sábado, 17 de diciembre de 2011

La tarea

Entrenados para el consumo de cosas inútiles e innecesarias, tenemos la misión de construir una sociedad en la cual la felicidad no sea una mercancía. Donde los objetos no compren nuestras sonrisas.
Programados para el egoísmo y la santificación de la propiedad privada, tenemos por tarea reprogramar a la humanidad para que nadie sienta el deseo de matar a quien nos arrebate un objeto, que a fin de cuentas no tiene por qué pertenecerle a uno solo.
Adoctrinados por siglos para respetar a entidades y personajes que exigen que nos inclinemos, les recemos, les temamos y les rindamos culto, tenemos por meta el diseño de un mundo donde no haya seres humanos postrados sino gente libre de fantasmas y disfrutando la búsqueda colectiva de la felicidad.
Educados para pensar que el mucho estudiar hace superiores a unos y que la falta de estudio convierte en miserables a otros, tenemos el objetivo tremendo de fabricarnos un sistema donde todos produzcamos cosas con las manos y con el cerebro; donde todos podamos diseñar un puente, curar a un enfermo, sembrar una planta y limpiar las calles; donde nadie podrá sentirse humillado o superior al hacer una cosa u otra.
Engañados por siglos con la conseja según la cual el trabajo dignifica (sobre todo en un modelo de sociedad en el cual los que se parten el lomo son execrados y sacrificados en beneficio de los que no hacen nada) tenemos por delante un camino que ha de llevarnos a la valoración del ocio creador de todos, no el de una élite de privilegiados (porque esos privilegiados no existirán).
Empujados a creer, mediante ardides propagandísticos y una persistente cultura cinematográfica, que sólo los violentos son valientes y que sólo los que llevan fusiles y armas merecen y pueden conquistar el poder, estamos en la obligación de legarles a las generaciones que vienen la demostración de que la violencia es una vía para acabar con la opresión pero no para mantenerse en el poder, que al final puede terminar convirtiéndonos en hegemonía agresiva y depredadora.
En otras palabras: confeccionados, como de hecho lo estamos, para la vida en capitalismo, tenemos la tremenda tarea de construir un mundo que no es para nosotros, los seres vivos en este momento, sino para gente que todavía no ha nacido.
Llámese socialismo o como sea esa otra sociedad, la misma debe negarnos, rebasarnos, hacérsenos inhabitable, porque los humanos vivos a esta fecha somos capitalistas, incluso los que nos hemos declarado en rebelión.
Mientras nos manejemos con los actuales códigos, que son los que nos impusieron los poderosos, será difícil imaginarse siquiera el mundo que queremos, que por supuesto no es este. Es decir: si seguimos pensando que en la sociedad del futuro todos seremos licenciados o doctores y entonces tendremos carros, casas, recursos y tiempo para viajar por el mundo, seguiremos estancados aquí, en este tiempo miserable en el cual mucho “socialista” no se ha percatado de que el confort de unos pocos tiene su razón de ser, su explicación y sostén real en la existencia de esclavos.
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Hace poco le decía a una interlocutora que para construir la otra sociedad será preciso acabar con Caracas, desmontar esta ciudad que le sirvió al capitalismo (y por lo tanto no nos sirve a nosotros). Me respondió como la mayoría de la gente que escucha ese tipo de cosas: “¿Y cómo hacer que el gentío se vaya de Caracas si aquí tiene a su familia, su trabajo y sus afectos? No, no es posible decirles a 5 millones de personas que abandonen toda esta infraestructura y se ponga a sembrar y a criar gallinas”. Mi interlocutora razona así porque cree que la tarea de desalojar las grandes ciudades nos corresponde a los venezolanos vivos en esta fecha.
Cree la dulce amiga que la otra sociedad debemos construirla para que estemos allí nosotros, los que estamos vivos aquí y ahora. Es fácil y automático pensar en la familia y los conocidos (imagínate: mi pobre tía que ha vivido toda la vida en Catia, ¿para qué y para dónde la voy a mandar?) pero es muy difícil pensar en términos de la especie humana, en ese conglomerado gigantesco de personas que no ha nacido todavía y que no tiene por qué recibir como herencia nuestros miserables códigos actuales. Se nos hace difícil pensar que dentro de 70 años ya ninguno de nosotros (digamos pues, los que hoy tenemos más de 20 años de edad) estará vivo, y que quienes estarán construyendo el mundo para entonces podrán hacer cosas que a nosotros hoy nos parecen inconcebibles. Por ejemplo, crear poblados amables y propicios para la vida humana, fuera de esta plasta de mierda donde las reglas de supervivencia consisten en pasarles por encima a los demás, liquidarlos física y moralmente, para poder llegar primero, comer más y “mejor”, vivir en las “mejores” zonas, cogerse a los mejores culos, tener el mejor carro, el mejor cargo, la mejor imagen.
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La Revolución entrará en su etapa creadora (ahora estamos en la etapa germinal) cuando al menos logremos soñar esa otra sociedad, y para que logremos eso tenemos que entender que esa sociedad futura no debe regirse por los cánones y criterios actuales de “éxito” y desarrollo. Mientras tanto, es preciso luchar con lo que hay y al lado de los que al menos ya se dieron cuenta de que esto anda mal. Pasarán muchas cosas y se derramará mucha sangre y lágrimas antes de que el ser humano pueda prescindir de los objetos y costumbres con que el capitalismo llenó la tierra. Mientras tanto estamos condenados a ser contradictorios, a renegar del capitalismo desde su entraña, e incluso desde sus comodidades y perversiones.
La difusión de este mensaje ha sido posible “gracias” al sistema esclavo que ha originado la existencia de Internet, de las computadoras y de sujetos con tiempo de sobra para dedicarse a la reflexión sobre el mundo y sus monstruosidades. Sujetos como el autor de este escrito no serán necesarios ni posibles en la sociedad que queremos, que será viable para la vida en dignidad. Pero en esta de ahora cumplimos un papel: poner sobre la mesa la reflexión incómoda que pocos se quieren hacer: que “triunfar” en el capitalismo es estancarnos. Que no debemos aspirar a ser capitalistas que hablan de socialismo sino a ser agentes capaces de acelerar la destrucción del capitalismo y sus dinámicas.

martes, 29 de noviembre de 2011

Politiquear

Cierta percepción ciudadana acerca de lo que es la política relaciona esta actividad, parcela u ocupación, con la destreza para mentir. Político: embaucador y mentiroso. La asociación es vieja y probablemente tenga su origen en el talante (poco comprendido por cierto) de la obra que dio inicio a la ciencia política, entendida como construcción filosófica: el nombre de Maquiavelo es asociado automáticamente con las nociones de perversidad, maldad y trampa, así poca gente haya leído El Príncipe o sepa de qué se trata, qué contiene o qué propone.
En algún momento se acuñó la idea de que para ser un político exitoso hay que ser maquiavélico, lo cual en sentido estricto puede significar que el aludido está siguiendo las instrucciones o enseñanzas de Maquiavelo. Pero para efectos del habla común de las personas, que no tenemos por qué haber leído los clásicos de la filosofía para tener derecho a usar ciertos términos, lo que estamos queriendo decir es que el mundo de la élite política y el de los aspirantes a vivir de la política está lleno de seres repugnantes, militantes de una antiética capaz de moverlos a hacer cualquier suciedad con tal de conseguir sus objetivos (ser diputados, presidentes, alcaldes o amantes de todos los anteriores).
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Es mentira que maquiavelo haya dicho algo que quienes no lo leyeron le atribuyen con una facilidad deslumbrante: “El fin justifica los medios”: Y en caso de que lo hubiera escrito sigue siendo fascinante la manera en que algunos se han amoldado a ese precepto. Que María Corina Machado haya inventado un tiroteo para hacerse la víctima; que cada semana Julio Borges haga una rueda de prensa para presentar cifras forjadas acerca de la presunta destrucción de Venezuela; que la hegemonía anglosajona haya inventado que en Irak había armas químicas y que Khadafi dizque bombardeó con aviones una marcha pacífica, antes de proceder a invadir esos países; que la prensa burguesa promueva día a día una imagen dantesca y terrorífica de Venezuela; que ayer mismo Antonio Ledezma haya dicho que Chávez mandó a suspender para siempre las elecciones. Todo “eso”, ese despliegue que no puede llamarse sino asesinato moral (paso previo para el asesinato físico) forma parte de una misma praxis política: creo una imagen espantosa del enemigo para así justificar su destrucción física, su muerte efectiva.
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A Kissinger se le atribuye el haber dicho: “Acusa a tu enemigo de fornicar con cerdos y luego siéntate a ver cómo lo desmiente”. Aplica muy bien para la forma en que el poder económico en decadencia y sus sirvientes ejercen la política. Por fortuna vivimos en un país en el cual la verdadera política la están ejerciendo el hombre y la mujer humildes, y no los aspirantes a ricos o a gobernantes de un país previa invasión y bombardeo de sus tutores internacionales.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Salsa y control: quinceañero del Veintitrés en Buenos Aires

Mañana (sábado 26) presentan en Buenos Aires, Argentina, una edición marginal de Salsa y Control, el libro de cuentos gracias al cual la gente empezó a decir y a creer que soy escritor.
Esta es la tripa de esa edición:
Y este es el blog en el cual los chamos de la editorial dicen lo que piensan del librito y del autor:
Y acá abajo está lo que me ha provocado expresar a propósito de ese acontecimiento, aparte de la contentura y el agradecimiento enorme que siento por el gesto de los compas Eduardo Febres, Giordana García Sojo y todos los que participaron en la conspiración.

