jueves, 14 de febrero de 2013

El Tigre de Matanegra: la humildad y la leyenda

La actual generación de venezolanos es afortunada. No están tan lejanos los tiempos en que comenzó a masificarse una de las expresiones musicales más poderosas de nuestro pueblo: la música llanera, tal como la conocemos, adquirió forma, cuerpo y espíritu en las manos y en la garganta de caballeros que todavía andan por allí contando y cantando su gesta, su hazaña, su batalla por la cultura de un país. Así que los venezolanos vivientes podemos encontrar testimonios vivos de cómo fueron los inicios, o al menos la transición entre las formas originarias y las actuales de esta expresión.
Presentar desde esta perspectiva la metáfora llamada Jesús Quintero, El Tigre de Matanegra, es hacerle honor a un país noble que nos arrebataron antes de poderlo construir completo. A este tipo de hombres-símbolo de nuestra cultura es bueno ubicarlos en su exacta dimensión y mostrarlos en su contexto histórico.


Hace unos días tuve el honor de conocerlo, en conversa enriquecida por el andar barinés de Leonardo Ruiz Tirado y Ramón Arroyo. De ese breve encuentro me quedaron unas cuantas sensaciones y mucha información, pero rescato la metáfora esencial: El Tigre de Matanegra representa el ser humano sencillo y honesto, nacido en Venezuela, a quien una élite sometió a exclusión y a olvido, pero que nomás despuntar Chávez en el horizonte: “Se nos abrieron los ojos” (palabras del cantor). La historia de este caballero básicamente es la de un pueblo.

Grande y sencillo

Nació Jesús Quintero en 1943 en Camachero, cerca de Santa Bárbara de Barinas y del caserío que después le dio nombre artístico. Hijo y sobrino de músicos y cantantes, fue testigo de unos cuantos momentos y eventos extraordinarios, aunque no lo parezcan. De niño iba a las fiestas y veía a sus tíos tocar unas bandolas de las antiguas, “unas bichas chiquiticas, no como las culonas de ahora, que se empezaron a ver fue cuando Anselmo López empezó a tocar”. Con esas bandolas, los cuatros y las maracas se armaba el joropo en ese tiempo (años 40 y 50). A los 12 años de edad, ya muerto su papá, lo captó un señor llamado Bernabé Márquez, nativo de Pregonero (“¡qué viejo  pa cantar bonito, y nunca grabó!”, recuerda el Tigre) y me decía “Ven acá Silvanito (Silvano se llamaba mi papá), no tenga miedo. Usted va a ser cantante, usted tiene una voz muy buena”, me decía, y me ponía a cantar con él. Y verdad fue”.
Un día se enteró de que en Santa Bárbara iba a presentarse Juan de los Santos Contreras, “El Carrao de Palmarito”; recuerda que fue cuando tenía unos 12 años de edad, así que debió ser en el año 1955. Al llegar presenció algo prodigioso: la primera arpa que vio en su vida. La ejecutaba Luis Reyes, quien todavía vive. De pronto la gente comenzó a pedirle al joven Jesús que se montara en la tarima para contrapuntear con El Carrao, y como el muchacho no se movía un hombre del pueblo lo cargó y lo montó en la tarima como un gallo. “Las piernas me temblaban”, cuenta Jesús. El Carrao no aceptó cantar con él pero lo dejó cantar solo algunas de sus piezas. “Cuando terminé de cantar me dio la mano y me dijo: ‘Lo felicito, usted tiene una gran voz, un gran oído, échele bolas que usted va a ser alguien en el canto algún día’”.
Uno escucha las canciones del Tigre de Matanegra, oye tanta historia y de pronto se encara con la leyenda viviente. Al detallar al caballero en toda su sencillez, con toda aquella profunda simpleza del veguero, y comienza a dar con la clave, que por cierto no es ningún misterio: el héroe genuino, el ídolo, el símbolo que perdura, es el que nunca pierde el apego a la tierra ni a la gente humilde. Sólo la gente del pueblo reconoce al pueblo en sus códigos, con sólo mirarle la cara y los gestos.

***

“A nosotros los pelabolas nos enseñaron fue a votar. Yo votaba por Copei porque mis papás eran copeyanos, pero nunca viví de eso”, confiesa con esa honradez que se ve tan poco en estos días. “Además Rafael Caldera era un pretencioso. Una vez nos llevaron a cantarle en una finca por Pedraza, el hombre estaba ahí cerquitica de nosotros y ni siquiera nos miró”. Momento oportuno para preguntarle cuándo despertó a la política, cuándo se interesó en ese ámbito. “Lo mío empezó con Chávez”, dice.
Tenía 49 años cuando, la madrugada del 4 de febrero de 1992, presenció con su mujer el “Por ahora” por televisión. Yo le dije a mi mujer estas palabras: “A este hombre lo van a meter preso y no va a salir más nunca, pobrecito. Pero si sale y se mete en la política yo voto por él”. Comprobación de la clave: esos pocos segundos le bastaron para reconocer en aquel muchacho al compañero de miserias y de sangre, lo opuesto a aquel engreído empaltosao, el primer presidente que vio en persona sólo para recibir su desprecio.
El despertar del que habla Jesús Quintero se manifiesta de varias formas. “Imagínate que yo creía que en Cuba se comían la gente, que ese hombre de allá era muy malo. Yo sentía miedo por los cubanos. Con Chávez se descubrió que todo eso era mentira. Yo fui a cuba a llevar a un primo que estaba enfermo, estuve 15 días allá. Esa gente es buena”.
La Casa de la Cultura de Santa Bárbara de Barinas lleva el nombre y el apodo del cantante, uno de los más importantes de la canta llanera. Aquel muchacho a quien le temblaban las piernas al enfrentarse a quien representó al Diablo en la copla recogida y reinventada por Alberto Arvelo Torrealba. Ese que venció aquellos miedos para convertirse en este emblema.

1 comentario:

Ruth dijo...

Que buena esa historia, me dan ganas de darle un abrazo a ese hombre