viernes, 20 de febrero de 2015

Aquella entrevista con Argenis


____________________________________________________



Con odio y con frenesí

  • Una entrevista al escritor venezolano Argenis Rodríguez (revista Feriado, noviembre de 1999) 


Está en proceso de producción la segunda parte de un libro que estremeció a la izquierda, a la política y a la intelectualidad venezolana de los años 70. Su autor, un exguerrillero, desempleado y escritor de furiosa pluma, dice que seguirá en lo mismo: hurgando llagas, lanzando anatemas sin compasión “hasta que me muera o me maten”. Para tenerlo en cuenta.

Aquel libro, Escrito con odio, publicado por la editorial Fuentes cuando todavía el mundo se dividía entre comunistas y capitalistas, y cuando todavía los escritores venezolanos se desvelaban con la posibilidad de ser tardíos representantes del boom de la novela latinoamericana, barría literalmente el piso con algunos nombres prominentes de las letras y la política. Uno a uno fueron recibiendo su respectiva descarga de denuestos, no con la prosa elegante del que insulta sin nombrar al destinatario, sino con los aspavientos furiosos y directos del mecánico o pulpero metedor de chismes, varios personajes con nombre y apellido: allí llevaron plomo verbal Caupolicán Ovalles, Jesús Sanoja Hernández, Teodoro y Luben Petkoff, Douglas Bravo, Pompeyo Márquez, Ramón Bravo, Lucila Velásquez, Adriano González León y Arturo Uslar Pietri, entre otros. Y lo más interesante de todo es que la mayoría de los aludidos fueron sus amigos antes -y algunos después- de la publicación del explosivo libro-testimonio-panfleto, cuyo párrafo final guarda proporción con la intensidad del resto de las páginas: "Venezuela es del cabrón, del chulo, del ladrón, del que traiciona; es de la cantidad de chulos y cabrones, Venezuela es del cabrón, del cabrón, del cabrón...".
El libro ha agotado 14 ediciones, más unas cuantas reimpresiones informales. Hay alguna gente que debería estar preocupada en este momento. Porque Argenis Rodríguez acaba de desperezarse de un largo trasnocho existencial con intento de suicidio incluido -en su muñeca puede verse, blanquecina y terrible, la marca del hojillazo que se infligió en 1990, en un momento borrascoso de su larga depresión- y acaba de entregar un libro cuyo título lo anuncia todo: Escrito con odio (II). La primera frase del libro marca la pauta de lo que sigue: “Soy malo, infínitamente malo, pero cuánto no daría por ser peor”. Suenan las campanas: Argenis Rodríguez ha regresado a las guerrillas de tinta y papel.

-¿Con quién se mete esta vez? Ya no hay comunistas en el panorama.
-Bueno, lee el libro. Yo no tengo por qué estar anunciando a quién menciono. Es verdad que ya no hay comunistas, pero en el país siguen pasando cosas indignas.

-¿Se ha reconciliado con alguna de las personas que abofeteó en el primer libro, o en la primera parte del libro? La gente de la República del Este, por ejemplo, ha vuelto a reunirse...
-Me he encontrado con algunos por ahí; cuando me ven dicen: "¡Coño, Argenis!", y se asustan todos.

-Pero Caupolicán Ovalles ha dicho que usted lo abordó para pedirle disculpas después de llamarlo chulo, cabrón y traidor en el libro.
-Eso es mentira. Yo no le pido disculpas a nadie. Y ese tipo de problemas no se arreglan con palabras sino a tiros o a trompadas. A todos los desafié, con algunos me caí a golpes. Pero todos tenían el libro y lo comentaban. Algunos querían que publicara otro libro y los nombrara otra vez, ¿no ves que los hice famosos, y hasta cargos les daban por haber sido insultados por mí? Hay dos libros que me han dado de comer: Escrito con odio y Relajo con energía. Este último lo publicó De Armas y agotó cuatro ediciones en un mes. Pero un día fue Morales Bello a su oficina, lo amenazó y le puso una pistola en el pecho; entonces ya no lo reeditaron más.