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Unos chamos venezolanos acaban de reeditar en Argentina el libro de cuentos Salsa y control, aquella obra que escribí cuando todavía era un muchacho y se me notaba. Esencialmente sigo siendo aquel muchacho pero ahora me desplazo en un cuerpo de 46 años, así que la muchachez sólo se me nota cuando hablo, cuando cometo irresponsabilidades y cuando me enamoro.
Sobre el libro y las circunstancias en que fue escrito y publicado creo que ya dije bastante en esta entrevista:

http://www.platanoverde.com/pulpa_detalle.php?id=71 .

Agregaré que en estos días están cumpliéndose 15 años desde que apareció la primera edición, más o menos 20 desde que entregué el manuscrito en la editorial, y unos 25 desde la vez que agarré un bolígrafo en mi cuarto, allá en el bloque 20-21 de La Cañada, y empecé a garrapatear algo que decía: "Antes de comenzar el tráfago de andamiajes y cornetas en la cancha...". Tráfago. Maldita sea. Qué pretencioso y cabeza e machete era yo en ese tiempo, cuánto daño me hizo leer a García Márquez. Pido perdón a mis muertos por haber usado ese tipo de expresiones en mi juventud.
Por cierto que ese cuento iba a titularse Guerra en La Silsa, y se suponía que allí iba a reeditarse el duelo de tumbadoras entre Mongo Santamaría y Ray Barretto mientras en otro lugar, dentro del bloque, se desarrollaba otro duelo donde mataban a Primito. Pero no, la vaina se me fue por otro rumbo y terminé contando el chisme del personaje a quien la chama de sus sueños se le entregó en unas escaleras y al hombre no se le paró el machete. A cualquiera le pasa, y también por eso le pido perdón a mis muertos.
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Esa que acaba de salir es una edición artesanal o al menos hecha con criterios artesanales, es decir, con las uñas. Me consta porque los compas que han hecho posible esa travesura andan en una mamazón todo el tiempo, y yo sé que al publicar ese libro no andan buscando ganarse unos reales sino más bien quedar igual de mamando y además endeudados.
Mencioné la muy burguesa palabra "travesura". Lo es: según las leyes y la convención y tal los derechos de publicación de Salsa y Control los tiene Monte Ávila Editores Latinoamericana, así que, si nos apegamos a las leyes y normas vigentes, esos carajos están incurriendo en un delito. Si algún abogado trasnochado de la editorial del Estado decide un día de estos ponerse a trabajar o a justificar su sueldo pudiera meterles un susto, porque todavía en este tiempo la gente cree natural, lógico y defendible el hecho de que un producto cultural (en este caso un libro) tenga dueño.
Sobre las artes pesa todavía, y parece que pesará aun por varias generaciones, el criterio de propiedad: mucho tiempo y mucha sangre ha de costarnos entender y aceptar que la cultura no puede ser una mercancía, que nadie debería pagar por leer un libro, escuchar música, disfrutar de una obra audiovisual. Pero si se da la coñaza y vienen y los demandan pues jugaremos con las armas del enemigo y entonces vendré yo, más burgués que nadie, a decir en el tribunal que la editorial no es la dueña de ese libro sino yo mesmo, compadre: yo escribí la verga esa y soy su propietario, y me dio la gana de regalarles el libro a los chamos de La Barbarie Buhonera junto con el derecho a quedar endeudados por publicarlo.
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Sobre el libro, aparte de otras cosas tantas veces dichas, quisiera agregar algo que seguramente ya dije antes pero no tan seguido. Me parece un libro aparatoso y con más pretenciones que logros, pero del cual me resulta muy difícil renegar porque ya mucha gente se refiere a él con cariño y agradecimiento, y yo no soy quién para venir a exponer razones para odiarlo. Por supuesto que hoy lo escribiría distinto, con otro lenguaje, con otro ritmo, con más "relax"; sería un libro conversado más que escrito.
Además (y esto es fundamental) como ese es el libro de mi juventud, y en la juventud uno está formándose y descubriéndose al mismo tiempo que descubre al mundo, Salsa y Control viene a ser el testimonio del muchacho desubicado, torpe y libre de obligaciones o convicciones políticas que yo era en los años 80. Paréntesis: no me parece en lo absoluto casual el que yo haya llegado a Caracas a los 15 años y que hoy ese libro quinceañero esté llegando a Buenos Aires: nuestras obras imitan a veces nuestros pasos viajeros.
Los primeros cuentos que escribí allí pertenecen a la visión del mundo de un coñito a quien le interesaba más la playa que el activismo político. De pronto sucedió el 27 de febrero y me agarró en la avenida Sucre, no pude entrar a La Cañada; de pronto la masacre, los muertos y el tiroteo más espantoso de mi vida, en el que no hice sino huir mientras otros chamos de mi edad se fajaban a tiros con los cuerpos represivos; de pronto la anarquía del 28 y yo me apliqué al disfrute irresponsable del saqueo mientras otros chamos de mi edad intentaban organizar a la gente para que lo hiciera todo con orden antes que llegaran los pacos; de pronto el metralleteo serio con fusiles y cañones punto cincuenta, yo tirado en el piso del apartamento mientras otros chamos de mi edad caían asesinados por racimos; de pronto el regreso a la universidad luego de los días de suspensión de las clases, yo desconectado de los acontecimientos macro mientras otros chamos de mi edad daban las noticias de que habían muerto unos compas con quienes nunca compartí, una Yulimar que lleva el nombre de mi hija, unos conocidos Yanco y Roland a quienes tortuaron y volvieron mierda en la DIM. Los primeros cuentos del libro fueron escritos antes del apocalipsis de febrero de 1989, y los otros después. Unos cuentos de Salsa y Control los escribió un muchacho y el resto los escribió otro distinto.
Ciertos cuentos de Salsa y control ya no podían ser entonces los mismos que otros, como no fue la misma mi vida desenfadada: ese año crucial me volvió político y politizado pero conservé la fobia a los jefes y subalternos, a las jerarquías y a la disciplina. Resultado: un carajo transgresor pero (o tal vez por ello mismo) incapaz para la vida en militancia y para la construcción de colectivos.
Ese año la historia de mi país le estalló en la cara a aquel carajito playero (el país estaba cambiando con él, o al mismo tiempo), oprimido pero sin criterio de clase y sin noción de lo que eran las luchas populares, y lo sedujo con un beso que sabe a humo, a sangre, a cera, a cosa que arde, a lágrima, a beso, a mujer prohibida, a Sóngoroconsongo, a muerte, a flores secas, a mierda, a perfume, a ropa de mujer que tiembla, a trabajo en cauchera; a hombre maldito, a hombre sentenciado, a amenaza, a gobierno que tambalea, a piedra, cuero y bongó...

sábado, 19 de noviembre de 2011

Si usted no quiere saber qué es una revolucionaria, mejor no lea esta historia

Quiero dejar constancia de mi admiración y mi amor fraterno por la camarada Isabel Palma de Tabares, genuina heroína de Taiguaiguai y del pueblo venezolano. Agradezco a Mayra Núñez el habérmela presentado

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El escenario “macro” donde se desarrolla esta historia es el siguiente. En la margen sur del embalse de Taiguaiguai (estado Aragua, entre Cagua y Villa de Cura) suele haber inundaciones en una época del año y una sequía muy dura en la otra. En las parcelas más lejanas al embalse hay vocación agrícola y allí se producen verduras y frutales en cantidad. Pero en las más cercanas es imposible sembrar nada como no sea pasto para el ganado.
Cuando las aguas del embalse se desbordan no sólo cubren una parte de las parcelas del asentamiento, ubicado en los alrededores de la antigua hacienda El Tamarindo, sino que van a parar al río Aparo, que desemboca en el Lago de Valencia. Y allí se presenta otro drama: como en una época las aguas del lago comenzaron a retroceder y los “genios” de la ingeniería y la geología en la IV República aseguraban que iba a desaparecer, la gente empezó a colonizar lo que iba quedando seco en el veloz retroceso de las aguas. Pero ahora el lago está volviendo por lo suyo, recuperando el terreno perdido, y ahora la gente debe huir precipitadamente de los sitios donde se había instalado. Parece una historia aparte de la de Taiguaiguai, pero tiene mucho que ver.
En 2005 se decretó la emergencia en los alrededores del lago de Valencia, y entre las medidas tomadas estuvo la creación de dos trasvases: uno en Los Guayos y otro en Taiguaiguai. Un trasvase es, dicho de manera ilustrativa, una obra de ingeniería mediante la cual usted saca agua de donde sobra y la lleva para donde falta. En Taiguaiguai (donde sobra) el INDER-Hidroagrícola construyó un sistema de riego cuya tubería principal atraviesa la carretera y una montaña para llevar agua al valle de Tucutunemo (donde falta). Y antes de atravesar esa montaña, el mismo sistema beneficia a gente en el propio parcelamiento Taiguaiguai. Esto ha generado un impacto cultural y humano profundo, ya que los parceleros tendrán ahora oportunidad de replantearse el tema de las siembras y las cosechas. Antes el verano era un tormento a pesar del agua del embalse; ahora hay agua para regar en todas las épocas del año.
Alrededor de esa tubería, de ese sistema de mangueras, puntos de riego y estaciones de bombeo se levantó con toda su fuerza y su ternura la figura inmensa de Isabel Palma de Tabares.

