miércoles, 12 de octubre de 2016

¿Parecernos al enemigo o descolonizarnos de verdad?

Justo el día que anunciaron el otorgamiento del Premio Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos llegaba a Maiquetía el filósofo e historiador Enrique Dussel. Fueron dos eventos inconexos entre sí, por supuesto. Pero como en ese asunto llamado "dominación" intervienen factores tan colosalmente aplastantes se vale que uno eche mano, de vez en cuando y para orientarse en el camino de las explicaciones, de esas herramientas y sustancias invisibles llamadas símbolos. ¿O serán simples asociaciones casuales? Ya veremos.
Se vale también que uno manosee los resortes más o menos esotéricos de las casualidades, y lance con tono especulativo: el día que vino el hombre que ha indagado en la larga coreografía de siglos mediante la cual Europa se impuso al resto del mundo como referencia cultural, histórica y política, en nuestro país se produjo un raro debate que reveló, entre otras cosas, uno de los efectos de esa imposición eurocentrista sobre la psique ciudadana. Es en Estocolmo donde anuncian todos los premios Nobel (menos el de la Paz, que se origina en Noruega), y "Síndrome de Estocolmo" se le llama al insólito afecto que desarrollan los secuestrados hacia sus secuestradores, luego de un tiempo de permanecer juntos. Así, tal cual, el insólito anhelo de muchos de imitar y parecerse a quien lo ha oprimido por centurias: el latinoamericano o africano que sueña con ser o parecer neoyorkino o parisino con solo pasar por el trámite de la imitación y  la copia de unos modos y afectaciones. O peor: el latino que sabe que nunca será europeo y entonces se conforma con que Europa lo aplauda y enjabone de vez en cuando.
Dussel vino a disertar sobre el CÓMO de la dominación; la entrega del Nobel a Santos nos mostró algo de las CONSECUENCIAS de la dominación en el decir y sentir cotidiano de la gente. Hacen falta otras piezas del rompecabezas para acercarse un poco a la totalidad del fenómeno. Por ejemplo el HASTA CUÁNDO y el CÓMO DERROTARLA. Aquí apenas jugaremos a lamentarnos un poco al reconocer algunas de sus manifestaciones cotidianas.
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Dussel llama giro o discurso decolonial al necesario proceso de liberación de las amarras ideológicas que nos ha puesto a pensar y hablar como al enemigo le da la gana que hablemos y pensemos. "El enemigo" es ese gigante imponente que, por ejemplo, quiso que creyéramos que somos sus hijos, sus subproductos, y que todo lo que merece llamarse civilización comenzó en Europa y a ella se lo debemos. Si le interesa escuchar al académico argentino dar algunos datos trágicos o graciosos de cómo ha sido ese proceso, vea y oiga lo que dijo en el programa Dossier, en lo que fue una clase magistral de historia de la humanidad, sin ninguna duda:



