe leer directamente, porque si se la cuento aquí no me la va a creer y además no es lo mismo.

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De esa fascinación por el arte de redescubrir el verbo nacieron dos iniciativas: una, plagiar vilmente varias de esas imágenes fantasmales para alimentar ciertos pasajes de Salsa y Control. Y luego, ir a visitar al señor Díaz Solís en su casa de Bello Monte, hacia 1997. Era ya entonces un caballero taciturno que declaró haber perdido el morbo y la frescura para intentar otra aventura escritural.
Sostuvimos una extraña conversación sobre la juventud y las generaciones. Le pregunté sobre su obra algunas cosas descabelladas que no supo cómo responder, y tuvo la honestidad de decirme que no sabía. Él me preguntó cosas que tampoco supe responder: "¿Qué significa esa frase de un cuento de Salsa y Control?: Gustavo Díaz Solis, la única rumba posible a veces". Estábamos en eso cuando de pronto se atravesó un gato en la sala; un gato negro. Le pregunté si por casualidad ese bicho no cazaba murciélagos. Me respondió sin mucho interés que no, que más bien lo había visto cazando lagartos, de los que sólo se comía la cola y desechaba el resto. Diez segundos después, dándose cuenta de algo en lo que seguramente no había pensado, exclamó: "¡Ah, caramba!".
Salí de esa casa contento de haberle indicado al mago que allí mismo, viviendo con él y como salido del cuento, estaba la materialización de su escalofriante personaje.

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En las Librerías del Sur hay libros de Gustavo Díaz Solís en cantidad. Recomiendo una antología en particular: Ophidia y otras personas. Allí están Arco secreto y otros cuentos. Por ejemplo ese titulado Ophidia: una culebra (uno presume que es una culebra, aunque allí nunca se dice de qué animal se trata) en cuya entraña cobra forma algo parecido al odio porque le asesinaron a su pareja. ¿Cómo describe el mago la presencia del odio en el cuerpo del reptil? Dice: Hielo en el hielo.
Mortal.

sábado, 14 de enero de 2012

Cómo ganar una batalla sin disparar el primer tiro

Para efectos de esta circunstancia y este texto, "política" significará: "estrategias, acciones y ardides para captar votantes". La Política es mucho más que eso, pero por ahora simplifiquemos.
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En la presentación de la Memoria y Cuenta de Hugo Chávez ante la Asamblea Nacional, el Presidente recibió un ataque que emocionó al antichavismo. María Corina Machado le dijo en su cara una fracción de lo que muchos antichavistas quisieran decirle, y eso tuvo o tendrá para ella un impacto político negativo y uno positivo:



En ese ámbito en el cual la palabra y el gesto (pretendida o genuinamente heroico) van en busca de adeptos, cuando alguien dice o hace algo con su buena dosis de dramatismo o contundencia pueden ocurrir dos cosas:

  1. Impresiona a una cantidad de gente que antes no simpatizaba con el político-actor: éste termina captando popularidad, es decir, votos y voluntades. Es el caso del "Por ahora" aquel 4-F: nadie sabía quién era Chávez y de pronto se convirtió en el personaje de esa década, y de esta otra.
  2. Enardece sólo a los que ya están convencidos o captados: es el tipo de gestos que no capta más gente que la que ya está convencida. Caso Machado: ella logró elevar el encarnizamiento verbal y emocional del antichavismo, pero ningún chavista o indeciso se pasará a su bando por haberle dicho ladrón a Chávez.
Resumen: la Machado consiguió que muchos antichavistas la consideren valiente. Pero no logrará traspasar el umbral de popularidad impuesto por su mediocridad o falsedad. Las masas no se volcarán a apoyar a María Corina, quien por cierto lo único que hizo ayer fue decir algo cien veces más tibio o light que lo que se le dice cotidianamente a Chávez a través de todos los medios.
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Después de la intervención de la Machado, María León, indignada, solicitó a la Asamblea sancionar de alguna manera a su colega. Aplausos se escucharon, consignas, gritos. Si esa moción prosperara significaría un enorme favor, una bendición para la Machado: la diputada que quedó reducida a cadáver político luego de sus dentelladas contra el Presidente pasaría a ser una víctima del rrrrégimen, una valiente y sufrida mujer a quien le están castigando el gesto de opinar. Así lo leería cualquiera. Chávez se dio cuenta de ello y toreó la propuesta con sutiles pinzas: "No hagan nada contra ella, el Pueblo me recompensará" etcétera. Evidentemente, Chávez ha aprendido cosas sobre política, como por ejemplo la máxima que indica que el autocontrol gana más batallas que la exasperación y el desenfreno.
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Hace unos pocos días, tres marines norteamericanos han sido llevados a juicio por orinarse sobre los cadáveres de unos soldados afganos. Singular detalle: no se juzga a los tipos por haberles dado muerte a otros, sino por humillarlos después de muertos. Según cierto sistema de códigos y seudoéticas de la guerra, hay algo más grave que la muerte y es la humillación. Así que esos soldados afganos han ganado una batalla después de muertos. Las balas los convirtieron en cadáveres anónimos; el gesto perverso de sus matadores los convirtió en depositarios de condolencias, dolores y rabiosa solidaridad.
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Muerta políticamente María Corina Machado, si el chavismo en funciones de Gobierno comete el error de orinarse sobre ese cadáver, lo resucitará, y los cadáveres resurrectos pueden ser temibles.
Política: el arte de desarmar al enemigo sin necesidad de encañonarlo.
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Esto es algo más que un juego de ajedrez: es Guerra de Cuarta Generación. En una guerra convencional gana el bando que mata más enemigos. En una de Cuarta Generación, el que mata, ataca o causa daño antes que el rival, pierde.
Extraña guerra, sí: gana el que se deja pegar. Por esa razón EEUU desata sus guerras genocidas solamente después que ha difundido las "razones" por las cuales sus víctimas se merecen la destrucción: "Ellos nos atacaron primero, o se están preparando para atacarnos". Irak, Afganistán y mucho antes Japón, son ejemplos de cómo todo se puede justificar después que un bando recibe un ataque o la opinión pública es convencida de que ese ataque existió. Saddam no tenía armas biológicas pero las masas creían que sí, porque el Pentágono se encargó de difundir especies en ese sentido. En Libia, Khadafi no bombardeó a EEUU pero la maquinaria de propaganda bélica propagó una especie peor: el tipo bombardeó al pueblo, es decir a La Democracia. Y Europa y EEUU, ustedes saben, son los guardianes de la Democracia en el mundo.
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Sucede también que, a causa de nuestro temperamento, producto a su vez de una amplia y galvanizada cultura cinematográfica, desde la juventud tendemos a otorgarle a la violencia, al excesivo dramatismo y a los desafueros varios el carácter de ingredientes vitales para construir una imagen respetable. Mediante un interesante mecanismo sobre el que valdría la pena profundizar, la violencia o la visceralidad son asociadas automáticamente con el concepto “valentía”. Valiente: hombre de pelo en pecho que se cae a coñazos con cualquiera, va siempre adelante, no tiene miedo o cuando lo siente lo disimula muy bien. No solo el cine ha ayudado a consolidar esa figura; el heroísmo nos vino antes por la literatura y la tradición oral, y seguramente sus códigos vienen paralelos a la idea de machismo y virilidad: hay mujeres tan arrechas que parecen machos.
Cuando uno traslada ese síndrome a la interpretación de la Historia comienzan a torcerse también algunos conceptos, percepciones y aspiraciones como pueblo y como país. Así, no es difícil encontrar entre nosotros (llamémonos gente antihegemónica; por ahí nos llamarán “de izquierda”) hermanos militantes que todavía sueñan con el episodio inmortal, glorioso y supremo en el que nos metemos en la montaña con un fusil, bajamos al pueblo de su letargo y conquistamos la ciudad y el palacio de Gobierno, y ya: triunfó la Revolución. No hay que ser muy sagaz para detectar en esa narrativa las claves de un romanticismo más cercano a los superhéroes que a los revolucionarios (el pueblo en su letargo y YO, poderosísimo y valiente, voy y lo rescato para hacer el socialismo). Ni hay que andar muy al día en materia de historia y noticias del momento para saber que ese tipo de luchas y procedimientos pertenecen a otra etapa del avance de la humanidad hacia su emancipación. Que ya el poder no se conquista así (o no necesariamente) y que las tareas para ganar en el ajedrez geopolítico son más de contacto humano y de sudar procesos con nuestra gente, que de fastuosas batallas entre hombres barbudos y gringos trogloditas.
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Otro ámbito. ¿En qué se parecen el Vietnam de hace medio siglo, el Irak de la última década y la Libia que viene? En que el ser humano rebelde ha demostrado que a las grandes potencias se les derrota con guerras no convencionales, mediante la organización del pueblo y no necesariamente con la consolidación de ejércitos convencionales.
No queda más nada que decir entonces sobre los camaradas que todavía sueñan con “tomar el poder” por las armas, cuando ya tenemos un aliado en el poder. Discusión para otras entregas.