Todo para todos; nada para ella

Isabel (o Miriam, como por alguna razón la llamaban y se hacía llamar) vivía con su esposo, José Tabares, en una precaria vivienda hecha de láminas de zinc. El sustento se lo ganaban de la venta del queso que producían, producto del ordeño de unas pocas vacas, en una parcela muy cercana al embalse. Es de las que se inundan en el invierno y queda totalmente estéril en el tiempo de sequía. Son cuatro hectáreas de las que, en tiempo de lluvia, queda seco apenas un cuarto de hectárea. Ellos habían hecho una casita de bloque en esa parcela y en una de las inundaciones la perdieron con todo lo que tenían adentro.
Líder y organizadora natural de su gente, dedicó buena parte de su vida a gestionar para todos los sectores los servicios de los que hoy disfrutan. A sus gestiones se debe que hayan instalado allí la luz eléctrica, que las autoridades hayan hecho transitable la vialidad y construido dos puentes que permiten cruzar el río Las Minas; a sus diligencias se debe que haya entrado al sector la Misión Madres del Barrio, que se haya puesto en funcionamiento el preescolar de La Majada; le consiguió prótesis y beneficios a discapacitados, pensiones para ancianos, aportes para fiestas infantiles.
Todos los testimonios recogidos en la zona donde Isabel vivió e hizo activismo comunitario (una zona gigantesca: el asentamiento Taiguaiguai, mil hectáreas donde habitan unas 6.500 personas, que incluye entre sus sectores a La Majada, Tamborón, Bella Vista, Múcura I y II, Santa María, Gamarra, La Cuadra y otras) dicen exactamente lo mismo, incluso casi siempre con las mismas palabras: que era una mujer entregada al servicio de la comunidad, que era incansable, que siempre conseguía beneficios para sus vecinos y nunca para ella.
Dicen también que tenía gran cantidad de contactos y habilidad para acercarse a las altas autoridades municipales y estadales, y cuando uno ve la barraca donde vivió con su esposo se da cuenta de lo que significa la vocación de servicio. Isabel nunca obtuvo nada personal ni familiarmente, como no fueran algunas satisfacciones colectivas.

El trabajo del esposo

De José Tabares, el esposo, toda la comunidad tiene más o menos la misma percepción: se trata de un señor silencioso y trabajador cuya misión más importante era facilitarle a Isabel la participación en todas las actividades de organización de la comunidad. José nunca se opuso a que su mujer llevara ese ritmo y esa forma de vida. Él se dedicaba a trabajar en su parcela mientras ella iba por todo el asentamiento, dedicada a resolver problemas, a servir de enlace entre la comunidad y el Gobierno, a agitar y participar en cuanto programa gubernamental llegaba o hacía falta que llegara.
Poca gente lo había oído hablar o había visto hacer otra cosa distinta que ocuparse de su terrenito y de buscar a Isabel al final de la tarde o en la noche, todos los días. Pero al conocerlo uno se da cuenta de que no tiene problema alguno para echar cuentos. “Yo la conocí en Cagua, de donde ella era y donde yo vivía. Yo la conocía hace tiempo, desde los años 70. Un día iba pasando por el frente de su casa y nos zumbamos un piropazo, ahí empezó todo. Nos enamoramos, nos casamos en el año 85. Tuvimos dos hijos que se murieron muy chiquitos. El que nos queda es un hijo de ella que ya tiene 30 años, a ese lo criamos juntos, así que ese es hijo mío”.
Todo un resumen de la relación de pareja, para luego pasar a hablar de la faceta de activista de su esposa con admiración. “Ella estaba muy contenta. Cuando el Gobierno empezó a meter tuberías ella lo organizó todo para que hicieran los trabajos primero en otras parcelas. Como había que hacer unas pruebas y la laguna estaba muy crecida y la parcela de nosotros estaba inundada, ella dijo que hicieran esas pruebas en el terreno de Sandra y Angel, que tienen su parcela sequita”. Entre Tamborón y La Majada se beneficiarían poco después 31 parcelas más, antes que la suya. Ella estuvo allí cuando realizaron esa prueba del sistema de riego; abrieron la llave para que los vecinos vieran cómo funcionaba, salió el chorro de agua, y eso fue lo único que alcanzó a ver Isabel.

Nada de médicos

Hacia agosto ella se empezó a sentir mal. “En los últimos tiempos sentía cansancio y un estrés y ella se lo curaba con un guarapo de malojillo”, cuenta José. Luego del guarapo sentía cierto alivio y entonces decía: “¿Viste que no hace falta ir al médico?”. Efectivamente, después del te y el descanso ella volvía a salir a la calle a trabajar por su gente. “En el último tiempo repetía mucho, ‘Yo quiero que se resuelva el problema de las vías, que el Presidente le haga las casas que les prometió a la gente de La Majada, pa que no digan que yo soy embustera’”.

El día que comenzó el censo de población, en septiembre, salió a empadronar por las parcelas y regresó a las 3 de la tarde, más temprano que nunca. Esa noche, martes 13, finalmente aceptó que la llevaran al CDI de Villa de Cura. Estaba muy débil y los exámenes revelaron que tenía muy bajas las plaquetas. Los médicos dijeron que parecía dengue, pero no mostraba los síntomas. Fue trasladada al hospital.
El jueves 15, pocos días después de ver las pruebas del sistema de riego, falleció de un infarto. Tenía apenas 57 años de edad.




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Apéndices



En su memoria

Testimonio conjunto de las braceras (todavía esclavas de hijos de puta dueños de haciendas, pero en proceso de dignificación a través de su trabajo de organización en el Consejo Comunal de Múcura I)) Leiva Acosta, Ofelia Villalobos, Yolimar Acosta, Juana Lovera, Alix Torres:


La conocimos antes del 2004, ese año se conformó el Consejo Comunal. Como eran pocas personas, se hubo que hacer un CC de 3 sectores juntos para poder completar las 200 personas. Se hizo amiga de todo el mundo, todo el mundo la conocía, estaba disponible todo el tiempo para salir a ayudar. Les decía las cosas a la gente en su cara como era y eso le caía mal a alguna gente. Pero eso es lo mejor, decir las cosas como son. Ayudaba a todo el mundo pero con la verdad por delante. Una vez estuvimos en la Gobernación hasta las 10 de la noche para que nos dieran 500 bolos para la fiesta del Día del Niño, tuvimos que venirnos en cola desde Maracay. Pareciera simple, pero ella nos sacó el RIF a toditos, para ahorrarnos el trabajo de madrugar. Ella nunca estaba cansada. Siempre estaba disponible. Las mujeres de madres del barrio todavía están cobrando las pensiones desde el 2005 que hicimos ese censo; les consiguió beneficios a los pensionados. Les mejoró la calidad de vida de esas personas de la tercera edad. Y ella no fue nunca beneficiaria de nada. A veces por andar haciendo diligencias no podía vender los quesos, que era de lo que vivía.

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Hilda de Contreras:

Ella pasaba por mi casa todos los días, era su parada donde esperaba el bus. Era muy amable, dulce, generosa, pendiente de todo el mundo y ella no se involucraba en nada.
A mí me operaron del corazón gracias a sus diligencias. Eran 192 millones para ponerme un aparato y no teníamos los recursos. Nos ayudó a introducir la petición en la Fundación Pueblo Soberano y me operaron en el cardiológico de Maracay. Con un beneficio del presidente. Fue en el 2007. Cuando murió estaba consiguiendo recursos para otra operación que hay que hacerme.

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Un homenaje


El Gobierno Bolivariano recuperó, en 2009, la antigua hacienda El Tamarindo, unas 350 hectáreas donde funciona ahora una Unidad de Producción Socialista. Isabel de Tabares formó parte del Comité de Infraestructura, de parte de la comunidad, que hizo el diagnóstico participativo conjunto. Autoridades de Hidroagrícola, conjuntamente con la comunidad, evalúan la posibilidad de llamar a esa UPS con el nombre de Isabel Palma de Tabares, en honor de la luchadora social.

domingo, 13 de noviembre de 2011

El asombro

Todo se empezó a pudrir cuando el ser humano (perdón: un grupo de seres humanos) descubrió que la noción de Poder estaba a su alcance. Que podía manipularlo, administrarlo. Que no había fantasmas ni entes todopoderosos; que por ahí había cuestiones que ameritaban una explicación; que quizá fáciles, lo que se dice fáciles de descifrar, no te eran, pero sobrenaturales tampoco. Parece paradójico, pero no lo es: las religiones fueron creadas cuando un grupo de privilegiados descubrió o se atrevió a seguir a la intuición, en la sospecha de que no había Dios.
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Dios es el antecedente lejano de otros valores inasibles y ficticios, como por ejemplo lo que se barajea en los mercados bursátiles: hay gente que se enriquece o se mata a causa de elementos intangibles cuyo valor viene dado por la especulación, las predicciones y las seudohistorias. Las acciones de un banco al entrar en crisis pueden originar tantas perturbaciones como el acto de ir a mearse en el Muro de los Lamentos o en el altar mayor de la catedral de donde sea.
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Cuando usted llega a tan rotunda conclusión y se da la circunstancia de que está rodeado de una manada de imbéciles (o de esclavos que no tienen tiempo de filosofar porque están ocupados en hacerlo rico a usted con su trabajo), que le otorgan a lo inexplicable o desconocido carácter místico, superior y por lo tanto aterrador, ya su negocio está asegurado: llega usted y se pone una sotana, batola o corona; agarra un cetro o se coloca un anillo con un mollejón de piedra; manda a unos esclavos a construir una catedral, mezquita o pirámide; escribe una historia de profetas, vergajos que caminan sobre el agua, resucitan, vuelan; putas que fornican sin perder la virginidad; se hace rodear de otros coños que se visten con el mismo boato que usted pero no tanto para no opacar su jerarquía; se inventa un ritual, homilía, liturgia y tal, y listo: usted acaba de inventar una religión.
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Cuando simplemente sentíamos que teníamos por encima a seres superiores, cojonudos y descomunales, contra los cuales era imposible pelear o aunque sea intentarlo, estábamos en una etapa cercana a la pureza; esa etapa es el asombro. Pero alguien descubrió que el Poder no es un asunto ajeno a nuestra mente sino que, producto de ésta, podíamos usarlo para nuestro beneficio; ese es el momento en que dejamos la etapa más o menos inocente y pura del asombro y pasamos a ser sus gerentes: sotanas, incienso, mitos fundacionales, tesoros y ejércitos: el nacimiento de toda esa parafernalia pertenece al instante en que los acomodados, los que tienen tiempo para filosofar, para detenerse a pensar, superaron el trámite del miedo y pasaron a convertirse en encarnación de dioses terribles y miseriocordiosos al mismo tiempo.
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Cuando la humanidad en pleno entienda que nadie va al infierno por patearle el culo o escupirle la cara a los estafadores de la fe, habrá una verdadera revolución y las gentes seremos asombradas y felices para siempre.


