lunes, 14 de noviembre de 2016

Algo más sobre el miedo

Relacionadas: dos crónicas algo antiguas:

El miedo
El depredador

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Por ejemplo, esta pobre culebrita.
"La tuve que matar" hace un rato. No porque representara un peligro real, sino porque el miedo (digámoslo más elegantemente: el instinto de preservación) me empujó a meterle unos chaparrazos con la primera cañabrava a la mano; al primer golpe ya tenía el cuello fracturado, pero le metí cuatro o cinco golpes más. ¿Por qué? ¿Porque yo soy un carajo muy aguerrido y combativo? ¿Porque ese enemigo salvaje venido del bosque húmedo es un monstruo resistente y violentísimo que ameritaba enfrentarlo con misiles, cuchillos y candela? No, me aseguré de que estaba bien muerta porque tenía miedo. La gente cuando se asusta es capaz de matar.

Diré un par de cosas en mi descargo. Una es la miopía. Otra, que los accidentes ofídicos (ataques de culebras venenosas) en la zona donde vivo son frecuentes. Mi vista hace rato no anda al cien por ciento, y tal vez ni siquiera al 50, y en un primer momento, al ver al animal serpenteando (eh, las serpientes serpentean) sobre una mesa del rancho el primer y único impulso fue disparar primero y averiguar después, porque los muchos vecinos atacados y mordidos por culebras los cargo a flor de alerta en el cerebro.

Por aquí abundan las mapanares, que por cierto son las culebras venenosas más abundantes en Venezuela (no se duela, por lo tanto, de tener que matar alguna, porque de esas hay en abundancia), y otra especie de veneno menos mortífero pero más peligrosas y violentas: las sapas manare (sapa a secas, para los amigos). Si una mapanare te detecta a cierta distancia su impulso será el de alejarse o quedarse quieta para que no la veas. Claro que si pisas una o le pasas demasiado cerca te va a atacar, pero ella no vendrá a buscarte pleito. En cambio, si una sapa siente que algo se mueve en su territorio irá tras ese algo y lo atacará. Peligrosas, porque en pleno monte o en la oscuridad es difícil saber por dónde aparecerá una loca de esas dispuesta a morderte.

Para completar ese cuadro del miedo o el odio automático a las culebras, a los seres humanos se nos ha impuesto el relato perturbador, incluso en clave bíblica y religiosa, que convirtió a los ofidios en nuestros enemigos naturales, y contra esa propaganda de guerra, contra esa inmensa operación sicológica de siglos o milenios, nadie ni nada se salva. Mucho menos las culebras, que no han tenido ni tendrán oportunidad alguna para defenderse.

En resumen, uno tiende por aquí a zamparle a todo lo que se arrastra.

A mi pobre víctima, cuando ya estaba muerta pude detallarla y entonces comencé a sentirme mal: no era la mapanare que yo supuse que era, sino una pobre cazadora. Es fácil reconocerlas cuando tienes la vista en buen estado. Las cazadoras tienen la cabeza alargada; las venenosas son "cachetonas", se les ven las bolsas de veneno en la parte de abajo o de atrás de la cabeza y esto hace que la cabeza parezca triangular. Esta que apareció en casa era entonces una bichita no venenosa ni agresiva, y con toda seguridad andaba por ahí limpiándome la casa de insectos y tal vez algún ratón. De eso se alimentan las culebras cazadoras. 

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"El animal que fuimos y la persona que aun no somos", dijo Gino en un poema o canción. Somos demasiado miedosos como para comprender o recordar que esos bichos son hermanos de uno. Como matar es el mejor sinónimo de comer (comer: transferir energía de un ser vivo a otro) es lógico que en esta guerra fratricida deban perpetrarse matanzas, pero eso de asesinar por placer o por miedo lleva a la otra parte del verso: la persona que deberíamos llegar a ser es una tan consciente, despíerta e informada como para saber cuándo es necesario quitarle la vida a otro animal, y cuándo la cosa resulta más o menos criminal o negligente, o al menos innecesaria.

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