Publicado originalmente en www.misionverdad.com
el 25/06/2013
Haití es el más claro ejemplo de cómo un país puede ser sistemáticamente vejado, aplastado económica y militarmente; zarandeado por las mafias bancarias del mundo, por huracanes y plagas bíblicas, y sin embargo sobrevivir como un ejemplo de resistencia, como la demostración de que la especie humana va a aferrarse a este planeta con la fuerza de los pobres que buscan su emancipación. Destruido pero no vencido: Haití parece que muere, pero está vivo.
Simplificando al extremo los movimientos demográficos que
tuvieron lugar ahí desde la llegada de los europeos, puede decirse que este
pequeño país que comparte una isla con República Dominicana fue la venganza de
África a la humillación más grande y repulsiva de la historia del hombre. Se
calcula que a finales del siglo 18 la población de esclavos y sirvientes
sobrepasaba las 300 mil personas, y los dueños apenas llegaban a 15 mil. Sólo
teniendo en cuenta esos números puede uno tener una idea de la dantesca
desproporción del sistema esclavista que imperaba allí: más de 300 mil personas
reducidas a la condición de bestias para que unos pocos franceses tuvieran
privilegios señoriales.
Semejante caldo de cultivo no podía derivar sino en lo que
efectivamente derivó: la desaparición (por exilio o exterminio) del invasor
blanco, cuando sobrevino el estallido del pueblo de la mano y sobre el verbo
del esclavo rebelde Toussaint-Louverture (héroe de los pueblos pobres del
mundo, no sólo de Haití), y luego bajo las banderas de Dessalines, otro esclavo
cuya memoria ha corrido la misma suerte que el anterior: el olvido y la
ignorancia nuestra. Muchos de nosotros, habitantes y activadores de un país que
gusta de decir que está en Revolución, ignoramos la grandeza y las hazañas de
Toussaint, y esto es imperdonable.
Pero este olvido ha sido debidamente “trabajado” por una
historiografía que gusta de esconder a los verdaderos héroes de los
desposeídos. Cuando Haití declara (y se gana) su independencia, en 1804, se
inició un largo proceso de aplastamiento contra esa república, que cometió un
doble pecado: haberse desprendido del cordón umbilical de esa madre depredadora
(Europa), y no sólo eso: lo hizo para darles patria a los negros.
Cuando Bolívar visitó Haití, derrotado y espantado por lo
que Boves era capaz de hacer con un puñado de sirvientes y esclavos, una década
y pico después, aprendió de labios del presidente Petión una lección decisiva:
señor, usted no puede aspirar a tener patria si va a mantener la estructura esclavista.
Si no le reconoce a la mayoría potestades usted está perdido. En Venezuela “la
mayoría” era también negra y esclava.
La humillación atávica contra los haitianos recrudeció y se
ha mantenido hasta nuestros días en formas muy perversas, de una elaboración
casi matemática: la actitud de los países ricos hacia el pequeño país es la del
caníbal de "inteligencia superior", que descuartiza minuciosamente,
no sólo para mutilar la carne sino además la dignidad. Más de 80 por ciento de
la población vive por debajo del umbral de pobreza, la devastación de las áreas
vegetales, producto de la explotación de siglos, es de tal magnitud que sólo 2
por ciento del territorio haitiano se considera boscoso; más de 60 por ciento
de la población vive (mejor dicho: come) de la agricultura y de la pesca.
Dos golpes de Estado en las décadas de los 80 y 90 sirvieron
de excusa para que esa oficina de Estados Unidos llamada ONU” instalara allí un
supragobierno que suprime todo intento de soberanía real: la Misión de
Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH) es tan absurda que ya
desde su nombre elimina el tenebroso “intervenir” por el hipócrita
“estabilizar”.
Nada merece llamarse “estabilidad” cuando el problema de la
sed lo resuelve la naturaleza con huracanes y ciclones. Nada de estabilidad,
cuando el gran “benefactor” es la misma potencia que sostuvo allí por décadas
una dictadura como la del sicópata asesino Duvalier; nada puede ser estable en
un país cuyos contingentes militares invasores pagan el sexo a los niños y
niñas con vasos de agua; nada puede llamarse “estable” en la relación entre
este pequeño país y un Estados Unidos que, además de todo lo anterior, le
arrebató una pequeña isla (La Navaza) que Haití de vez en cuando reclama, ya se
imaginan ustedes con qué esperanzas de éxito. Nada puede estabilizarse, ni tan
siquiera el derecho a la rabia, cuando, ante todo este drama humano, los
criminales del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial le zampó a la
media isla esta categoría: Haití entra en un programa llamado así: “Programa
para los Países en vías de desarrollo altamente endeudados” (Highly-Indebted
Poor Country, HIPC). Muy criminal, muy hijo de puta, tiene que ser un sistema
para venir a declarar, después de siglos de espantosa tragedia, que Haití le
debe algo a alguien en este puto planeta.
La conexión de Haití a Internet es la más precaria del mundo
después de Sierra Leona, Angola y algún país que en este momento debe estar
cambiando de nombre y de presidente, pues el actual debe estar siendo
degollado. Aun así, cuando el 12 de marzo el presidente Hugo Chávez visitó esa
isla, hubo un estallido de lágrimas, felicidad y ese enardecimiento propio de
los pueblos rabiosos. A esa caminata-trote-abrazo formidable del Caribe creole
al líder del llano adentro venezolano no la convocó nadie: simplemente la gente
se enteró de que iba a ir de visita el cristo de los pobres del mundo, el
hombre de la justicia y la palabra antiimperialista, y la intuición histórica
del pueblo haitiano se activó, sola, se desbordó apasionadamente, como se
desbordan los pueblos cuando aman a rabiar, así el amado venga de un lugar
desconocido. El encuentro de Chávez con el pueblo de Haití dejó un documento
audiovisual maravilloso; este video recoge unos pocos minutos de ese terremoto
emocionante y emocional.
A esto nos referíamos en el primer párrafo, allá arriba: un
pueblo con esta energía y esta pasión no puede llamarse muerto ni derrotado:
Aquí el Chávez amado por los pobres de la tierra, Chávez
voceado y gritado en un acento y con una gestualidad africana que eriza la
piel.
Ese es el Haití que hoy visitó el presidente Nicolás Maduro.
El Haití que no hay que mirar con compasión ni misericordia sino con amor de
hermanos oprimidos y en rebelión.
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