sábado, 5 de noviembre de 2011

La fase terminal

Decíamos: dentro del capitalismo ya no puede hablarse más en términos de desarrollo, mejoramiento, avance positivo, humanización o progreso. Sólo podrá hablarse en esos términos cuando este sistema de relaciones degenerado y lamentable sea sustituido por otro. En las circunstancias actuales, lo que es bueno para el capitalismo (“bueno”: término muy relativo para un cuerpo en descomposición) no lo es para la humanidad. Lo que alegra y da esperanzas de sobrevivencia a las hegemonías dueñas del poder y los recursos del planeta es una tragedia para los pueblos oprimidos, esto es, para las mayorías. Así, cuando decimos “desarrollo”, “progreso”, “mejoramiento” nos estamos refiriendo a lo que existe, y lo que existe es un sistema en proceso de derrumbe. Igual, cuando hablamos de “corrupción” nos estamos refiriendo a ese mismo cuerpo en decadencia.
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Por lo anterior, contentarnos cuando Venezuela muestra signos de avance, recuperación o progreso medido en cifras macroeconómicas, nos traslada a una dolorosa paradoja: si cedemos al espejismo de que “vamos bien” dentro del capitalismo pudieran algunos creer que vale la pena seguir dentro de este sistema. Dentro de este organismo descompuesto. ¿Para qué buscar alternativas si dentro del cataclismo general podemos salvarnos?
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Se hunde el barco, pero yo feliz porque podré bandearme un rato más mientras los demás se ahogan. Honestamente: ¿le suena ética esa postura? ¿Acomodarse en el bando de los que morirán más lentamente mientras ven morir a los demás sin remedio?
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El capitalismo “popular” que propone una precandidata prohegemónica insinúa que es posible oler a perfume dentro de una atmósfera general que huele a cloaca. Que usted puede zambullirse en el río Guaire y sentirse feliz en medio de la purulencia. Que usted puede chapalear en la morgue y sentirse como en casa, inmune al caos y la desolación. Decirnos a los pobres que es posible encontrar afecto, solidaridad y posibilidad de salvación en medio del sistema que nos empobreció por siglos equivale a decirle a la víctima de violación que hay algo bueno dentro del violador, algo que no hemos explorado. Y que ella, que jamás ha sabido ni sabrá qué significa ser víctima, va a enseñarle a usted el camino de la felicidad en medio de la humillación más rotunda.

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Vote por María Corina: ella le explicará las ventajas y la enorme belleza de ser esclavo, oprimido, sirviente de empresarios. Ella le demostrará que un enfermo en fase terminal puede otorgarle (a usted, que quiere salvarse) un rato de felicidad. Mientras ella y los suyos, tan sacrificados, “trabajarán” para usted desde su comodidad y su conocimiento de las artes del sobrevivir en la cúspide del capitalismo moribundo.

Frente al hundimiento

En un barco que se está hundiendo usted tiene varias opciones y no sólo las dos que a uno le vienen primero a la mente. Usted puede: a) contratar otro barco para su salvación y la de su familia; b) resignarse y hundirse y morir al lado de los demás; c) recurrir a su imbecilidad intrínseca y creer que poniéndole paños y teipes al agujero que tiene el barco en el fondo puede llegar a salvarlo, y salvarse todo el mundo dentro de él; d) ponerse al lado del capitán (que, por cierto, hace rotundos esfuerzos por hundir más la nave y trata de convencer a los pasajeros de que van a salvarse si confían en él) con la esperanza de que él salve, no a todo el mundo sino a usted y a su gente querida; e) asumir con total gallardía que la maldita nave ya se está hundiendo, que en consecuencia un gentío muere y seguirá muriendo en esa tragedia y que por lo tanto hay que proceder a construir otro barco adonde llegará y vivirá otra gente, no necesariamente toda la que está en el barco actual. Y si la vida no nos alcanza para construir o empezar a construir ese otro barco, entonces al menos habrá que comenzar a soñarlo. Porque ese sueño puede que no lo salve a usted individualmente, pero es probable que salve a la raza humana.

Dentro del capitalismo sólo puede hablarse o pensarse en términos de sobrevivencia. Dentro de un sistema que está muriendo nadie puede pensar la vida en clave de mejoramiento personal o del “nivel o calidad de vida”, sin incurrir en el pequeño crimen cotidiano del individualismo y la entrada en competencia con el que no tiene oportunidades. Aunque pudiera ser también que alguien, en un acto experimental de construcción de micromundos, pueda legar un ejemplo, una clave, un manual de instrucciones para su uso en el momento en que toque construir. El tiempo actual es de destrucción; cualquiera que ande construyendo ese tipo de manuales prácticos, al margen de la pelea cotidiana, pudiera estar evadiéndose o dejando un ejemplo. La historia los absolverá o los juzgará.

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Ponerse hoy del lado de los amos del mundo, con la esperanza de que nos traten bien y no nos castiguen con la dureza del que no quiere salvar a los tripulantes sino al barco, es cobarde, repugnante, sucio y además inútil. Porque el capitán del barco morirá también con nosotros: “El mundo ya no se acaba solamente pa’l pendejo”, reza una reveladora canción de Gino González.

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Soñar la otra sociedad es un acto importante y necesario y además urgente. Hay un debate en curso acerca de si es procedente comenzar a construir un barco nuevo sin que el otro se haya hundido por completo. Venezuela es un peculiar caso de permanencia del capitalismo en medio de esfuerzos e intenciones por construir su barco antagónico. No tengo una bola de cristal para saber si este experimento será perdurable o efímero, pero este es el espacio de los que al menos están discutiendo la otra sociedad. Así que en este barco he de hundirme y con estos soñadores dejaré un legado.

Las guerras del pueblo

De Maquiavelo para acá, la humanidad se acostumbró a una percepción coreográfica de lo que es la política. Política: El arte de conquistar el poder o conservarlo. Quítate tú pa’ ponerme yo; yo ataco, tú te defiendes, y viceversa. La guerra por otros medios, etcétera. No es malo creer en máximas o sentencias de este tipo. Lo ingenuo es pretender simplificar los simbolismos hasta el punto de convertirlos en verdades inalterables. Quizá acostumbrados a la asociación de las ideas de “guerra” y “toma del poder” con su simulacro intelectual más notable (el ajedrez), los analistas internacionales suelen caer en el infantil error de creer que, cuando muere un líder (o es desmovilizado, neutralizado, puesto fuera de circulación o simplemente defenestrado) entonces ya quien lo derrocó ganó la guerra. Jaque mate, el rey no puede moverse y se acabó el juego, sin importar qué puede hacer el resto de las piezas: Yo le mato al jefe y usted está muerto.

Una variante de esa visión es la que le otorga a la territorialidad carácter concluyente. “Tomar el cielo por asalto” es una expresión que resume ese anhelo que en la vida real es la toma de un palacio de Gobierno, cuartel general o búnker: “Vamos todos a Miraflores” y después Carmona Estanga es el presidente, así despache desde el hotel Four Seasons. Ocurrió en Irak, ocurre en Panamá (con una intensidad bajísima que desanima, pero ocurre) y ocurrirá en todos los países donde la actual hegemonía económica y militar se imponga e instale por la fuerza: Usted puede liquidar a un ejército regular, usted puede masacrar a miles o millones de personas, pero para liquidar a un pueblo hace falta mucho más que la liquidación física de un líder. Liquidar a un sistema tampoco es tan fácil como maniobrar en un tablero y llevarse en los cachos al mánager; no porque Chávez esté al frente del Poder Ejecutivo se acabó el capitalismo en Venezuela. Y no porque hayan matado a Khadafi Europa y EE UU gobernarán con tranquilidad la Libia devastada. Lo que sigue no es un aspaviento para repetir el cansino eslogan según el cual “si invaden la patria de Bolívar los volveremos ñoña”. No se trata de eso. Es sólo un intento por poner un ejemplo de lo que ha ocurrido en la historia de Venezuela en ausencia de la figura de autoridad (representativa o no de los anhelos del pueblo). Como cualquier pueblo del mundo, el pueblo venezolano siempre se subleva, se sale de cauce, se suelta a la anarquía y a la destrucción, cuando sus conductores legítimos o impuestos cesan en funciones, mueren o pierden el control del orden convencional de la sociedad: Cuando ya no obtienen reconocimiento ni por el afecto del pueblo ni a través del miedo. Sucedió el 5 de julio de 1811 (sacudón contra blancos criollos y españoles de espanto cuando se declaró la independencia); sucedió el 5 de diciembre de 1814 a la muerte de Boves; sucedió en 1830 a la muerte de Bolívar; sucedió en 1936, en 1958; sucedió el 27 de febrero cuando la figura del presidente y del régimen quedaron disueltas a los ojos de la gente; sucedió el 12 de abril de 2002.
Insisto en que esto no es una advertencia ni un alarde de nada. Es simplemente la observación simple: cuando termina la guerra regular y cae la figura de poder suele comenzar la Guerra del Pueblo. Y esa es la que no termina en el tablero convencional. Esa es la que dura y se prolonga. Y en esto estamos desde que hay explotadores y explotados en la tierra.



