sábado, 10 de julio de 2021

Después del Koki

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La tarea importante y colosal en la Cota 905 y alrededores no es el exterminio de unos criminales (cosa necesaria y ya en marcha) sino la construcción de un cuerpo/estructura social que impida que se levanten nuevos kokis en el futuro. ¿PODREMOS hacerlo?

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Destaqué en el párrafo anterior la primera persona del plural porque ya está bueno mi pana, ya hace rato sonó la hora de que el chavismo en pleno entienda que hacer la Revolución no es tarea de gobiernos sino de militantes convencidos, y de gente con necesidad de vivir en una sociedad distinta. El Gobierno está aplicado a una tarea importante que es la destrucción de lo sórdido y lo putrefacto; a nosotros como pueblo nos toca construir lo que viene, que deberá ser distinto a lo que hay. Si después de destruidas las bandas nos limitamos a celebrar la acción policial y a jalarle bolas a la ministra que ordenó el entrompe, en la Cota y los demás territorios volverán a surgir estructuras iguales o peores que las actuales.

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El Gobierno exterminará las bandas, es su misión de esta hora. La nuestra (el pueblo organizado y conciente) es construir en esos territorios una comunidad distinta, donde los chamos tengan otras opciones y no se dejen captar por seudohéroes, llámense pranes, dirigentes escuálidos, o algo peor: dirigentes chavistas que se enriquecen y encumbran utilizando la memoria del comandante como trampolín.

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NO he dicho: "La gente de la Cota y La Vega tiene que vivir de otra forma". No, mamagüevo: somos nosotros, que bastante güevonada decimos y escribimos en estas páginas y redes para que nos aplaudan, los responsables de concretar en la piel del país esas ideas que se nos dan tan bonitas en la charla.

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La franja que interconecta las alturas de la Cota 905, La Vega y Caricuao son de una amplitud y una belleza conmovedoras, a pesar de la depredación física y social de siglos. Tierra apta para la agricultura, para meterle músculo y piel práctica al esqueleto del socialismo.

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Circulan en redes, de teléfono en teléfono, videos y fotografías de cadáveres, carajos despedazados por la metralla y por su propia dinámica autodestructiva. Hay una en particular, quizá la más fea e impresionante, la del cuerpo del que, se dice, son los restos del Vampi, con los sesos sirviéndole de almohada y la moto por allá atrás: quita los cadáveres, quita la moto y quita a los pacos, y pon a trabajar la capacidad de soñar y de diseñar. Maldita sea: en ese entorno maravilloso que se ve alrededor debería estarse produciendo toda la papa, la cebolla y el cebollín que unos pobres señores esclavizados nos traen desde los páramos merideños, a 800 kilómetros de distancia, por nuestra ridícula, mamagüeva, sucia, sifrina, escuálida y capitalista forma de entender lo citadino y la producción de alimentos.

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¿No estábamos hablando en enero de las Ciudades Comunales? En qué momento torcimos el rumbo energético de la Revolución y volvimos a creer que lo más importante es el ritual burgués y comemierda de la elección de nuevos funcionarios? Peor: ¿en qué momento nos dejamos convencer de que una Ciudad Comunal es una ciudad capitalista mejorada y perfeccionada, y no el ejercicio histórico de levantar una construcción distinta?

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Matar a unos imbéciles con armas no será la victoria. La victoria o derrota será lo que hagamos o dejemos de hacer después, no para remendar el tejido social de la Cota, La Vega y alrededores, sino para confeccionar y poner a andar a otro distinto.

domingo, 31 de enero de 2021

Que el pueblo cuente su historia

El bicentenario de la Batalla de Carabobo es una buena oportunidad para que otros autores se apropien del relato de lo que somos. Menos corbata y más música: aprender y comprender la historia debe ser una faena agradable, o se quedará en las catacumbas


Primero, vaya un reconocimiento y aceptación de ciertas verdades: la historia como disciplina es un asunto que desde hace años se estudia en universidades e institutos especializados, y no son para nada desdeñables los aportes ni la evolución de los estudios históricos en Venezuela y en todas partes del mundo.

Hay unos métodos, unas normas y unos códigos que rigen el trabajo de los investigadores e historiadores, y gracias a ese constructo es posible diferenciar un trabajo historiográfico responsable y respetuoso de cualquier simple regadera de anécdotas y chismes improbables y sin base real. Ingresar a un viejo archivo cuyos contenidos no han sido revelados y salir de allí con relatos fidedignos o tan siquiera comprensibles no es tarea sencilla, ni debe confiársele a manos no entrenadas para tal fin.

Pero hay una frontera, un límite, que separa a ese tipo de faenas más o menos arqueológicas de otro tipo de ejercicios. Por ejemplo, el que consiste en volver sobre historias ya investigadas y suficientemente narradas, y aplicarse a encontrarle interpretaciones más lógicas, y también más audaces y más acordes con lo que somos como clase, como pueblo. Al grano: durante siglos hemos tenido la desgracia y la desdicha de recibir la información histórica y su interpretación de manos y de labios de clases dominantes, o de sujetos interesados en seguir vendiéndonos una visión fatua, conservadora, mutilada, parcial e interesada de los acontecimientos y procesos. Historia burguesa para empujar al pueblo a una visión de sí mismo, del país y del mundo en la cual siempre los pobres somos los malos, los atrasados y los incorrectos, y siempre los poderosos, ricos y hegemónicos son los héroes.

