martes, 11 de octubre de 2016

Amar Haití es amar a la humanidad

Publicado originalmente en www.misionverdad.com
el 25/06/2013


Haití es el más claro ejemplo de cómo un país puede ser sistemáticamente vejado, aplastado económica y militarmente; zarandeado por las mafias bancarias del mundo, por huracanes y plagas bíblicas, y sin embargo sobrevivir como un ejemplo de resistencia, como la demostración de que la especie humana va a aferrarse a este planeta con la fuerza de los pobres que buscan su emancipación. Destruido pero no vencido: Haití parece que muere, pero está vivo.

Simplificando al extremo los movimientos demográficos que tuvieron lugar ahí desde la llegada de los europeos, puede decirse que este pequeño país que comparte una isla con República Dominicana fue la venganza de África a la humillación más grande y repulsiva de la historia del hombre. Se calcula que a finales del siglo 18 la población de esclavos y sirvientes sobrepasaba las 300 mil personas, y los dueños apenas llegaban a 15 mil. Sólo teniendo en cuenta esos números puede uno tener una idea de la dantesca desproporción del sistema esclavista que imperaba allí: más de 300 mil personas reducidas a la condición de bestias para que unos pocos franceses tuvieran privilegios señoriales.

Semejante caldo de cultivo no podía derivar sino en lo que efectivamente derivó: la desaparición (por exilio o exterminio) del invasor blanco, cuando sobrevino el estallido del pueblo de la mano y sobre el verbo del esclavo rebelde Toussaint-Louverture (héroe de los pueblos pobres del mundo, no sólo de Haití), y luego bajo las banderas de Dessalines, otro esclavo cuya memoria ha corrido la misma suerte que el anterior: el olvido y la ignorancia nuestra. Muchos de nosotros, habitantes y activadores de un país que gusta de decir que está en Revolución, ignoramos la grandeza y las hazañas de Toussaint, y esto es imperdonable.

Pero este olvido ha sido debidamente “trabajado” por una historiografía que gusta de esconder a los verdaderos héroes de los desposeídos. Cuando Haití declara (y se gana) su independencia, en 1804, se inició un largo proceso de aplastamiento contra esa república, que cometió un doble pecado: haberse desprendido del cordón umbilical de esa madre depredadora (Europa), y no sólo eso: lo hizo para darles patria a los negros.

Cuando Bolívar visitó Haití, derrotado y espantado por lo que Boves era capaz de hacer con un puñado de sirvientes y esclavos, una década y pico después, aprendió de labios del presidente Petión una lección decisiva: señor, usted no puede aspirar a tener patria si va a mantener la estructura esclavista. Si no le reconoce a la mayoría potestades usted está perdido. En Venezuela “la mayoría” era también negra y esclava.

La humillación atávica contra los haitianos recrudeció y se ha mantenido hasta nuestros días en formas muy perversas, de una elaboración casi matemática: la actitud de los países ricos hacia el pequeño país es la del caníbal de "inteligencia superior", que descuartiza minuciosamente, no sólo para mutilar la carne sino además la dignidad. Más de 80 por ciento de la población vive por debajo del umbral de pobreza, la devastación de las áreas vegetales, producto de la explotación de siglos, es de tal magnitud que sólo 2 por ciento del territorio haitiano se considera boscoso; más de 60 por ciento de la población vive (mejor dicho: come) de la agricultura y de la pesca.

Dos golpes de Estado en las décadas de los 80 y 90 sirvieron de excusa para que esa oficina de Estados Unidos llamada ONU” instalara allí un supragobierno que suprime todo intento de soberanía real: la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) es tan absurda que ya desde su nombre elimina el tenebroso “intervenir” por el hipócrita “estabilizar”.

Nada merece llamarse “estabilidad” cuando el problema de la sed lo resuelve la naturaleza con huracanes y ciclones. Nada de estabilidad, cuando el gran “benefactor” es la misma potencia que sostuvo allí por décadas una dictadura como la del sicópata asesino Duvalier; nada puede ser estable en un país cuyos contingentes militares invasores pagan el sexo a los niños y niñas con vasos de agua; nada puede llamarse “estable” en la relación entre este pequeño país y un Estados Unidos que, además de todo lo anterior, le arrebató una pequeña isla (La Navaza) que Haití de vez en cuando reclama, ya se imaginan ustedes con qué esperanzas de éxito. Nada puede estabilizarse, ni tan siquiera el derecho a la rabia, cuando, ante todo este drama humano, los criminales del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial le zampó a la media isla esta categoría: Haití entra en un programa llamado así: “Programa para los Países en vías de desarrollo altamente endeudados” (Highly-Indebted Poor Country, HIPC). Muy criminal, muy hijo de puta, tiene que ser un sistema para venir a declarar, después de siglos de espantosa tragedia, que Haití le debe algo a alguien en este puto planeta.

La conexión de Haití a Internet es la más precaria del mundo después de Sierra Leona, Angola y algún país que en este momento debe estar cambiando de nombre y de presidente, pues el actual debe estar siendo degollado. Aun así, cuando el 12 de marzo el presidente Hugo Chávez visitó esa isla, hubo un estallido de lágrimas, felicidad y ese enardecimiento propio de los pueblos rabiosos. A esa caminata-trote-abrazo formidable del Caribe creole al líder del llano adentro venezolano no la convocó nadie: simplemente la gente se enteró de que iba a ir de visita el cristo de los pobres del mundo, el hombre de la justicia y la palabra antiimperialista, y la intuición histórica del pueblo haitiano se activó, sola, se desbordó apasionadamente, como se desbordan los pueblos cuando aman a rabiar, así el amado venga de un lugar desconocido. El encuentro de Chávez con el pueblo de Haití dejó un documento audiovisual maravilloso; este video recoge unos pocos minutos de ese terremoto emocionante y emocional.

A esto nos referíamos en el primer párrafo, allá arriba: un pueblo con esta energía y esta pasión no puede llamarse muerto ni derrotado:



Aquí el Chávez amado por los pobres de la tierra, Chávez voceado y gritado en un acento y con una gestualidad africana que eriza la piel.

Ese es el Haití que hoy visitó el presidente Nicolás Maduro. El Haití que no hay que mirar con compasión ni misericordia sino con amor de hermanos oprimidos y en rebelión.

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