La barbarie cosmopolita

Cierto discurso interesado y bastante torpe pretende asociar las ideas de progreso, desarrollo y avance a las de urbe, gerente eficiente y confort capitalista. Pudiera bastar con recordar que el capitalismo, para sostenerse, necesita de millones de esclavos y otros tantos excluidos. Las grandes mayorías expoliadas garantizan a una minoría poderosa e implacable el disfrute de recursos y privilegios, y el escenario donde esa relación aberrante ha alcanzado mayores niveles de monstruosidad es en las grandes ciudades, asiento por excelencia de esclavos hacinados y pudientes cosmopolitas.
Pero el análisis no debe detenerse allí, porque tampoco termina allí el macabro discurso-acción de la hegemonía. El bombardeo propagandístico que considera superior a lo que ocurre y se produce en las grandes ciudades, también sugiere que lo que ocurre en los campos y pequeños pueblos de provincia es inferior, balurdo, feo, de mala calidad. No es casual que el adjetivo “folclórico” se haya instalado en el habla común de mucha gente, asociado a lo que el engreído habitante de la urbe considera chimbo y maluco: En muchos círculos ya ganó la idea de que si usted vive en el campo es inferior, menos inteligente, menos avispado; que habla sin propiedad, no conoce de tecnología, no tiene a la mano los servicios y posibilidades que otorga la vida urbana. “Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra” es un dicho que resume en buena medida ese desprecio, esa segregación impuesta, ese mirar por encima del hombro.
De carambola, o tal vez de manera planificada, ha venido a explotarse también en estos años, el rumor sociológico, seudoerudito, según el cual el chavismo ha venido perdiendo terreno (electoralmente) en las principales capitales del país, debido precisamente a ese presunto carácter superior del citadino: Dice este discurso racista y tiránico, que en Maracaibo, Valencia y Caracas, por ejemplo, nunca cuajará un modelo socialista porque ahí la gente “sabe más”, está más enterada de las cosas que suceden en el mundo; es gente estudiada y por lo tanto más analítica y preparada para empujar al país hacia modelos eficientes de gestión y bla, bla, bla. Justo el dato que hacía falta conocer para entender por qué los insultos preferidos del antichavista promedio contra el Presidente y sus seguidores refiere a la idea del salvaje, el animal, el campesino bruto.
Sobre el origen de esa animadversión ya se ha dicho que vivimos en un país urbanizado vertiginosamente a punta de barriles de petróleo. El mito del ser que va a estudiar y a vivir en la urbe en busca de superación y termina yéndole mejor que en el pueblo de donde se largó, ha sido millones de veces rebatido por los hechos, pero todavía se sigue educando a los niños a partir de una novela que dice que la civilización (Santos Luzardo) está destinada a barrer con la barbarie (Doña Bárbara).
Pocos cosmopolitas o aspirantes a serlo se han dado cuenta de que la barbarie no está en el conuco sino en la matanza de personas a balazos en las grandes ciudades, a razón de 150 por semana, y esa ignorancia o ceguera seguirá fortaleciendo el mito de la superioridad del citadino hasta que la historia nos devuelva a la tierra que abandonamos soñando con oro, lujo y plástico.

El proceso de desarme

Ha comenzado en Venezuela un proceso interesante, tanto por su dramatismo como por su carácter aglutinador de la mayoría de las voluntades: el “desarme” de la población civil. El tema se las trae, es una acción necesaria que el Gobierno ha emprendido y por lo tanto es digna de analizar desde todas las perspectivas posibles.
Hace unas semanas el Ministerio de Interior y Justicia destruyó mediante fundición 51.765 armas de fuego, decomisadas en el penal de El Rodeo. En ese mismo acto se informó de la destrucción, en los últimos ocho años, de más de 250 mil de esos artefactos. Nada tiene de reprochable la medida, por supuesto. Sacar de circulación instrumentos homicidas es una necesidad y, si se consigue detener el fenómeno del armamento puesto al servicio del crimen, es una conquista. Pero resulta inevitable una reflexión: así como el problema de la basura no lo ocasiona el ciudadano que bota las bolsas de desechos en la calle, sino el industrial que produce y comercializa masivamente bolsas, envases y otros materiales que son basura desde su fabricación; así como el problema del hambre no es la falta de comida sino el sistema que decidió fatalmente que para comer hay que pagar y hacer ricos a los mercaderes de alimentos; de la misma forma, el problema de la propagación de armamentos (por allí mencionan la palabra “proliferación”) no es su posesión por parte de los ciudadanos sino la existencia de una industria que produce y produce armas, las vende y las vende, enriquece y enriquece a unos delincuentes con salvoconducto para seguir mercadeando con aparatos de destrucción de personas.
De modo que no hay proliferación de armas porque las armas no proliferan (a menos que alguien haya visto cómo fornican y se reproducen las pistolas y revólveres): las que usted ve en las calles no han sido producidas por malhechores comunes sino por empresarios de la muerte, sujetos dedicados a la importación, fabricación y venta de armas.
Por otra parte, iniciativas como el desarme deben pasar por el filtro de las necesidades y expectativas del pueblo, y no sólo por los anhelos de tranquilidad social de las clases acomodadas. Es obvio que la gente que se procederá a desarmar son los delincuentes pobres, los que un bombardeo mediático despiadado quiere señalar como responsables de la “inseguridad” (casi nadie habla del crimen como problema, sino de la “inseguridad”, como si esa palabra significara falta de seguridad o protección policial). El clamor de las clases medias y altas apuntan en esa dirección: hay que quitarles las armas a los habitantes de los barrios pobres. No hay nada en el discurso o la actitud del ‘sifrinaje’ que indique que le preocupan los muertos en los barrios, como no sea a la hora del proselitismo y la explotación propagandística del dolor de los pobres.

Los datos de la rebelión

Ejercicio retórico difícil, ese de tratar de asumirse rebelde, desobediente y libertario y al mismo tiempo profesar simpatías o adhesión a un proyecto de gobierno. Por definición, alguien que cree en la emancipación del ser humano debería estar contra todo Gobierno o poder establecido. Pero en momentos de dramático cambio de paradigmas se producen sobresaltos y anomalías en la historia, y en ese escenario el dato importante del proceso venezolano actual viene a ser que nuestro mayor acto de rebeldía como pueblo, en más de un siglo de historia reciente, ha sido mantener en el Poder Ejecutivo a alguien que le ha abierto las compuertas a nuestras fuerzas constructoras (y a muchas de las fuerzas destructoras).

No es que de pronto nuestra vocación colectiva sea el apoyo a un gobierno o al poder: es que nuestra forma de desafiar al poder, ese mismo que está en proceso de decadencia y autodestrucción en el planeta, es el mantener al frente de un proyecto a alguien que encarna el antipoder. Mirando ahora la otra acera, ya resulta fácil detectar el punto de fractura existente en el discurso estándar del antichavismo que se dice democrático pero no puede dejar de aportar datos sobre su vocación tiránica y opresora. Relumbra por allá discurso que endiosa al gerente, al profesional y demás figuras elitescas, en desmedro de un pueblo pobre a quien se le exige que estudie pero se le niega el derecho a pisar el mismo felpudo que los hijos de los privilegiados. Señal a recordar: los universitarios marchando y protestando para evitar que los obreros y trabajadores de las universidades participaran en los procesos de elección de autoridades y otros; y la declaración infame retransmitida docenas de veces por Venezolana de Televisión: la niña bien reflexionando que “Darle voto a los obreros de la UCV es como darle a la cachifa el derecho de decidir qué hacer en mi casa”.

El antichavismo, y dentro de ese mazacote todas las variables del desprecio al ser humano simple y sin obsesiones artificiales con el lujo y la ostentación de saberes burgueses, cree que desprecia al chavismo porque éste es antidemocrático. Efectos terribles de no saber qué es la democracia y cuál es su sujeto. Cuando se enteren de que los pueblos en rebelión son capaces de grandes destrucciones pero también de ejemplos de humanidad, entonces comprenderán que en Venezuela se está viviendo el momento democrático más esplendoroso, en medio de una rebelión planetaria que en otras partes es sangrienta, pero que aquí es lenta e indulgente (por ahora).

Lo comprenderán, sí; pero sólo lo harán cuando ya sea demasiado tarde.


El mito del ‘gerente eficiente’

Afortunadamente estamos dejando atrás algunos vicios como país y como pueblo. Uno de ellos es el de la adoración automática y enfermiza, por temerosa, de ciertas figuras que nos legó el medioevo (mentalidad que, por cierto, originó la invasión y exterminio perpetrados en estos territorios durante la Colonia). Así, hemos ido superando el terror a la sotana, a la toga y el birrete, a la peluca del magistrado; al boato de momias, al olor a incienso y alcanfor que destilan los rituales conservadores por excelencia.

Hoy toda figura de autoridad está siendo sometida a las lupas de un pueblo que le ha descubierto la dimensión humana a lo que antes parecía sagrado e intocable. Sin embargo, persisten algunos temores, llamados y tendencias a respetar figuras de más reciente aparición; el “gerente eficiente” encarnado en el empresario o profesional universitario que se cree superior por serlo, es una de ellas. Y como todavía queda por allí quien se deja impresionar con el currículum o historial de ciertos aspirantes a dominar al país, para entregárselo ya sabemos a qué hegemonías, despuntan en el horizonte, con una enorme maquinaria de prensa y artillería audiovisual a sus espaldas, individuos del talante propagandístico de un Capriles Radonski y un Leopoldo López.

