martes, 9 de marzo de 2010

La palabra

Ramón Mendoza me recordaba en estos días que en al principio fue el verbo, que al menos eso dice uno de los mitos fundacionales más galvanizados en nuestro subconsciente. Que es preciso serle responsablemente fiel a su contenido. Uno sabe que la acción no debe traicionar lo que el verbo echa a rodar por las calles y las conciencias. Pero tiene que producirse un percance doloroso o entristecedor para dar con toda la rotundidad de ese desafío. ¿Lo pensaste y lo dijiste? Hazte responsable de ello ahora. El pensamiento también es palabra.
Puedo decirlo sin pudor y sin modestia: esta palabra es poderosa, es cautivadora, es inmensa. Tanto, que cuesta mantener la lealtad a su estatura. Es la tarea revolucionaria de la segunda parte de mi vida: parecerme a lo que escribo.
Jamás seré idéntico a este verbo, pero en el banquillo de mis adentros pongo la promesa de no volver a traicionarlo, porque les duele a quienes me colocan en el mismo pedestal de mi palabra, y me duele profundamente a mí.
En esa dirección vamos caminando.

1 comentario:

  1. Se puede ser lo más parecido a las palabras que se puede ser, pero a veces también hay que modificar las palabras. No sólo se trata de adecuar las acciones. Y a veces, la rapidez con que eso se hace no es tan rápido como haría falta.

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Si usted:

1) me atribuye algo que no dije;
2) pretende interpelarme por crímenes ficticios o reales de otra persona, grupo, o del Gobierno;
3) viene a proferir insultos personales porque le molestan mis opiniones;
4) Viene a plantear discusiones que no tienen que ver con este artículo en particular,

pues no publicaré su comentario.

¿Usted quiere publicar todos esos sentimientos repulsivos que mi palabra y mi persona le generan? Hágalo: cree un blog e insúlteme hasta que le duelan las manos de tanto teclear y la boca de tanto escupir. Alguna gente lo ha hecho y lo sigue haciendo. Está en su derecho. Pero eso no lo va a poder hacer en este blog.