Deléitese con las preguntas idiotas de Walter Martínez; deléitese también con observaciones como esta: casi todo el mundo considera a Gutenberg el creador de la imprenta, siendo que un milenio antes de su nacimiento ya los chinos habían impreso libros y papel moneda. Y después deléitese preguntándose por qué si tanta gente le ha dicho tantas cosas sobre y contra la hegemonía europea a usted le maravilla y considera un baularte del pensamiento contrahegemónico a un académico con doctorado en La Sorbona (París), cada vez que venga y le diga las mismas cosas que tanta gente le ha dicho.
El pensamiento decolonial de Dussel explicándose a sí mismo en el ejemplo de su propulsor: al hombre que anda disertando contra Europa lo admiramos y respetamos porque estudió en Europa. De ese cariz son muchas de las manifestaciones domésticas del trabajo colonizador de nuestro pensamiento. Uno se da cuenta del éxito del largo proceso de dominación ideológica cuando ve a un colombiano feliz porque su presidente se ganó el premio Nobel, y a un venezolano indignado porque el nuestro no se lo va a ganar jamás. Pero un momento, que ya hablaremos del caso clínico extremo: el del militante contrahegemónico, anticapitalista, izquierdista, anarquista o diletante expreso, que protesta y se desgañita en reclamos porque ninguno de los suyos recibe un premio del enemigo.
Esa dominación colonial de nuestro pensamiento se manifiesta también en los lenguajes y códigos dominantes que utilizamos, muchas veces con ánimo e intención contrahegemónica. Por ejemplo, en la celebración de nuestras presuntas victorias en ámbitos y parámetros impuestos por las hegemonías: nos enorgullecemos del peloterazo venezolano que triunfa en las Grandes Ligas, consideramos revolucionario que exista un sistema de orquestas que desfiguran la música venezolana hasta convertirla en música académica; celebramos (porque lo hicimos, y mucho) que en los años luminosos del chavismo nuestra economía haya arrojado cifras de crecimiento y prosperidad (los revolucionarios anticapitalistas, contentos por lo bien que íbamos administrando el capitalismo). Una historieta llamada El Patriota exalta la figura de un prócer venezolano cuya masa muscular, vestimenta y estética general son las de un superhéroe gringo cualquiera.
Hubo momentos en que muchos chavistas, no me acuerdo bajo qué pretexto, proclamaron y propusieron que a Chávez le otorgaran el Nobel de la Paz, a lo cual dijimos en su momento ( ¿Y como para qué sompatizarle al enemigo? ) que si a Chávez le daban ese premio había que dejar de seguirlo, porque el Nobel es el máximo premio que honra a los constructores de la sociedad burguesa, y se supone que nosotros lo que queremos es destruirla, cambiarla por otra.
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Así que Dussel vino y habló de la forma en que Europa se nos impuso como referencia histórica (recordar: la historia de América nos ha sido vendida como un apéndice de la historia de Europa), cultural y moral. No explicó, y probablemente no le corresponde, cómo hacer para comenzar a revertir esa dominación. El argentino, un académico entregado a la academia al 100 por ciento, está haciendo su aporte, a su ritmo y a su manera: divulgando en círculos académicos y en cuanto auditorio lo dejen hablar la enorme farsa contenida en las cartas referenciales del eurocentrismo. Dussel va a las líneas gruesas, al megadiscurso, al mapamundi del problema, al árbol genealógico de la enfermedad. ¿Qué nos corresponde a nosotros? Ni más ni menos, atacar aunque sea los síntomas. Dussel ex un experto en mostrar el origen y avance de la infección; nosotros debemos convertirnos en expertos en atacar la fiebre, no desde la referencia y la tribuna académica sino en clave de gente común, en el pequeño espacio de la casa, la comunidad, el medio comunitario, la conversa cotidiana en el autobús y en la cola.

La forma y el contenido del lenguaje que nos va a despojar de tanta mancha colonial tenemos que inventarlo o ya está siendo inventado. Bonito desafío este de lanzarnos a la aventura de crear y pensar otra historia, con los códigos de los bichos decoloniales o descolonizadores que se supone que somos.

martes, 11 de octubre de 2016

Amar Haití es amar a la humanidad

Publicado originalmente en www.misionverdad.com
el 25/06/2013


Haití es el más claro ejemplo de cómo un país puede ser sistemáticamente vejado, aplastado económica y militarmente; zarandeado por las mafias bancarias del mundo, por huracanes y plagas bíblicas, y sin embargo sobrevivir como un ejemplo de resistencia, como la demostración de que la especie humana va a aferrarse a este planeta con la fuerza de los pobres que buscan su emancipación. Destruido pero no vencido: Haití parece que muere, pero está vivo.

Simplificando al extremo los movimientos demográficos que tuvieron lugar ahí desde la llegada de los europeos, puede decirse que este pequeño país que comparte una isla con República Dominicana fue la venganza de África a la humillación más grande y repulsiva de la historia del hombre. Se calcula que a finales del siglo 18 la población de esclavos y sirvientes sobrepasaba las 300 mil personas, y los dueños apenas llegaban a 15 mil. Sólo teniendo en cuenta esos números puede uno tener una idea de la dantesca desproporción del sistema esclavista que imperaba allí: más de 300 mil personas reducidas a la condición de bestias para que unos pocos franceses tuvieran privilegios señoriales.

Semejante caldo de cultivo no podía derivar sino en lo que efectivamente derivó: la desaparición (por exilio o exterminio) del invasor blanco, cuando sobrevino el estallido del pueblo de la mano y sobre el verbo del esclavo rebelde Toussaint-Louverture (héroe de los pueblos pobres del mundo, no sólo de Haití), y luego bajo las banderas de Dessalines, otro esclavo cuya memoria ha corrido la misma suerte que el anterior: el olvido y la ignorancia nuestra. Muchos de nosotros, habitantes y activadores de un país que gusta de decir que está en Revolución, ignoramos la grandeza y las hazañas de Toussaint, y esto es imperdonable.