Ninguno de ellos tiene conexión alguna con lo que llamamos pueblo; la gente oprimida y excluida por el sistema capitalista no tiene razón ni motivo alguno para guardarle afecto o simpatía a semejantes especímenes, ya que ellos representan justamente el segmento social que ha excluido y explotado a los pobres del mundo. Pero en este punto es donde comienza a activarse el mito, y ellos lo explotan así: “Yo, gerente eficiente que goberné un municipio como Baruta o Chacao, puedo convertir a Venezuela en ejemplo de organización y limpieza”. Fácil: la gente no vive “bien” en Baruta y Chacao porque allí vivan mayoritariamente familias millonarias, de clase media alta, sino porque estos pimpollos (provenientes de familias millonarias también) son “gerentes eficientes”. Según esa propaganda, que es a un mismo tiempo cómica y grotesca, por irrespetuosa e insultante, si Leopoldo López llegara a presidente enseguida La Ruezga Sur y La Carucieña serían como Colinas de Santa Rosa, La Rosaleda y Las Trinitarias, y La Charneca y El Guarataro serían como La Floresta y La Castellana. La otra parte del mito pretende vender la especie de que si uno copia el modelo organizativo inglés entonces un día Caracas será como Londres. Olvídese de los miles de años de historia de cada país y de desarrollo desigual y de la condición de saqueadores de unos y explotados de otros: usted pone en Miraflores a alguien que estudió en Oxford y ya, nos convertimos en país desarrollado y casi europeo.
De ese mito infecto ha comenzado a alimentarse la precampaña electoral del antichavismo. Y, conociéndolos como los conocemos, no cambiará. El conservador promedio es predecible.

Aquí, acabando con cierta democracia

Una vez más Estados Unidos les indica a sus sirvientes en todo el mundo qué países están acabando con la democracia, y otra vez estos sirvientes se apresuran a aprobar el dictamen de rigor: que en Venezuela hay una “erosión” de la democracia y que aquí están menoscabados los derechos políticos de quienes hasta ayer nomás fueron los dueños del país, de sus recursos y de las personas que acá habitamos. Produce un enorme aburrimiento eso de volver al concepto originario de democracia; así que, en vista de que ya duele la boca el tanto señalarles sus contradicciones a los fans de la tiranía del capital (los que salen a defender todo cuanto ordena pensar el mundo “libre y civilizado”) no queda sino exponer algunas de sus llagas y dislocaciones en materia de entendimiento de la realidad.
Lo que entiende por democracia el conservador puro y duro es un sistema en el cual “pueblo” es todo el mundo, incluso el que expolia al ser humano pobre y le exprime su fuerza de trabajo. Un sistema en el cual el ciudadano sólo tiene que pagar sus impuestos e ir a votar para exigirle al Gobierno que le construya la democracia; mientras él va a trabajar o se queda descansando. La “democracia” con la que sueñan es un espectáculo donde las grandes mayorías permanecen pasivas, esperando que el Gobierno les haga el favor de construir la sociedad: anda a votar y acuéstate a dormir, que cuando despiertes tendrás hecha tu democracia. Excelente negocio. Sobre todo para el que nunca cumple con su parte.
La ventaja del proyecto chavista en este renglón radica en que el Presidente no formuló en 1998, ni lo ha hecho en estos años, ninguna oferta de hechura de una revolución mientras usted espera en un chinchorro. Que se sepa, el discurso y proyecto chavista convoca a echar a rodar una democracia participativa y protagónica, que en idioma más llano significa que usted y yo estamos invitados a construir una forma de democracia inédita en la historia del mundo y, por lo tanto, somos corresponsables de lo que logremos y no logremos; de lo que podamos y no podamos construir. Chávez no nos dijo: “Vota por mí y yo te hago una revolución”. No: el mensaje fue “Vota por mí y yo te abro las puertas del Estado para que hagamos una revolución”.
Por supuesto que la “otra” democracia suena más cómoda, y vaya si lo es, desde nuestras costumbres y hábitos capitalistas: frente a mi casa se acumula la basura y yo simplemente le echo la culpa al alcalde. Y me olvido olímpicamente del responsable de que exista basura: el empresario que produce bolsas plásticas y envases de todo tipo: el sujeto o la industria que producen basura y que se han hecho millonarios con ello.
Visto así, ya va provocando darle la razón a EEUU: aquí como que estamos acabando con un tipo de “democracia”, y a la que viene le estamos quitando las comillas. Lo malo es que por hacerle ese aporte a la raza humana como que nos estamos ganando unos bombazos.


Acostumbrémonos: Estamos en guerra

A estas alturas del siglo XXI, la guerra sucia depara pocas sorpresas. De hecho, la única que va quedando es que entre los nuestros (es decir, entre la gente que se asume revolucionaria, socialista o al menos contrahegemónica) todavía hay quien se espanta, o parece espantado, cada vez que el enemigo ataca con la herramienta del momento: el desprestigio a través de acusaciones gravísimas, que los medios masivos de información difunden y sazonan con comprensible regodeo (las que mercadean con noticias pertenecen al poder económico, así que al disparar para acá están haciendo su trabajo: Para eso les pagan).

Después del asesinato multitudinario en Libia en busca del presidente de ese país todavía queda quien se escandaliza porque Estados Unidos llama narcotraficantes a unos venezolanos. Hora de recordarle a nuestra gente que estamos en guerra. Una guerra despiadada y absurda, como toda guerra, así todavía no despunten en el horizonte las armas de última generación, aunque sí el impulso homicida; honor a los caídos en abril de 2002; honor a Danilo Ánderson.

Si estuviéramos en un momento menos dramático provocaría decir que aliviados deberíamos estar, ya que mientras sobre otros países y personalidades llueven misiles aquí apenas llueven insultos y acusaciones. Eso sería reducir algo escabroso y preocupante a simple anécdota digna de chiste y risa. Pero, precisamente por lo trágico, siempre es bueno ubicarse en el momento exacto de esta larga historia de la lucha de los pueblos contra las hegemonías, y hacer la invitación correcta: Ya no más sorpresas ni ataques de hipo cuando nos llamen narcotraficantes, asesinos, terroristas, fariseos y truhanes, a nosotros y a los nuestros. Lo raro en una guerra sería que no se disparara ni una sola bala y aquí uno enciende el televisor o lee la prensa y la metralla chorrea abundante.

La sangre también chorrea, pero hay algo que impide que la hemorragia sea indetenible: El empeño del pueblo chavista y de sus dirigentes en no responder golpe por golpe, bala por bala y muerto por muerto. Si a los más de 200 dirigentes campesinos asesinados por terratenientes hubiésemos respondido con igual número de terratenientes liquidados, al estilo de la Ley del Talión, aquí hace rato se hubiese desatado una guerra civil. En cambio, la vocación serena de un proceso en el cual los pobres seguimos poniendo los muertos ha permitido que no haya un sólo latifundista preso. ¿Alguien recuerda el nombre de Nelson López? ¿Y el de Luis Gallo? El segundo mandó a matar al primero en Yaracuy, según confesión de sus sicarios, pero ya la opinión pública los sepultó a ambos en el olvido.

Así que esta guerra no es sólo de declaraciones. Cuando las corporaciones de la información comienzan a asesinarlo a usted moralmente es porque quieren justificar su asesinato físico. Le ocurrió a Jorge Nieves en Guasdualito. Pero ese nombre tampoco lo recordamos. Y como las batallas también parecen ser de memoria contra olvido, entonces valgan estas líneas para recordarle que estamos en guerra. Y el enemigo es implacable.


sábado, 24 de septiembre de 2011

Las casas de ahora; las casas que vienen

La vivienda se convirtió en un problema por los mismos motivos que convirtieron en problemas a la alimentación, la recreación y la fabricación de bienes.
Nota para distraídos: no he dicho que los problemas sean la falta de viviendas, de alimentos, de opciones para el solaz o de objetos útiles. La insinuación que queda en el aire es el objeto de estas reflexiones, producto de conversas con gente que vive haceres orgánicos: en el capitalismo la vivienda es un problema porque el tipo de relaciones humanas que produce viviendas (y alimentos, y diversión, y objetos) en este sistema es perverso y criminal.


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Ningún individuo o familia humana puede vivir tranquilamente y sin sobresaltos en una vivienda capitalista, ya que ésta fue hecha por esclavos, por hombres atormentados, rabiosos, frustrados en las aspiraciones elementales de su vida. Los obreros que construyen las casas de este sistema por lo general viven en ranchos lamentables e insalubres, y no hay casi nada que agregar a la letra de aquella canción titulada “Juan Albañil”. El modo de producción capitalista ha “organizado” de tal manera sus dinámicas que no parece haber forma de escapar a lo que impone una vergonzosa división social del trabajo. La frase o idea: “El ser humano construye sus viviendas” se ha pervertido hasta convertirse en rigurosa mentira, porque la verdad es que una clase social esclavizada, excluida, expoliada, humillada y triturada le hace las casas a sujetos y familias que ganaron o ganan la plata suficiente para pagarlas, pero a cambio perdieron la capacidad de hacer cosas con las manos.
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¿Cuál es el origen de esta perversión y de cuándo data? Es muy antiguo, sí; lo colosal de Fenicia, Egipto, Grecia y Roma es obra de esclavos. Pero en el siglo XIX, el de la revolución sicópata que fue la Industrial, hay que buscar las claves y elementos que masificaron y multiplicaron lo munstruoso a escala planetaria: el perfeccionamiento del cemento y su mutación en hormigón o concreto armado. Y más tarde, en el XX, la apoteosis del acero y el asfalto.