Al respecto, hay malas y buenas noticias. Las malas tienen que ver con que, después de tantos años de “formación” de ciudadanos al servicio de una historia burguesa, y a pesar del estallido de Hugo Chávez como creador de la otra conciencia, la rebelde y la rompedora de moldes, seguimos sintiéndonos aplastados en presencia de las grandes figuras y emblemas del poder canónico. Sin darnos cuenta, o por mucho que nos resistamos, seguimos aplaudiendo la iconografía, la estética y los valores de la cultura que impusieron los genocidas, los vencedores de todos los tiempos. Los sujetos a quienes nos acostumbraron a escuchar en silencio y con la frente baja son los Uslar Pietri, los Pino Iturrieta, los encorbatados del vestuario y de la mente.

La buena noticia es que, incluso de esa misma academia que sigue enalteciendo a momias y no a seres humanos, han salido baluartes de la nueva forma de mirarnos como clase y como sociedad en rebelión. Que una publicación como ésta, la más importante de cuantas narran a Caracas desde el periodismo, se abra ahora para que nuevas voces cuenten lo que ya otros investigaron y publicaron sobre 1821 y sobre la campaña de Carabobo, es un signo de los tiempos que corren: aquí leerán (y las escucharán, cómo no) voces frescas, distintas, audaces, dispuestas a aprender y a enseñar la misma historia, pero con otros registros. Esta página, “Carbono 14”, será entonces un espacio para que nuevos autores vengan a escribir sus minicrónicas, sobre la historia de aquellos días y también sobre estos, que si los miramos bien, van sobre lo mismo: antes y ahora hay un imperio y unos mandamases que derrotar, un pueblo resistente y una historia en construcción.

En las entregas que vienen iremos contando en qué medida estas páginas quedarán abiertas y disponibles para el ejercicio de exploración de la historia con más música que corbata.

En Ciudad Ccs: http://ciudadccs.info/category/campana-de-carabobo/

En Épale Ccs: http://epaleccs.info/category/carbono-14/

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Originalmente en: http://epaleccs.info/que-el-pueblo-cuente-su-historia/

jueves, 21 de enero de 2021

Carabobo: lenguaje, noticias y fake news

Este año los venezolanos con mayor o menor conciencia patriótica hemos iniciado (y continuaremos) una misión que llamaremos, tal vez pretenciosamente, reconocimiento y afianzamiento de nuestro fervor en clave “Carabobo 1821”. Hace 200 años obtuvimos una victoria en una batalla emblemática de la venezolanidad, y esa victoria rebasa y trasciende el ámbito bélico: no fueron solo la campaña y el desenlace en unas acciones dramáticas de matanza y destrucción de tropas enemigas, sino el significado político e incluso geopolítico de esa hazaña.

Al desembocar en ese momento de la batalla del 24 de junio, y antes, Bolívar y sus generales no tenían en mente solo el significado y tarea más o menos locales de independizar a Venezuela y echar a los españoles. Carabobo no era el llegadero ni un fin en sí mismo, sino una estación más en el tren de la historia: lo revela el hecho de que Bolívar haya continuado de allí con las miras en Ecuador, y luego más al sur, adonde ya se habían iniciado otras campañas de emancipación. Bolívar no restringía su visión de Carabobo al escenario local llamado Venezuela, sino a una unidad más amplia y ambiciosa, llamada Colombia. De haberse conformado con la liberación y consolidación de Venezuela se hubiese quedado a mandar aquí, y más de un dolor de cabeza se hubiera ahorrado. Así que Carabobo es un hito, pero además plataforma de lanzamiento de algo más grave y universal.

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La versión impresa del periódico Ciudad Ccs inaugura esta semana una serie de artículos y reseñas históricas bajo el rótulo genérico de Correo de Carabobo; otros productos editoriales y artísticos (micros para radio, murales, teatro, etcétera) se ocuparán del mismo tema en distintos formatos. El espíritu de todos ellos persigue o se resume en varios objetivos o metas: entender y difundir la Venezuela de 1821 bajo la mirada de las generaciones e individuos que conviven en 2021. Será una apuesta y un homenaje al dinamismo y sabrosura del lenguaje, de este asunto en que convertimos los venezolanos el castellano que trajeron los españoles a América, mezclado con voces africanas, indígenas y de remota procedencia.

Tendré el honor de intentar o coordinar ese esfuerzo, que será de un equipo y no de un sujeto aislado. Como soy comunicador y me ha tocado vivir un tiempo de explosión de lenguajes, gracias a la tecnología y al múltiple y voraz contacto de culturas y aculturaciones, he comenzado la importante y sabrosa misión de detectar en el verbo de Bolívar un aspecto que, increíblemente, nos ocultaron en la escuela y en la academia: Simón era un jodedor que parece acartonado, en buena parte, porque no comprendemos tan bien el lenguaje del siglo XIX.

