domingo, 27 de diciembre de 2015

La venganza de Canelón

Natividad acaba de cumplir 80 años (el 25 de diciembre). Ha venido a esta montaña a celebrarlo, y lo ha hecho cumpliendo una especie de dulce venganza, tal vez sin darse cuenta.
Mi mamá es sobrina de dos seres legendarios. Por el lado materno es sobrina de Juan Esteban García, ícono y patrimionio cultural del pueblo venezolano; este caballero fue quien con más reciedumbre divulgó y le sacó matices a la bandola central o guaribeña.
Por el lado paterno es sobrina de un fantasma: su tío fue el guerrillero Desiderio Canelón, alzado en armas en el oriente venezolano en los años 60, y de quien se corrieron voces y cuentos asombrosos. Por ejemplo, que varias veces estuvo rodeado por el Ejército o la Guardia Nacional, y que cuando estaban a punto de liquidarlo o darle alcance en el lugar donde se encontraba se levantaba una nube de comején o saltaba un tigre: era el tío que huía transfigurado en bestia.
Una vez lo sorprendieron entrando clandestinamente a su casa en San José de Guaribe; los efectivos militares le gritaron desde afuera que se rindiera, que iban a entrar por él. Desiderio les pidió a su mujer e hijos que se metieran en un cuarto de la casa mientras él esperaba a los asesinos en la sala. Los soldados entraron, registraron, interrogaron y golpearon a la esposa, a los muchachos. Pero a Desiderio no lo vieron. A Canelón, que nunca se movió del centro de la sala, y allí mismo lo encontró la familia cuando los uniformados se hubieron ido y ellos pudieron salir del cuarto.

También se dice de este guerrillero que solía esconder a sus compañeros de armas en el fogón donde se cocinaba, en esa misma casa. Alí Primera se enteró de estos prodigios y le dedicó aquella pieza, "Me lo contó Canelón", en la que narra alguno de estos cuentos y remata diciendo: "Y Canelón nunca miente. Si alguna vez él mintió dijo una mentira hermosa".