Pero este olvido ha sido debidamente “trabajado” por una historiografía que gusta de esconder a los verdaderos héroes de los desposeídos. Cuando Haití declara (y se gana) su independencia, en 1804, se inició un largo proceso de aplastamiento contra esa república, que cometió un doble pecado: haberse desprendido del cordón umbilical de esa madre depredadora (Europa), y no sólo eso: lo hizo para darles patria a los negros.

Cuando Bolívar visitó Haití, derrotado y espantado por lo que Boves era capaz de hacer con un puñado de sirvientes y esclavos, una década y pico después, aprendió de labios del presidente Petión una lección decisiva: señor, usted no puede aspirar a tener patria si va a mantener la estructura esclavista. Si no le reconoce a la mayoría potestades usted está perdido. En Venezuela “la mayoría” era también negra y esclava.

La humillación atávica contra los haitianos recrudeció y se ha mantenido hasta nuestros días en formas muy perversas, de una elaboración casi matemática: la actitud de los países ricos hacia el pequeño país es la del caníbal de "inteligencia superior", que descuartiza minuciosamente, no sólo para mutilar la carne sino además la dignidad. Más de 80 por ciento de la población vive por debajo del umbral de pobreza, la devastación de las áreas vegetales, producto de la explotación de siglos, es de tal magnitud que sólo 2 por ciento del territorio haitiano se considera boscoso; más de 60 por ciento de la población vive (mejor dicho: come) de la agricultura y de la pesca.

Dos golpes de Estado en las décadas de los 80 y 90 sirvieron de excusa para que esa oficina de Estados Unidos llamada ONU” instalara allí un supragobierno que suprime todo intento de soberanía real: la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) es tan absurda que ya desde su nombre elimina el tenebroso “intervenir” por el hipócrita “estabilizar”.

Nada merece llamarse “estabilidad” cuando el problema de la sed lo resuelve la naturaleza con huracanes y ciclones. Nada de estabilidad, cuando el gran “benefactor” es la misma potencia que sostuvo allí por décadas una dictadura como la del sicópata asesino Duvalier; nada puede ser estable en un país cuyos contingentes militares invasores pagan el sexo a los niños y niñas con vasos de agua; nada puede llamarse “estable” en la relación entre este pequeño país y un Estados Unidos que, además de todo lo anterior, le arrebató una pequeña isla (La Navaza) que Haití de vez en cuando reclama, ya se imaginan ustedes con qué esperanzas de éxito. Nada puede estabilizarse, ni tan siquiera el derecho a la rabia, cuando, ante todo este drama humano, los criminales del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial le zampó a la media isla esta categoría: Haití entra en un programa llamado así: “Programa para los Países en vías de desarrollo altamente endeudados” (Highly-Indebted Poor Country, HIPC). Muy criminal, muy hijo de puta, tiene que ser un sistema para venir a declarar, después de siglos de espantosa tragedia, que Haití le debe algo a alguien en este puto planeta.

La conexión de Haití a Internet es la más precaria del mundo después de Sierra Leona, Angola y algún país que en este momento debe estar cambiando de nombre y de presidente, pues el actual debe estar siendo degollado. Aun así, cuando el 12 de marzo el presidente Hugo Chávez visitó esa isla, hubo un estallido de lágrimas, felicidad y ese enardecimiento propio de los pueblos rabiosos. A esa caminata-trote-abrazo formidable del Caribe creole al líder del llano adentro venezolano no la convocó nadie: simplemente la gente se enteró de que iba a ir de visita el cristo de los pobres del mundo, el hombre de la justicia y la palabra antiimperialista, y la intuición histórica del pueblo haitiano se activó, sola, se desbordó apasionadamente, como se desbordan los pueblos cuando aman a rabiar, así el amado venga de un lugar desconocido. El encuentro de Chávez con el pueblo de Haití dejó un documento audiovisual maravilloso; este video recoge unos pocos minutos de ese terremoto emocionante y emocional.

A esto nos referíamos en el primer párrafo, allá arriba: un pueblo con esta energía y esta pasión no puede llamarse muerto ni derrotado:



Aquí el Chávez amado por los pobres de la tierra, Chávez voceado y gritado en un acento y con una gestualidad africana que eriza la piel.

Ese es el Haití que hoy visitó el presidente Nicolás Maduro. El Haití que no hay que mirar con compasión ni misericordia sino con amor de hermanos oprimidos y en rebelión.