La otra parte de la misión es la mejor: “traducir” o hacer más digerible al ojo y al oído del venezolano actual (siglo XXI, dos siglos después de Carabobo) aquellos mensajes e intenciones, aquel malandreo caribe con el que incomodaba y empequeñecía a Santander en sus cartas. La nueva sección del periódico, que se llamará Correo de Carabobo, estará llena de esas revelaciones y claves. Y de otras más, que nos atañen como comunicadores: revisando a Bolívar y a su entorno nos percatamos de la importancia que le otorgaban los grandes señores de la guerra a la comunicación, e incluso a las noticias falsas o fake news, en el proceso de destrucción del enemigo.

La mentira al servicio del desconcierto y la desmoralización del contrario no es un elemento que inventaran Goebbels o McLuhan: más de un siglo antes ya Bolívar era capaz de detectar los engaños del enemigo, y lo empleaba también, seguramente por conocimiento de experiencias anteriores (nada nuevo: los generales y habitantes de Troya engañados por el famoso caballo). Hay docenas de cartas donde el Libertador desmonta o descubre proyectiles de esos que ahora llamamos fake news. En una de ellas, fechada en Trujillo el 20 de noviembre de 1820, le comunica a Francisco de Paula Santander, quien despacha desde Bogotá:

“Remito a Vd. esas gacetas curiosas, interceptadas al enemigo, con una carta que dice posteriormente que los enemigos estaban a dos días de Caracas, que son los mismos lugares de Tacarigua y Río Chico; esas tropas patriotas son ciertamente inventadas, con jefes y todo, pues yo no he oído mentar nunca al jefe Zapata. Haga Vd. hacer un artículo de todas esas noticias, con referencia a todas esas gacetas y cartas”.

Las campañas de la Independencia, y entre ellas Carabobo, están llenas de ese tipo de episodios. Años antes el propio Bolívar había producido una de estas fintas de desinformación: se inventó una fulana batalla de Guayabal, nada más para desorientar o desmoralizar a algún batallón. Y justo antes de la batalla del 24 de junio, al parecer porque sospechaba que la correspondencia estaba siendo interceptada, le aseguraba a Santander que de Trujillo iba saliendo para Quito, en Ecuador, a reforzar la campaña de allá. En eso insistía hasta febrero de 1821, hasta que de pronto lo vemos en Barinas, y luego en Achaguas rumbo a la gloria de Carabobo.

Y en cuanto a la vital y gravísima importancia que le daba a la información y a las comunicaciones, aparte de los gestos y decisiones grandiosas como el traer una imprenta y comenzar a imprimir el Correo del Orinoco, están episodios como el siguiente, ocurrido por esos mismos días previos al armisticio (noviembre de 1820). El general Briceño Méndez, por órdenes de Bolívar, le envía a Ambrosio Plaza la siguiente orden:

“El oficio de US. es del 6 [de noviembre de 1820], y se ha recibido ahora [8 de noviembre de 1820], a la una de la tarde. Tan notable retardo es de un gran mal al servicio, y manda el Libertador que US. haga investigar, por qué ha sido esta dilación, a fin de castigar con la última pena al delincuente”.

Ni más ni menos: pena de muerte para el responsable de que una carta se tardara dos días en llegar, desde Santa Ana de Trujillo, hasta Trujillo capital; ese recorrido hoy se hace en carro en poco más de una hora (no sabemos en cuánto tiempo cubrían esas distancias los correos de la época). Y más tarde, en otra comunicación a Santander:

“Si por accidente se supiese o se recibiesen noticias de alguna negociación diplomática, que se ponga alas al correo, se ofrezcan premios exorbitantes para que volando me lleguen oportunamente. Deseo que nada se haga sin mi conocimiento en esta materia (…) Los correos me matan con sus dilaciones. Al fin tendré que mandar pagar los postas [los encargados del servicio de correo: los Whatssap de la época] españoles, pues que nos sirven mejor que los de Colombia. Hace más de dos meses que han llegado los fusiles a Angostura, y todavía no lo sé de oficio y los estoy esperando por momentos, de Guasdualito, si es que han sabido hacer esto siquiera (…) Mi desesperación en esta parte sólo compite con mi indignación, por esos señores. Hágame Vd. el favor de decírselos así”.

La Historia es un viaje fascinante, sobre todo cuando logramos entender que hay un duende o aliento que nos ha convertido, no en los pasajeros pasivos que miran por la ventana, sino en los protagonistas del recorrido: ya nos bajamos del carro, ya formamos parte del paisaje y somos el elemento que va transformándolo.

