En 2011 andaba yo acudiendo a un llamado crucial: contrato como periodista en el Instituto Nacional de Desarrollo Rural, oportunidad estelar para viajar por todo el país en busca de la Venezuela agrícola o lo que quedaba de ella. Chamba dura y a veces infructuosa, pero personalmente agradable, importante. Buena parte de la visión en perspectiva que tengo de mi país natal la adquirí o consolidé en el mucho viajar, conversar, conocer y experimentar. Fueron meses relámpago en varios sentidos: luminosos, sorpresivos, rutilantes.
En 2001, otro punto de quiebre: estaba en el proceso de romper con sucesivos ensayos o experiencias en medios de información privados (El Nacional, Así es la Noticia, Tal Cual) y me disponía a encarar la nueva realidad, a la etapa germinal de la Revolución: ya iba siendo imposible o excesivamente incómodo para un comunicador chavista trabajar para medios con líneas editoriales opuestas al proyecto en el que creía, e incómodo para ellos también soportarlo a uno en aquellos inútiles intentos de convivencia o adaptación. Al que tuviera alguna duda al respecto le estalló en la cara un evento crucial: la primera huelga o paro patronal-sindical de diciembre, que desembocó poco después en el golpe de abril.
En 1991, otra ruptura, de orden estructural y no solo personal: fue el ciclo de recuperarnos del estremecimiento y masacre de 1989, el descubrimiento de centenares o miles de cadáveres de compatriotas, de la progresiva o súbita disolución de la URSS. Fue además el escenario de mis primeras incursiones remuneradas en periódicos de circulación nacional. Ya casi podía decir que me iniciaba como periodista mientras jugaba a ser escritor.
En 1981, otro salto decisivo: mudanza desde Carora hacia Caracas. Del semiárido y las resolanas, celaje de fantasmas y lagartijas en la tunamentazón, hacia el 23 de Enero, parroquia brava cuyos códigos no alcancé a vivir plenamente, aunque me jacto de conocerlos.
En 1971, mis cinco años de edad y en ese marco la escolarización: entré a primer grado, no porque estuviera preparado para ello sino porque en el preescolar no querían estancarme rayando garabatos, porque ya yo sabía leer y escribir varias palabras.
Esos hitos los recuerdo y atesoro como lo que son: encrucijadas o desvíos importantes, seguramente inevitables, en esta carretera que continúa.
Hay una cuenta que no había sacado, así que aprovecho para mencionarla aquí: tengo 55 de edad, pero esta es la séptima década a la que le veo el rostro (me ha dado por contar: la del 60, la del 70, la del 80…).
Estamos en 2021. Más tarde vendré a contarles de la próxima encrucijada, puerta abierta o cerrada, desvío, trocha, cumbre o barranco que me tenía preparado este otro año para el reinicio.
Originalmente en: http://ciudadccs.info/2021/01/14/monte-y-culebra-de-diez-en-diez/
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