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El fenómeno de la quimera del cosmopolitismo de las grandes masas, hijo directo de la conversión del ser rural en ser urbano, arrastra otro tipo de desajustes afines: cuando se entra en la fase del aburguesamiento ya casi nadie quiere ser campesino, sembrar y cosechar alimentos, ensuciarse las manos, sudar a causa del trabajo físico. Quien no quiere ser profesional o patrón y dueño de la vida de gente esclavizada quiere ingresar en una categoría insólita: el “trabajo intelectual". Hay unos personajes que trabajan con las manos; hay otros, que se sienten superiores y consideran deleznables a aquéllos, y dicen "trabajar" con el cerebro. Unos construyen la sociedad mientras otros, que se dicen intelectuales (de izquierda o derecha, da lo mismo), sueñan otra: no-te-lle-vo-na-da.
De modo que ¿para qué voy a producir alimentos si se eso se encargan esos seres primitivos (el campesinado o lo que queda de él) que lo hacen por mí, y esos otros seres inferiores que los traen en camiones hasta el supermercado? ¿Para qué hacer mi casa si hay tanto obrero que las hace en serie por un sueldo miserable? ¿Para qué enseñarle a mi hijo cómo hacer una casa si cuando yo muera heredará el apartamento que compré? ¿Por qué decirle a mi hijo que es importante que haga su casa, si para eso él estudia (será un profesional de clase media y no necesitará ensuciarse las manos) y mientras tanto los esclavos de hoy también tienen hijos que harán las casas capitalistas del futuro?
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A principios de (2011) trabajé o intenté trabajar en un refugio para damnificados. En los sótanos del canal Venezolana de Televisión vivían entonces 52 familias (180 personas) a las que el Gobierno les garantizaba camas, espacios para cocinar y lavar y algunas actividades recreativas. Algunas de esas personas trabajaban y otras permanecían allí a la espera de una respuesta de las autoridades. Los compas encargados de organizar a esas personas hicieron un censo para obtener información básica sobre su condición socioeconómica. Ese censo arrojó varios resultados insólitos; de ellos, el que nos concierne reveló que, de 84 hombres, 57 afirmaron ser albañiles o ayudantes de albañilería. Ninguno de ellos fue convocado para que trabajara en la construcción de sus respectivas casas. Los esclavos que han dado forma e infraestructura a Caracas permanecen descansando en una cama mientras otros esclavos les hacen sus viviendas. El colmo de la estupidez. Una estupidez tan trágica que le congela a uno la risa en la boca.
Hacia el mes de marzo fui con varios de estos compatriotas al lugar donde perdieron sus viviendas (sector Macayapa, Lídice, Caracas) y que quedó devastado por sucesivas lluvias y derrumbes. Allí entrevistamos a varias personas que se negaban abandonar la zona. Un señor llamado Ender, colombiano, aportó ciertos datos también escalofriantes. La casa donde “vive” consiste en tres láminas de zinc; la cuarta pared era la ladera de un cerro que ya debe haberse venido abajo. Su oficio: la albañilería. Cada mañana tiene que bajar de ese escenario de guerra, tomar una camioneta hasta el metro. El tren lo dejará en una parada para tomar otra camioneta, que lo llevará hasta una quinta lujosa en Macaracuay.
Así transcurre un día en la “vida” de Ender, quien por cierto anda cerca de los 60 años: él ocupa de 8 horas diarias remodelando una casa ajena, más las dos horas que gasta en el transporte de ida y dos más en el de regreso. Son 12 horas invertidas en embellecerle la casa a un rico; si tiene “suerte” y consigue que lo contraten gastará la misma cantidad de tiempo y energía construyendo alguna casa o edificio nuevos. Ender debe además dormir unas siete horas porque al día siguiente continúa la faena: van 19 horas. Le quedan cinco horas del día para hacer algo más, y ya veremos si ese algo es importante: comprar alimentos, hablar con sus hijos y sus panas, hacerle el amor a su mujer, entretenerse, REPARAR SU PROPIA CASA. Y ya vendrán los adoradores de las letras y los libros y el “saber” académico, los que se hicieron “socialistas” a punta de leer y navegar por internet, a exigirle que lea un libro, que haga activismo a favor de un partido político, que fije posición sobre el país y sobre Libia, que vaya a una marcha o que integre un consejo comunal.



Sin ir más hondo en la vida personal de este caballero, le preguntamos si no le parece que algo anda mal con eso de invertir más energía en la mansión de un rico que en la suya propia. Quisimos provocarlo con la paradoja espantosa de que un albañil viva en una barraca porque no tiene tiempo para reconstruirla, o para mudarse a otro lugar y construir un espacio digno (porque ese de Macayapa de todas formas iba a derrumbarse o ya se derrumbó). Respondió: “Pero para hacer eso necesito reunir unos reales para comprar material”. La pregunta siguiente iba a ser: “¿Y cuánto dinero puede acumular usted?”, pero ya eso hubiera sido una falta de respeto.
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En esta fase angustiosa y terminal del capitalismo la vivienda y lo demás son problemas porque ya el ser humano no piensa en satisfacer necesidades reales SUYAS, sino en cubrir necesidades del capital y de su espacio territorial por excelencia: la megalópolis, la urbe, la gran ciudad. Ninguna persona tiene la necesidad real de vivir en una ciudad monstruosa donde no hay convivencia sino competencia entre millones de seres humanos. Ese estado de cosas sólo le viene bien al capitalismo, y por supuesto a sus beneficiarios: el amo, el vendedor, el que se hace rico con las ansias de consumo de millones de esclavos apretados en un campo de concentración.
¿Soluciones o propuestas? Las hay por montones, pero el fantasma que empuja a la gente a despreciar el campo y a volverse un cosmopolita o su caricatura termina por ver estas experiencias como hechos marginales y sin vocación propagadora. Entre las que conozco me han entusiasmado el proyecto o concepto “Poblados Integrales” de Los Cayapos y El Arca de José. El primero es una propuesta de poblado de unos pocos grupos o familias (con la idea de que se multiplique en varias experiencias) autogestionario y cuestionador del capitalismo y sus mecánicas. Un poblado donde la gente genere alimentos, discusión política, espacios propios para la formación (para lo cual tiene que ponerse al margen del sistema educativo tradicional, fábrica de burgueses y esclavos por antonomasia) y que reinvente las formas de organización para el trabajo y el entretenimiento. Las casas son de barro y materiales desechados por el capitalismo; los constructores son gente sin complejos ni pruritos burgueses: usted debe hacer una casa así sea médico, ingeniero o indigente, y esa casa no la heredarán sus hijos, porque éstos participarán en su construcción y por lo tanto ya tendrán en la mente y el cuerpo la información necesaria para construir la suya propia después, con su gente cercana. Con sus hijos (los nietos de usted), que en el siglo XXII harán otras casas con esos muchachos y muchachas que todavía no han nacido.
Y la segunda propuesta, quizá menos colectivista pero igualmente revolucionaria, es el hombre-casa que mantiene vivo y activo a José Rondón para desafiar unas cuantas “verdades” establecidas acerca del ser humano y su vida útil. Rondón comenzó a hacer esa casa a la edad de 64 años, ya tiene 95 (en 2011) y decidió que no dejará de construirla nunca. Es decir, trabajará en ella hasta el último día de su vida. El Cayapo ha dicho al respecto que es una decisión anticapitalista porque “en las grandes ciudades las personas mayores se jubilan cuando dejan de producirle al sistema; en cambio, en el campo muchos viejos entienden naturalmente que nadie se jubila de la vida”.







Una interesante trampa para ganarle a la vejez entendida como fase en que el ser humano se vuelve inútil: si en lugar de empezar a hacer una casa para no terminar nunca de hacerla José la hubiera construido con el criterio de culminarla para echarse a morir en una cama, el tipo ya hubiera muerto o estaría permanentemente acostado y convertido en un anciano inmóvil (casi un cuerpo inerte).
En la síntesis o combinación de esas dos propuestas puede encontrarse el posible germen de una tarea decisiva: empezar a soñar y a construir la otra forma de convivencia, esa donde en lugar de exigirle al gobierno o a las empresas que nos regalen viviendas o nos den créditos para seguir alimentando al capital se nos convierta en costumbre el acto noble de hacer casas (y otras cosas) con nuestras manos.
La tarea nuestra (y hablo de este ser nómada, más testigo que protagonista de estas experiencias) es masificar el conocimiento y discusión de estas experiencias. Tratar de que sean objeto de análisis, práctica y enriquecimiento por parte de mucha gente. Cuando se me ocurra otra la abordaré con mucho gusto.







domingo, 18 de septiembre de 2011

El Discurso del Oeste: un hito más en el camino

¿Y para qué clausurar un blog? ¿Cuándo y en qué momento debe decidir uno abandonar un espacio, o cambiar el lugar para publicar lo que uno considera publicable? En el caso particular de mi relación con este blog tiene que ver con un cambio de perspectivas (geográficas y vivenciales, básicamente) y también con la verificación de que mi propia vida dio un vuelco más o menos notable en el último año. Ambas circunstancias han hecho que la referencia al “Discurso del Oeste” sea ahora de observador al margen o de caminante que hace escalas, y no de disparador desde el centro del fenómeno. Distintas edades, distintas trincheras, distintos sujetos: yo no soy o no creo ser el mismo sujeto que escribía en La Casa del Perro en 2004, ni El Discurso del Oeste desde 2005. Sería una tragedia realmente aterradora si en seiso siete años de caerme a golpes con el país y mis adentros siguiera siendo el mismo tipo o pensara igual.

Yo viví en la parroquia 23 de Enero (con alguna pausa para ensayar y fracasar en la construcción de dos o tres relaciones de pareja u “hogares” fuera de la parroquia) entre el 6 de agosto de 1981 y el 22 de diciembre de 2009 (este acontecimiento marcó mi mudanza de casa de mi hermano, con rumbo desconocido). Fueron 28 años y unos pocos meses de un proceso personal de urbanización o caraqueñización. Más de la mitad de la vida se me fue en eso. No me arrepiento porque a fin de cuentas uno es lo que vive y mire que yo me he gozado lo vivido, y eso incluye los coñazos y dolores. Pero hace unos años comenzó otro proceso: la revisión del por qué forzarme a ser animal urbano cuando el cuerpo y la conciencia lo que me pedían era el regreso a la tierra. Y en el 2010, los primeros ensayos de ejercicio de mi nomadismo fuera de Caracas.