 

Originalmente en: http://ciudadccs.info/2021/01/21/monte-y-culebra-carabobo-lenguaje-noticias-y-fake-news/

 

domingo, 17 de enero de 2021

Final horrendo, el de El Zagal

  • Casi todo el mundo desearía un final doloroso para los hegemones o emperadores más feroces o crueles (Trump, que ojalá te vaya bien). Pero final duro y desagradable de verdad, el de uno de los últimos emires de Granada
Ilustración: Erasmo Sánchez

El final de esta historia coincide con los preparativos del primer viaje de Colón “a la India”, y con el final del señorío de los árabes en la península ibérica (1492). Pero primero hay que irse un poco o bastante atrás en la historia para entender qué mother fucker hacían y cómo llegaron los árabes a establecer un reino (en realidad más de uno: cuento largo y enredado) en el territorio que hoy conocemos como España.
Resumidito: a comienzos del siglo VIII (se lee “ocho”; ni Lila Morillo existía todavía), más o menos entre los años 711 y 726, los árabes musulmanes saltaron desde el norte de África y entraron a espada limpia en ese territorio, dominado y administrado entonces por los visigodos, pueblos que se instalaron entre las actuales Francia y España más o menos desde 409 (les dije que había que ir bien atrás). A nosotros nos parece un abuso espantoso que los monarcas españoles hayan gobernado en América 300 años y que los gringos hayan saqueado a su antojo aquí durante un siglo. Bueno, es hora ya de consolarnos: los españoles tuvieron que mamarse a sucesivas generaciones de gobernantes árabes durante 780 años: desde 711 hasta 1492. Así que la actual España se llamó en ese período Al-Ándalus, o así la llamaba el invasor.
También es verdad que los árabes no perpetraron allá el genocidio que después vinieron ellos a desatar aquí. De hecho, cuando la reconquista de los territorios en manos de los árabes por parte de los cristians estaba avanzada, la relación de guerra-acuerdos de convivencia parecía un largo ajedrez y no una matanza permanente. Hubo muchos sultanes y “reyes” invasores que fueron capturados por los ejércitos católicos, y fueron soltados a cambio de una plata y unas tierras. Algo así como “Okey, te suelto y te dejo gobernar en Morón si me entregas Caracas y diez millones de dólares”: así, negociadito y civilizado, fue transcurriendo el tiempo, así que el Reino Nazarí de Granada (que así se llamó en los últimos años) parecía un acordeón de tanto estira y encoge e poderes y territorios.
Pero todo tiene su final, incluso el tiempo de las negociaciones y los simulacros de cortesía.

Divide y vencerás

En esa frase (que seguramente ninguno de ustedes había leído ni oído nunca) queda resumida la más grande habilidad de unos reyes cuyos nombres sí recordamos por aquí: Isabel y Fernando, los  mismos que financiaron los viajes de Colon para acá, aprovecharon las innovaciones tecnológicas de su armamento, pero sobre todo las intrigas y conflictos entre los jerarcas del momento en Granada, último territorio  bastión donde gobernaban los musulmanes.
Había en Granada un sultán llamado Boabdil, en conflicto por el poder con su tío, El Zagal. Este último con fama de sanguinario y malote, suele ser representado en las pinturas montado en su caballo con varias cabezas de enemigos decapitados colgando de la silla. El otro, nombrado “El Chico” porque era un muchacho o tenía cara de serlo, y al final resultó ser el más perro de los dos.
Estallada la guerra civil entre las facciones árabes, El Zagal tuvo un golpe de suerte, pues los católicos pescando en río revuelto lograron apresar a su sobrino y rival Boabdil. El Zagal disfrutó durante un año de su jefatura total pero los españoles hicieron una jugada: liberaron a Boabdil a cambio de que se declarara vasallo de los reyes católicos (ya el tipo antes había traicionado a su propio papá aliándose con los reyes: todo normal) y le siguiera metiendo zancadillas a El Zagal, que resistió hasta que pudo.
El Zagal, casi destruido, pactó con Boabdil para dividirse el reino: unas ciudades para Boabdil, otras para El Zagal. A la larga los castellanos los derrotaron a los dos; El Zagal también negoció con los católicos y lo dejaron libre a cambio de entregar sus ciudades y su obediencia a los españoles. Boabdil les entregó el último bastión árabe, la ciudad de Granada, y se acabó el cuento de los gobernantes musulmanes en España.
El Zagal, en medio del derrumbe, se fue a buscar a sus ancestros en el norte de África, a una ciudad llamada Fez. Exiliado en el seno de los suyos, no contó con que Boabdil le guardaba su arecherita y le pidió al rey de Fez que le echara una vaina a su tío. Y se la echó: primero le robó todo el dinero y objetos que se llevó de España, lo encarceló y le aplicó un castigo espantoso: le quemó los ojos y lo echó a la calle a deambular como un perro amarillo. Varios años anduvo El Zagal mendigando por los pueblos, con un cartelito colgando en las ropas, que decía: “Este es el desventurado rey de los andaluces”.
Un versión sobre su final dice que terminó en una isla al norte de África, rescatado y cuidado por un emir que se compadeció de él. Otra, que murió en una ciudad llamada Tremecen, donde se ha identificado una tumba con su nombre en una necrópolis de reyes. Cualquiera de los dos destinos da igual, después de esos años finales de mierda.