Nunca ningún cuerpo represivo pudo capturar a Canelón en dos décadas de clandestinidad (un sagaz campesino hecho combatiente del Frente Ezequiel Zamora, baquiano en todo el cerro El Bachiller) ni en las siguientes dos décadas de retiro en sana paz en el pueblo costero de Osma. En los años 70, quien llevaba ese apellido era perseguido, investigado y humillado donde se encontrara; ser familiar de Canelón era una marca horrible que te señalaba como criminal o cómplice de un criminal; varios Canelón fueron apresados, torturados y asesinados.
Su sobrino Cecilio (hermano de mi mamá) una vez apareció en Venezolana de Televisión contando cómo lo detuvieron y torturaron para tratar de sacarle información sobre el paradero de su tío; Cecilio solía subir a la montaña a llevarle información y alimentos al fugitivo y en una de esas lo pillaron ( aquí, el testimonio de Cecilio: "Lo que querían era matarme": Cecilio Canelón). Cuarenta años más tarde, en 2007, el comandante Chávez fue a Mango de Ocoita a entregar unos crédicos para el cultivo de cacao, y uno de los campesinos beneficiados por este programa fue Cecilio, quien ya estaba muy viejo pero activo y con la chispa intacta. Cuando le llegó el turno de recibir su cheque se le cuadró al comandante en un saludo militar, le entregó una bolsita de papel y le dijo ante las cámaras: "Chávez, llévese este jengibre para que se lo vaya masticando. Porque usted habla mucho y esto es bueno para mantenerle limpia la garganta". Acto seguido le contó cómo fue que la Guardia Nacional lo guindó de los pulgares durante todo un día para hacerlo delatar a Desiderio, y no lo lograron doblegar (en el enlace de arriba, el video que le hicieron en VTV ese mismo día).
Desiderio murió de plácida vejez en los años 90, y Cecilio unos pocos meses después de ese encuentro con Chávez.
Una vez le pregunté a Margarita, la hija de Desiderio, por las renombradas virtudes mágicas del tío abuelo. La mujer arrugó la cara y respondió: "Ay pero a la gente sí le gusta inventar cosas...". Me mostró un libro donde otro comandante guerrillero reseña episodios de su vida en fuga junto al fantasma: el hombre logró en un momento escapar de Venezuela con identidad y pasaporte falsos. Resulta que mientras los órganos de seguridad del Estado barrían las montañas de Guárico y Miranda en busca del peligroso, escurridizo y esotérico combatiente éste se encontraba en París, buscando apoyo entre los izquierdistas europeos y cogiéndose a unas cuantas francesas, de quienes decía: "Es el mismo hueco, camarada, la misma vaina".
***
Natividad ha venido entonces a este sistema de montañas, huyéndole a los calorones del Guárico y pidiendo a gritos que la llevaran a echarse un chapuzón en un río decente. La he llevado los más poderosos y fríos que conozco en la zona. Le he advertido dos cosas: que el agua es muy fría y que no es fácil llegarles a los pozos. Lo del agua fría me lo rebotó con ese cuento que todos sabemos o deberíamos saber: "Ah carajo, usted se le mete sin compasión y cuando sale del agua ya no siente frío". Lo de caminar sobre el piedrero sí se me antojaba un poco más engorroso. Aquí comenzó la venganza de la sangre marca Canelón.
Antes, el recuerdo de la experiencia de caminar al lado de mi vieja: en Caracas, tratando de hacerla ingresar a una escalera mecánica, el trauma de verla paralizada y sin coordinación, sudando, aferrada a mi brazo y cerrando los ojos mientras aquel espanto de aparato la subía hasta la salida de la estación Bellas Artes. Y antes de eso, el tratar de comprender su pánico y sus oraciones mientras el tren avanzaba por debajo de la tierra. Esto fue hace más de diez años y a mí me conmovía y me llenaba de tristeza el que ella, la señora que me parió, se viera tan desvencijada e incapaz de descifrar los artefactos citadinos en la relativamente cómoda edad de los 70.
Ah, pero una cosa es ver a una campesina tratando de entenderse con la urbe y otra muy distinta verla en su elemento, camarada.
Para empezar, no fue ella sino mi hermana, quien anda por los cincuenta y tantos pero con una operación espantosa en el fémur, la que anunció que no iba a poder llegar al primer pozo; el camino era empinado y lleno de piedras lisas y barranquitos respetables. Mi sobrina tampoco bajó a la quebrada, en solidaridad con su madre. Me fui entonces con mi vieja a sentirme perplejo y un poco culpable: aquella doña que una década atrás parecía tan inútil y desvalida en el Metro fluía y saltaba por aquel pedazo de bosque húmedo con una agilidad que me obligaba a apurarme, no para alcanzarla o ayudarla a nada, sino para no quedarme muy atrás.
Después vino el rico chapuzón, con la ropa puesta, y como quedó con ganas de más entonces la zumbé de cabeza en La Piedra del Patio, en Calderas.
En el camino de regreso, el ejercicio de identificar árboles y matas: la vista clarita, la mente alerta, el sentido del humor resplandeciente. Diez años más vieja y diez siglos más joven que aquella anciana de la que me llegué a compadecer en Caracas.
Rodeado de mi vieja y de mi hermana. Canelón en dos tiempos (Foto: Genesse Hernández, de otra generación de Canelón)

Ando entonces en el trance de disfrutarla en su nueva plenitud: andamos sembrando semillas olvidadas o desconocidas para la mayoría, aprendiendo con ella el arte de trabajar con arcilla, escuchándole sus cuentos, y malvada sea la gracia que me hace la forma en que narra vainas tan espantosas como cierto accidente de autobús en que pereció un gentío. Una verga de la que nadie debería reírse, da risa cuando ella la cuenta, afligida y adolorida, muy en serio.

A ver qué se nos pega, así sea tardíamente, de esta limpia y ancestral sabiduría.