El caso es que en mi última etapa de vida en el Veintitrés comencé a formular unas cuantas reflexiones y observaciones sobre cierto movimiento telúrico muy perceptible en la historia y en el cotidiano de esta ciudad: la división cultural y política, en la conciencia colectiva de los caraqueños, en Este y Oeste. Mucho idiota o flojo o inhabilitado para leer creyó interpretar en esa propuesta que todo el que vive en el oeste geográfico es comunista y chavista y revolucionario, y todo el que vive en el este es oligarca y escuálido. Hubo un tiempo en que intenté explicar la formulación con toda la sencillez posible, simplificarla hasta donde pude sin que se me convirtiera en un folleto para vender ropa o videojuegos, hasta que me di cuenta de que en un país cegado por la sombra de Chávez (a quien unos consideran un dios suprahumano o coloso incapaz de equivocarse, y otros un estúpido campesino aspirante a tirano) es inútil plantear nada que no sean vivas o mueras al presidente de Venezuela, bajo riesgo de parecer loco o sospechoso. No es que haya gente que entiende o no entiende el planteamiento, no: es que nadie o poca gente va a tratar de comprenderlo si el título no indica claramente que pertenezco al Psuv o a Primero Justicia. Coman mierda entonces. Yo no pertenezco a nada ni a nadie.

Pero más allá del tema de los cándidos, distraídos o imbéciles interlocutores está lo que mencionaba antes sobre mi perspectiva trastocada: aunque El Discurso del Oeste sigue y seguirá siendo una de las reflexiones e investigaciones que más pasión y esfuerzo militante me genera, ya no tiene sentido que yo hable desde un lugar denominado así. Porque aunque, ahora más que nunca, creo en el ser humano de las urbes que lucha desde la pobreza (el ser humano del Oeste cultural) ya no es ese el ámbito de mis esfuerzos y luchas personales y políticas. Decía que mi nomadismo me ha llevado a la otra Venezuela (al Monte y Culebra), a enamorarme de una montaña, unos ríos y unos seres formidables en su anonimato, y ahora quiero y debo escribir desde allí. Ya no desde el caraqueño que me empeñé en ser, sino desde el tránsito hacia otras geografías y otros puntos de vista. Ya mi discurso personal no tiene su asiento geográfico ni vital en el Veintitrés de Enero ni en Caracas; mi verbo, mi afecto y mi condición de hombre en tránsito relampaguean ahora por carreteras y campos, por poblados y despoblados.

En este transitar me tropiezo nuevamente con Caracas, cómo no, esta ciudad es parte del camino. Y no es paradójico porque mientras liquido unos compromisos en el Instituto de Desarrollo Rural tendré que continuar el rodar y el recorrer. El Discurso del Oeste pasa a ser entonces una escala más en el país al que me empuja una Tracción de Sangre que todavía tiene mucho que empujar a este cuerpo.

¿Cómo se remata esta especie de artículo? ¿Acaso con un ensayo de credo o creo? Va:

Creo en el ser humano que lucha desde la pobreza y contra la opresión
en el país que abandonamos para tratar de convertirnos en urbanos y cosmopolitas

Creo en el trabajo de construcción de la otra sociedad aunque tengamos todavía que destruir lo existente

Así que creo en los poderes destructores del pueblo

y en quienes, mientras tanto, sueñan un futuro

lunes, 18 de julio de 2011

Separarnos para querernos mejor






A propósito de: Monte y culebra, o muerte

Hoy quiero hablar de un prejuicio y de cómo he logrado derrotarlo. La navegación a sangre y pulso a través de ese prejuicio tiene aspecto de dicho popular: “Monte y culebra” es una señalización falsa, pero como nadie la ha quitado de esa avenida por donde pasamos todos los venezolanos entonces quiero darle uso o al menos dejar constancia de que estoy viéndola. Que no se me hace imperceptible como a la mayoría de la gente que conozco. ¿Desde cuándo nos creemos o aceptamos el contenido de ese espantoso (y racista) dicho? No lo sé, pero tengo un dato: la anécdota fundamental de la novelística venezolana sugiere que la civilización está destinada a barrer a la barbarie. A los defensores de este atavismo se les olvida que la barbarie no está en los conucos sino en las balaceras de los cerros. Creo que la historia nos está proporcionando las claves (y los tiros) para empezar a entender el fenómeno desde otra perspectiva, pero “Doña Bárbara” sigue siendo lectura obligatoria y ha sido endiosada como emblema de la venezolanidad. Por lo tanto será difícil que los niños de ahora y los del futuro crezcan con otro ejemplo de humanidad instalado en el subconsciente. Santos Luzardo seguirá ganando la pelea un rato más: nadie quiere ser campesino, todos quieren ser cosmopolitas.
Así que esta columna será la bitácora mínima de un provinciano que quiso volverse caraqueño y al final, o de pronto, descubrió que para tenerle afecto a Caracas (o al menos para no odiarla) no hay que hacer ese intento sino más bien reafirmarse en el carácter de observador foráneo o transeúnte. Como ciertas mujeres que nos quisieron o nos despreciaron (o primero una cosa y después la otra) Caracas duele en el cuerpo pero arrulla en el recuerdo.
Este ejercicio es un vistazo a la ciudad desde una nave que se aleja, o que va y vuelve. Atarse a una ciudad que ya te hizo arrechar demasiado equivale a prolongar un matrimonio o rejunte que fastidia o atormenta y por lo tanto ya no vale la pena; es bueno conservar las relaciones hasta que la pareja te arranca el primer bostezo o la primera lágrima. Insistir en sostener esa tortura, intentar atajar las piedras de ese derrumbe, es estúpido; ver a la tipa (y a la ciudad) ocasionalmente puede dar mejores resultados, menos dolores.



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El prejuicio se compone de dos elementos, y por cierto que no he sido el único en padecerlo. El primero tiene que ver con la automática animadversión que se produce entre el caraqueño y el provinciano, nomás presentarse un capitalino en el pueblo “de uno” o arribar un sujeto de provincia a Caracas. Y el otro es la ignorancia de los verdaderos resortes que mueven a ese conflicto forzoso. Es verdad que el ser humano tiende a dividirse en clanes y que casi todos tienen origen en la territorialidad, ese dato animal o cultural que nos lleva a considerarnos distintos (ah carajo: mejores) que los del lado de allá, los de la otra ciudad, pueblo o país; los del otro barrio, la otra escuela, la otra cuadra. El capitalismo ha estimulado ese tipo de diferencias intangibles y de él se alimenta buena parte de la industria del deporte: los equipos regionales tratan de demostrar a batazo, puño o velocidad que Carabobo es superior al Zulia, que Aragua no arruga ante el Magallanes (ese raro ejemplar, hijo traicionero de Caracas y defensor del estandarte valenciano) y que los judokas de Miranda dejarán “más en alto el nombre del país” cuando salgan a defender “los colores patrios”.
No es fábula. El dicho "Caracas es Caracas y lo demás monte y culebra" no es un simple eslogan: hay gente que cree, sostiene y defiende la tesis de la superioridad de Caracas por encima del resto de los pueblos y ciudades. ¿Regionalismo simple, con la ventaja de que en Caracas confluyen más recursos, más referencias históricas y mediáticas que en cualquier otro lugar de Venezuela? Probablemente. Y cuando alguna región aventaja a la capital en algún rubro tipo “cantidad de presidentes nacidos en”, el resultado no es admiración y reconocimiento sino fobia y desprecio, y mejor no ponernos a hablar del racismo antiandino que galopa, no sólo en Caracas sino en todo el país.
Ahora, ¿la respuesta correcta a eso debe ser pagar desprecio con desprecio? La historia humana indica que no. Y por fortuna acá nos la hemos arreglado para convertir algunos sentimientos malucos en simples chistes. Relajarse en lugar de revirar.


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¿Remedios contra el prejuicio anticaraqueño? En primer lugar, la constatación de que ser caraqueño ya no es lo que era antes. Que el mestizaje y la hipermezcla han convertido a esta ciudad embravecida en algo muy frecuente en las grandes capitales: ya no es tan fácil referirse a “el caraqueño” como alguien nacido acá, porque Caracas es asiento de gente de todas partes, y vaya si ha sido enriquecedor y maravilloso ese confluir de gente. He hecho, a título personal, una especie de encuesta entre casi todos mis amigos y conocidos. El resultado: apenas una persona me informó que es hija y nieta de caraqueños. Así que Sandra es la persona más caraqueña que conozco, pues carga dos generaciones de progenitores caraqueños atrás. Del resto de los encuestados, los nacidos aquí tienen algún ancestro cercano (padres o abuelos) que vinieron de otra parte. El “caraqueño” que habla a favor de Caracas y contra lo demás, que es monte y culebra, tiene en realidad en su cuerpo otras querencias: "El amor al terruño es indestructible, porque nuestros cuerpos están hechos, desde el nivel molecular, por elementos de la tierra donde nacemos. Eso que comieron AQUI nuestros padres se procesó molecularmente en sus cuerpos y se convirtió en esto que somos. Por eso, donde quiera que viajemos y hagamos vida, somos un pedazo ambulante del terruño". Palabra de José Rondón, viejo patriarca merideño.
¿De qué están hechos entonces los caraqueños y el afecto a Caracas, si lo que comieron y comemos no se produjo en Caracas sino en miles de lugares distintos? Caracas síntesis: Caracas es el llegadero de todos los venezolanos, de muchos extranjeros, del monte y la culebra.



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Palabra de nómada: he de revolcarme con Caracas muchas otras veces, pero no me casaré con ella. Es la única forma de seguir queriéndola.