Originalmente, en: epaleccs.info/final-horrendo-el-de-el-zagal/

 

viernes, 15 de enero de 2021

De diez en diez

Pese a toda controversia y contra todo intento de explicación, asumo que la década actual comenzó hace un año y piquito, en enero de 2020 (lo que más o mejor “me suena” al respecto es que el año 90 no puede o debe pertenecer a la década de los 80). Sin embargo, en este agarrar el tiempo como un bojote cómodo de manipular (“manos al tiempo: décadas”, sintetiza Juan Villoro en su joya “Tiempo Transcurrido”) me ha dado por leerlo desde mis hitos personales, y resulta que mis más claros momentos de quiebre o reinicio coinciden con los años que terminan en 1. Los hitos del país y la humanidad han sido o están siendo ya leídos por bastante gente, así que procedamos a esta otra entrega individualista.

En 2011 andaba yo acudiendo a un llamado crucial: contrato como periodista en el Instituto Nacional de Desarrollo Rural, oportunidad estelar para viajar por todo el país en busca de la Venezuela agrícola o lo que quedaba de ella. Chamba dura y a veces infructuosa, pero personalmente agradable, importante. Buena parte de la visión en perspectiva que tengo de mi país natal la adquirí o consolidé en el mucho viajar, conversar, conocer y experimentar. Fueron meses relámpago en varios sentidos: luminosos, sorpresivos, rutilantes.

En 2001, otro punto de quiebre: estaba en el proceso de romper con sucesivos ensayos o experiencias en medios de información privados (El Nacional, Así es la Noticia, Tal Cual) y me disponía a encarar la nueva realidad, a la etapa germinal de la Revolución: ya iba siendo imposible o excesivamente incómodo para un comunicador chavista trabajar para medios con líneas editoriales opuestas al proyecto en el que creía, e incómodo para ellos también soportarlo a uno en aquellos inútiles intentos de convivencia o adaptación. Al que tuviera alguna duda al respecto le estalló en la cara un evento crucial: la primera huelga o paro patronal-sindical de diciembre, que desembocó poco después en el golpe de abril.

En 1991, otra ruptura, de orden estructural y no solo personal: fue el ciclo de recuperarnos del estremecimiento y masacre de 1989, el descubrimiento de centenares o miles de cadáveres de compatriotas, de la progresiva o súbita disolución de la URSS. Fue además el escenario de mis primeras incursiones remuneradas en periódicos de circulación nacional. Ya casi podía decir que me iniciaba como periodista mientras jugaba a ser escritor.

En 1981, otro salto decisivo: mudanza desde Carora hacia Caracas. Del semiárido y las resolanas, celaje de fantasmas y lagartijas en la tunamentazón, hacia el 23 de Enero, parroquia brava cuyos códigos no alcancé a vivir plenamente, aunque me jacto de conocerlos.

En 1971, mis cinco años de edad y en ese marco la escolarización: entré a primer grado, no porque estuviera preparado para ello sino porque en el preescolar no querían estancarme rayando garabatos, porque ya yo sabía leer y escribir varias palabras.

Esos hitos los recuerdo y atesoro como lo que son: encrucijadas o desvíos importantes, seguramente inevitables, en esta carretera que continúa.

Hay una cuenta que no había sacado, así que aprovecho para mencionarla aquí: tengo 55 de edad, pero esta es la séptima década a la que le veo el rostro (me ha dado por contar: la del 60, la del 70, la del 80…).

Estamos en 2021. Más tarde vendré a contarles de la próxima encrucijada, puerta abierta o cerrada, desvío, trocha, cumbre o barranco que me tenía preparado este otro año para el reinicio.

 

Originalmente en: http://ciudadccs.info/2021/01/14/monte-y-culebra-de-diez-en-diez/

 

sábado, 9 de enero de 2021

Guarimbas y venenos

Va en primera persona porque es un ejercicio de autocrítica. No se sienta nadie aludido, a menos que quiera y sienta que le sirve de provecho.

Tengo un poco más de medio siglo de disfrutar el dulce placer del envenenamiento. Azúcares, harinas y alcoholes, sumados a dos o tres hábitos citadinos que no he logrado derrotar (y parece que ya no podré, al menos individualmente), han dejado secuelas al parecer irreversibles en este cuerpo-ciudad. Como ciudades nos comportamos por dentro, así que como un hecho social trataré de narrarlo.

Como ustedes saben (yo sé que lo saben) hay una interconexión entre todos los procesos corporales, entre sus órganos (entidades o comunidades), microorganismos (ciudadanos) y funciones que cumplen. De colapsar, lesionarse o deteriorarse uno de esos componentes, los demás se desequilibran, porque algo o alguien tiene que cumplir la función del que dejó de trabajar. Se supone que la naturaleza tiene previstos esos desperfectos, pero hay una misión macro, una utopía o entelequia: un ideal que indica que si todos hacemos la chamba bien el conjunto puede hacer lo suyo con algo de armonía.

Entonces vengo yo, adicto al azúcar y a otros venenosos placeres, y empiezo a bombardear a mi ciudad interior, a mi comunidad endógena, con sustancias que no debía consumir. Y esa es la palabra clave: sucumbir al consumismo es un fallo estratégico que se paga caro. En uno de esos desórdenes y desajustes dejo que prolifere una bacteria que me arma una célula terrorista en el tracto digestivo-intestinal.

