viernes, 9 de noviembre de 2012

Al pobre cielo abatido que tanto asusta a los hombres

"En el horizonte estalla la lengua de los desiertos..."

Le jalé bolas, lo amenacé, le ofrecí medio costillar de cochino, dos garrafas de cocuy, y no quiso entregarme la canción, porque viene en un disco inédito todavía. Un año exacto anduve detrás de esta bicha desde la primera vez que la oí. El carajo me la ponía para que la oyera dos veces y después me la arrancaba de las manos (de los oídos). Así que en estos días me arreché y se la robé. Aquí la tengo. Ahora que me demande o me caiga a coñazos.
***
El chisme es breve y no es grave, para nada. Parece que, de niño, el compai Gino González le tenía miedo a los aguaceros del llano (bueno, cualquiera; allá la cosa viene con estallidos eléctricos y el ruido de todo eso en los techos de zinc de nuestra pobreza es espantoso). Sabes que uno cree que puede liberarse de la niñez con nomás cumplir años; uno cree que con sólo dejar pasar el tiempo puede dejar atrás a la niñez. Pero siempre queda algo de aquel carajito que fuimos revoloteando en los adentros, y en alguna gente el ser niño no se abandona nunca. Caso de Gino: el carajo ya no le tiene miedo a la lluvia, pero de aquellos terrores mortales quedaba un sedimento, que era la melancolía. 
Hace poco el hermano cantor decidió hacer algo al respecto y se sacó toda esa verga de adentro. Y "se la sacó" quiere decir que se la sacó como hay que sacar algo que nos llueve: a cántaros. El loco se ha zumbado uno de los poemas-canciones más sobrecogedores que conozco, un maldito ejercicio poético que (ahora sí) no me canso de leer y de escuchar. Porque funciona y estremece de las tres formas: oyéndolo, leyéndolo, y leyéndolo mientras lo escuchas. Después de decir-cantar esta cosa es evidente que ya todo lo que se tiene que decir sobre la lluvia y el miedo queda dicho. "En el horizonte estalla la lengua de los desiertos": el habla de un llanero de tierra seca cantándole a los diluvios. Un llanero que ya más nunca será atormentado por un palo de agua.
Este no es el Gino brutal de "Despechao por una burra" y tampoco el discurseador político de "Dios Madre, cómo va el mundo" o el historiador de "El corrío de José Tomás Boves". Es un Gino que desconocía: el que trabaja el lenguaje a partir de un estremecimiento individual. Un tipo que se dedicó esta vez más a moldear el verbo que a escudriñar los asuntos de la sociedad. Aunque hay algo de eso también en algunos pasajes: "Un abdomen aventado por el hambre y las lombrices / los niños se están bañando: ¿quién dijo llovizna triste?". Después de oír esto creo que ya a los poetas del mundo les quedan muy pocas cosas que decir acerca de la lluvia.
Aquí les pongo la canción pues. Si usted es de esa fauna que no cree posible meter en un solo poema a un duende que dinamita las nubes, una formidable imagen lésbica donde la lluvia roza con sus cabellos el pecho de la tierra (que después, por supuesto, queda "jadeante de regocijo"); un carnaval de aluminio, la tierra fritando diamantes con la leña de cristal, un baile de lanzas frenéticas, la esperanza de los muertos y los ojos de mi negra buscando mis pupilas; si no te cabe en la cabeza que con todo eso pueda componerse un texto único, pues coge línea y métete en esta charca, donde "los sapos están afinando para darte serenata".
Pero nada, nada tendrá sentido en la lectura de todo esto, si no te atreves a escuchar los siete segundos finales de la canción, cuando calla la voz y hablan los sonidos. Ahí, en ese instante tan aparentemente corto, está el desgarro, el acto final de sacarse la espina.
***
Se llama Coplas mayeras. Así no sea mayo y en el llano ahorita está más bien entrando el verano, aquí va el poema, homenaje del Gino al niño que todavía es, a pesar de su medio siglo de carretera. Léela mientras la escuchas, o escúchala mientras la lees:



La luna en cuarto menguante se ha dibujado en tus labios
y en tus ojos es más gigante la noche oscura de mayo.

Un horizonte moreno estrellado de cocuyos
van sobre el viento cerrero mi suspiro con el tuyo.

Una nube rompe el luto, se dispersa en el canal
se unen las gotas de a puño en un chorro de huracán.

La llovizna aunque sea lenta, gota a gota y poco a poco
en su terca consecuencia, unidas son terremoto.

Entre susurro y abrazo se mojan palabras mudas
y van formando los charcos que después serán lagunas.

Un carnaval de aluminio en un arpa de tormenta
va dibujando caminos bajo un cielo de trompeta.

Baila un joropo en el cielo el trueno con la centella
la lluvia extiende el cabello sobre el pecho de la  tierra.

Estampida de guarales ahuyentados por el viento
azotan los matorrales ponen al suelo contento.

Zinc de rayos erizados, ese hormigo queda arriba
¿no lo estará provocando sangre de una nube herida?

Ahí está la molendera en el techo de hojalata
parece que muele arena con sus espuelas de plata.

Amor de semilla y surco: queda preñada la flor
en su vientre forma el fruto madurado con el sol.

Las gotas en su exterminio dejan de bailar, cansadas;
jadeante de regocijo, sudorosa la sabana.

Está muy mono el verano con sus verdes pantalones
¿no ves que el agua le trajo hasta un sombrero de flores?

II

En invierno son las pausas pinceladas de relámpagos
sigue el baile de las lanzas frenéticas sin descanso.

En el horizonte estalla la lengua de los desiertos
y el agua se lo ametralla: la esperanza de los muertos.

Se desparrama la chispa del agua y su crepitar
y agujera la camisa en el cuerpo del barrial.

Son puñales las goteras sobre el chinchorro maltrecho
y la cobija da pena en el pasado del hueso.

Se desata el temporal, la tierra frita diamantes
con la leña de cristal y la candela del aire.

Un abdomen aventado por el hambre y las lombrices
los niños se están bañando: ¿quién dijo llovizna triste?

La lluvia es un avispero, suelta su transpiración
en mi piel tiende su velo y en mi olfato su aguijón.

Ya los ojos de mi negra van buscando mis pupilas
¿Qué va a saber de miseria? Es un ventarrón de caricias.

Las nubes entre rugidos desgarran como leones
al pobre cielo abatido que tanto asusta a los hombres.

El mundo por sus paredes en ese cajón que cruje
mira bien que ese es un duende dinamitando las nubes.

¿Estarán jugando bolas?, como lo decía mi abuelo
es una pelota e goma que se le fueron los frenos.

Con los fogones tronando tiré un poema a la charca:
los sapos están afinando para darte serenata.

Relincha el techo sin clavos, no lo sostienen los rezos
se inunda, se viene abajo, me despido en este verso.

2 comentarios:

José Piña dijo...

Carajo la escuches dos veces, y me hizo llorar, me acorde de dos tios que se me fueron este año pal otro lado del rio (Juan Teodoro Macias Y Liebano José Macias).me acorde de la sabana, de sus aguaceros, del encierro de los becerros, de la busquedad de leña, tremenda pieza!

Anónimo dijo...

Tremendo pedazo de musica nojo!vaya vaya