-¿A usted lo han amenazado de muerte?
-Bueno, cada vez que sacaba un libro me amenazaban. Cuando publiqué La amante del presidente, que es la historia de Cecilia Matos, los adecos me andaban buscando para matarme. Otros me veían por ahí y lo que hacían era brindarme caña. Una vez un tipo llamado Néstor Tablante Garrido me sacó un arma en la librería El Gusano de Luz. Yo le dije: "Mira, es mejor que guardes eso, porque se te va a escapar un tiro y te vas a malograr esas bolas que nunca has usado".

-¿A cuál de los personajes que ha mencionado en sus libros reivindica hoy?
-Creo que a ninguno. Yo no acostumbro retractarme de lo que digo. Para eso sirve la palabra escrita: uno habla en un bar y al otro día no hay forma de confirmar nada, pero uno escribe algo y así queda registrado para siempre.

-¿Todos le parecen tan indignos como antes?
-Bueno, no todos. Jesús Sanoja Hernández es un hombre dedicado seriamente a su oficio, que es el periodismo, y también hace poesía. Es el único tipo serio que queda de la izquierda.

-¿Qué opinión le merece Teodoro Petkoff?
-A Teodoro lo conocí en el PCV, cuando yo pertenecía a la Juventud Comunista. De él escribí que fundó el primer partido anticomunista de Venezuela, que es el MAS. Hoy cualquiera puede ver lo que ha pasado con el tiempo. Yo estoy acostumbrado a decir lo que pienso, y a decir la verdad.

-¿Usted es un hombre feliz?
-Bueno, he tenido mis momentos de depresión, de soledad; he pasado hambre. Pero puedo decir algo que no puede decir cualquiera: las mujeres que he tenido me han amado, se han acostado conmigo por amor. Porque nunca he tenido dinero. 

YO, EL SUPREMO

A sus 63 años, Argenis Rodríguez ha publicado 40 libros entre novelas, noveletas y testimonios; tiene 20 novelas inéditas y un diario que comenzó a escribir a los 14 años, y que "debe tener cerca de 10 mil páginas: es más largo que el diario de Miranda". Los títulos de las dos últimas no­velas anuncian tempestades: una se llama La toma de posesión del presidente Chávez y el secuestro del inge­niero Nagen. La otra: De asesinos, lesbianas, prostitutas y barraganas. Ambas están pobladas de personajes reales, ampliamente conocidos en Venezuela, y las situaciones están llenas de un agrio desparpajo. En De asesinos... un renombrado empresario fornica con una conocida diputa­da en un baño del Congreso. De pronto se abre la puerta; es el doctor Ramón J. Velásquez, quien con su proverbial capacidad para emitir sentencias comenta: "Estas cosas sólo pasan en Venezuela". Los otros dos personajes también son reales, y aparecen con sus nombres.

-¿Usted hace literatura o periodismo, o simplemente nos cae a chismes?
-Yo escribo. Y no hay un escritor en este país que lo haga como yo.

-Usted acostumbra a ponerse por encima de varios escritores venezolanos emblemáticos. Se los voy a nombrar uno por uno, y usted me dice por qué son inferiores a usted.
-De acuerdo.

-Rómulo Gallegos.
-Cantaclaro empieza bien, pero Gallegos creía en la virginidad. Dígame Santos Luzardo: él es un santo, lo di­ce su nombre. No le hace nada a Ma­risela, que estaba bien buena; no le hace nada a Doña Bárbara, que se le ofrecía. Así no se puede.

-Rufino Blanco Fombona.
-Me gusta Rufino porque era recio, macho, escribía violento, pero era racista.

-Mariano Picón Salas.
 -Mucha palabrería. A Mariano le sobraba ramaje y le faltaba cultura.

-UslarPietri.
-A Uslar le falta todo. Un hombre que trata de usted a todo el mundo, que es inaccesible, que no te deja llegar a él, no puede conocer el alma de la gente.

-Adriano González León.
-El es clase media baja; esa es la gente más vulgar y llena de prejuicios. Y un escritor con prejuicios no funciona.

-Rafael Arraiz Lucca.

-Yo desconfío de la gente que anda bien vestida y con corbata. No lo he leído. Para ser escritor es preciso haber conocido la vida desde muy abajo y desde muy arriba, y el único que ha cumplido con ese requisito he sido yo.