Como el capitalismo ha creado unas enfermedades y también el presunto remedio contra esas enfermedades, me puse en sus manos para atacar a los guarimberos con un bombardeo duro de un tóxico, que liquidó o tranquilizó a los facinerosos por unas pocas semanas. La guarimba volvió y yo insistí con el arma mortal: veneno para los malvivientes. Pero ese veneno también se fue quedando en las calles, en el sistema circulatorio de mi ciudad, en sus transeúntes y trabajadores. Poco más de un año transcurrió desde el primer ataque y he aquí que una de mis instituciones de adentro, que cumple una función importantísima como la absorción de vitaminas, proteínas y otros combustibles importantes para el funcionamiento de la sociedad (como la gasolina, el gas o la electricidad) dejó de funcionar. Es decir, a la ciudad estuvieron entrando alimentos y recursos energéticos, pero la institución encargada de darles paso hacia los barrios, instituciones y organismos, dejó de trabajar. Entonces los ciudadanos (glóbulos rojos, blancos y plaquetas) empezaron a morir a una velocidad más alta que su tasa de nacimiento: morían por millones pero la médula ósea (el impulso reproductivo de los ciudadanos, la fábrica de gente) se puso en huelga.

Y pues ya, no más gente para la ciudad. Una ciudad sin personas es una ciudad muerta; los pocos glóbulos rojos que quedaban (porque casi todos murieron o emigraron), cuya misión es transportar un material tan importante como el oxígeno a todos los órganos (comunidades, expendios, ministerios, escuelas) ya no daban para transportar nada, y la ciudad-cuerpo empezó a perder energía. A deprimirse, a no entender, a no lograr movilizarse. Y entonces, para completar el cuadro dramático, reaparecieron las guarimbas y el terrorismo, ya sin defensores que los atajaran.

Tuve un primer impulso, que fue insistir con el bombardeo del mismo tóxico de siempre, pero me detuve o me detuvieron a tiempo. La ciudad fue declarada en emergencia, hubo que recibir ayuda humanitaria (par de transfusiones de sangre, medicamentos varios), hasta que empezó a recuperarse, no sin antes recibir una información clave: el veneno que la estaba liquidando, aparte del tóxico para quebrar las guarimbas intestinales, era la alimentación. Lo que he comido por más de 50 años. Se le informó a la ciudadanía que somos una ciudad celíaca, alérgica al gluten; la ciudad siempre había hecho chistes con eso, pues esas palabritas suenan a vainas de viejas ricas o sifrinas a quienes no les gusta comer cualquier cosa.

Pero no, el diagnóstico es certero: el veneno acumulado ya hizo su trabajo conspirativo, así que ya no se le puede permitir la entrada: ni trigo, ni cebada, nada que contenga cereales de climas, culturas y países con duros inviernos: adiós al pan, a las pastas, a la cerveza. Ya tengo un mes sin dejar de ingresar esos elementos perturbadores al organismo y aquí vamos, recuperando energía, kilos y funcionamiento.

Anotación final: al que hay que castigar urgentemente es al órgano rector de todo esto, al alcalde mayor o legislador: el cerebro tiene años diciendo, analizando y escribiendo vainas como que el ser humano de estas tierras, hecho de maíz, yuca, frijoles, y auyamas, no tiene por qué andar importando y consumiendo trigo o cebada en grandes cantidades. Esas cosas no son de aquí, son cuerpos extraños en nuestro cuerpo social y en nuestro cuerpo humano. Además, esos elementos ya están envenenando también al ser humano europeo, porque todo alimento procesado y envasado trae porquerías antinaturales.

El cerebro sabe todo eso, pero el cuerpo es bochinchero. Y cuando el cerebro no hace el esfuerzo suficiente para poner orden, vienen las guarimbas y terroristas a imponer la muerte y la destrucción.

 

Originalmente en: http://ciudadccs.info/2021/01/07/monte-y-culebra-guarimbas-y-venenos/

 

Juana de Arco: mujer arrecha

En el siglo XIV Francia debió enfrentar la plaga que acorralaba a toda Europa, África y Asia: la Peste Negra. Olvídense de tapabocas, de Bolsonaros y de vacunas rusas: la pandemia más mortífera que ha conocido la especie humana se llevó en los cachos a más de la mitad de la población de Europa y, aproximadamente, a 200 millones de personas en los tres continentes.

Olvídense también del tema sintomáticos y asintomáticos: al que lo agarraba la peste se sentía bien en la mañana, hacia el mediodía estaba ardiendo en fiebre, poco después empezaban los vómitos de sangre y la aparición de bubones (que reventaban y despedían un olor fétido) y ya en la noche el afectado era una especie de mondongo espantoso, liquidado por una bacteria cuyo nombre no viene al caso y ni siquiera hay por qué nombrarla por aquí, zape gato. Esto, hacia 1340 y 1350.

Como suele ocurrir, y ustedes dirán si les suena conocido el caso, los anglosajones de la época, los ingleses, ponían en práctica su diversión favorita: aprovechar un momento de tragedia colectiva para montársele encima a algún débil y multiplicarles la destrucción y el sufrimiento. La víctima en este caso era Francia, un reino que, de paso, tenía por soberana a una familia de imbéciles e incompetentes que se dejaron sabotear e imponer autoridades (reyes y ese tipo de vainas) por los ingleses durante un largo período de destrucción, aplique y bullying que se conoce como la Guerra de los Cien Años.

Desde 1437, durante toda la pandemia de la Peste Negra, y hasta los primeros años del siglo siguiente, Francia no lograba levantar cabeza ni economía ni población ni vergüenza ni moral ni polvo ni nada: era un país desmoralizado, despedazado en sus aspiraciones, sometido por los reyes del país vecino en una pugna familiar ridícula pero estúpida, larga pero interminable, ilógica pero incomprensible.

De pronto, en 1412, nació en un campo minúsculo y apartado de los grandes centros de poder una especie de arañera de Sabaneta, que habría de darle un vuelco a la situación.

A punta de visiones místicas

En la segunda y tercera décadas del siglo XV la situación de Francia era igual de patética, y peor aún la de la monarquía francesa: un rey que enloqueció o ya era loco y no lo sabía (Carlos VI), un hermano y un primo de éste que se echaban cuchillo y zancadilla bello para quedarse con el trono, una reina (Isabel de Baviera) que en los episodios de locura del pobre rey atarantao iba y le montaba cachos con su hermano Luis, el Duque de Orleans; mientras el primo, Juan Sin Miedo, le secuestraba a los hijos, potenciales herederos del rey: la película mexicana más escabrosa. De paso, una facción de la familia encontró el negocio de su vida vendiéndosele al invasor inglés, así que Guaidó ni siquiera puede reclamar originalidad: vendepatrias han existido siempre.

Cuando toda esa gente terminó de matarse, encarcelarse y exiliarse los ingleses estaban felices, porque con autoridades así Francia no iba poder reaccionar nunca a la opresión inglesa ni a nada: aquello no era un país, sino un peladero infecto. Hasta que de pronto apareció ella, Juana. Muchacha campesina de unos 16 años, flaquita y tal pero con una pasión desbordante, un verbo que echaba chispas y un carácter que no había tenido ningún aristócrata francés del último siglo.

Mediante una cantidad de trampas y artes prohibidas (entre ellas el disfrazarse de hombre para poder atravesar el país: cosa mala y prohibida que le metieron en el expediente criminal) la joven consiguió que la llevaran a reunirse con el rey nominal, Carlos VII (no olvidar que los ingleses tenían en el poder a sus autoproclamados), porque tenía algo importante que decirle: desde los 13 años de edad ella había tenido visiones y apariciones místicas, en las que el Arcángel Miguel y otros personajes le ordenaban ponerse al frente de las tropas francesas, coronar por fin a un rey francés y liberar a Francia de Inglaterra. Era 1429, ya la Guerra de los Cien Años iba por más de 90 y los franceses debían sacudirse el aplique, que era tan feo y tan humillante que hasta Dios y sus arcángeles se pusieron en contra de Inglaterra (dicen que dijo Juana).

Por supuesto que en un primer momento se burlaron y la rechazaron. Pero, por pura inspiración y, además, porque la Iglesia examinó a la muchacha y dictamino que no se trataba de una bruja, sino que posiblemente sí tenía visiones y recibía mensajes de lo alto, le prestaron la armadura y el caballo que pidió y la pusieron al frente de un ejército para que fuera a liberar a Orleans, porque así mismo lo solicitó ella. Esa fue la primera acción en la que no sólo sirvió de estímulo e inspiración para que los franceses le ganaran una a los ingleses, sino que además demostró la primera parte de su profecía: ella estaba cumpliendo una misión encomendada por el altísimo, susto.

Misión cumplida

A lo largo de ese año la muchacha encabezó varias acciones armadas, probablemente sólo en plan de conductora y lideresa que levantaba el ánimo de los guerreros (luego ella declararía en juicio que no había matado a nadie con las armas). Marcó con su espíritu arrollador la campaña del Loira, territorio que fue limpiando de ingleses; recibió más de una herida de guerra, entre ellas un flechazo entre el cuello y el hombro; fue guiando a las tropas francesas hacia la emblemática ciudad de Reims, en cuya catedral se produjo el acontecimiento que sus apariciones místicas le habían encomendado: llevar hasta allí al rey legítimo para que se coronara (julio de 1429), cosa que no ocurría desde hacía más de un siglo.

Luego de varias batallas, heridas de guerra y de varios erróneos manejos políticos a la sombra por parte del monarca, Juana logra entrar triunfante con el Ejército francés a París, pero luego comienzan los desatinos. En mayo de 1430, en una vil emboscada, es capturada por una facción proinglesa y entregada a Inglaterra. Allí comenzaron su calvario, su martirio y su viaje a la santidad.

Acusada de herejía y de docenas de crímenes más (entre ellos de travestismo: era una falta espantosa eso de disfrazarse de hombre), fue ejecutada en la hoguera el 31 de mayo de 1431. Un día antes se había salvado de esa muerte espantosa, al negar ante el jurado aquello de la comunicación con los santos y la misión divina. Pero después corrigió su declaración y dijo que sí, vale, que Dios a través de un arcángel y varias santas de la Iglesia católica le habían dictado su misión, y murió en su ley a los 19 años de edad; los ingleses la incineraron en espectáculo público. Su muerte no evitó que la Guerra de los Cien Años empezara a llegar a su fin.

Varias décadas luego del femicidio la Iglesia inició un proceso de anulación del juicio o rehabilitación de la figura de Juana, que fue beatificada en 1909; y luego, en 1920, canonizada. Francia, a instancias de Napoleón Bonaparte, la considera su símbolo nacional.

 

Originalmente en: http://epaleccs.info/juana-de-arco-mujer-arrecha/


lunes, 4 de enero de 2021

Raíz de mato (reposición)

Natividad Canelón, mi mamá, es una palabrera nata, cuentacuentos, conocedora de caminos, personas, animales, montes y yerbas de las que curan y las que matan; descendiente de encantadores y fantasmas, dueña, además y por todo lo anterior, de una chispa para el relato oral que ya quisiera yo (aunque sea prestada) para el relato escrito. Ya antes he reseñado algo de su origen y de su magia:

Esta última vez la excusa fue que logré grabar en video su relato oral de una guerra de especies, que se repite seguramente miles de veces a la semana o al día en los montes de América, pero que no todo el mundo ha tenido el honor o el espanto de presenciar en persona. Se lo había oído antes y tuve la ocurrencia o el tino de escribir una versión escrita de ese testimonio (revista Épale Ccs, julio de 2017). Aprovechando el inicio de este nuevo año le pedí que me volviera a regalar esa narración (estos malos hijos, siempre utilizando a sus viejas, pidiéndoles los cuentos y arrullos que los tranquilizan).

Les debo el video completo; esta es apenas mi excusa para reanudar las publicaciones de este blog, interrumpidas en 2018.

Dice el cuento (mi versión escrita):

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Abunda en Venezuela un reptil robusto, lagarto espectacular que el ojo no entrenado pudiera confundir con una iguana. Lo llaman mato de agua y también mato huevero, por su inclinación gastronómica a los huevos de las criaturas que dejan solos sus nidos. También se come algunos animales pequeños. Por ejemplo, a las mapanares recién nacidas o muy jóvenes.
La mapanare es otro reptil que abunda en Venezuela, tiene un mal humor del coñísimo (es la serpiente que más gente ataca y mata en toda América), sobre todo cuando alguien se mete con sus hijos. El conflicto ancestral de mato versus mapanare produce enfrentamientos y situaciones insólitas.
Cuando un mato y una mapanare adulta se encuentran comienza la danza de la muerte. La culebra ataca, el lagarto esquiva, a veces agarra a la culebra (ventajas de tener manos) y le mete unos mordiscos que rompen, desgarran, pero no es fácil inmovilizar a una culebra en actitud de ataque. En algún momento de la batalla el lagarto se agota, pierde energía y velocidad y entonces la mapanare lo muerde. Los pertrechos de la mapanare contienen de 1,5 a 3 mililitros de un veneno potente y corrosivo que le ha dado el sobrenombre a la serpiente en algunos países: pudridora. La mapanare te muerde y en 4 minutos ya tienes muerto y ennegrecido el tejido del miembro donde te mordió. Si ese líquido destructor llega a penetrar el flujo sanguíneo queda poco por hacer. Medio mililitro de esa toxina basta para matar por asfixia y necrosis múltiple a un ser humano de 95 kilos o menos. El lagarto no llega a pesar nunca 3 kilos. Pero cuando la culebra lo muerde no termina la pelea: ahora es cuando comienza.
El mato ha recibido una dosis mortal para cualquier ser que no tenga al alcance un laboratorio que le proporcione suero antiofídico. Pero resulta que el mato tiene uno, y lo tiene bien cerca por cierto (güevón que fuera, para ponerse a pelear con una loca de esas lejos de su farmacia). El mato abandona la pelea y va a buscar una planta que el saber popular ha llamado raíz de mato. Escarba, muerde la raíz y se chupa un jugo amargo que contrarresta el efecto del veneno. Espera unos minutos; la culebra está allá aguardando por el segundo round de la pelea. El lagarto regresa recuperado y se reanuda el combate. Vuelve a producirse la coreografía mortal; la culebra es mordida y, al cabo de un rato, el lagarto también. Corre de nuevo el mato tras su elíxir de la vida, la serpiente espera engrinchada pero paciente, inmutable en su furia; la pulsión de muerte permanece en su sangre, como hielo en el hielo. Esa frase no es mía, maldita sea; la escribió Gustavo Díaz Solís.
La escena se repite varias veces. La norma es que triunfe el mato y despedace a la mapanare, pero a veces el cuerpo del lagarto no resiste y la culebra destruye al asesino de sus hijos.
La raíz de mato es usada ancestralmente como antídoto contra las mordidas de animales ponzoñosos por varios pueblos de la tierra. La llaman de varias formas según los países y culturas. Y así se llama un pueblo ubicado allá donde Barlovento empieza a flirtear con los confines del Waraira Repano.