domingo, 29 de septiembre de 2013

Las tetas de mi hogar

Publicada en Épale Ccs Nro. 49: http://www.ciudadccs.org.ve/?cat=430

Cada vez que quiero ilustrarles a los muchachos qué cosa era la terrorífica “libertad” de eso que llaman Cuarta República les echo el cuento de cómo era la recluta. Recluta: esa forma de secuestro que cierto "militar tirano" suprimió y prohibió para siempre, en lo que fue su primer acto de Gobierno por allá por 1999.
Una vez al año, durante una temporada cuyos meses no recuerdo, los muchachos de 18 a 28 años teníamos que andar por la calle mirando para los lados, temerosos, pendientes de la aparición de algún policía, Guardia Nacional o soldado, cuya misión era secuestrarnos y llevarnos a “cumplir el servicio militar obligatorio”. Así se le decía al acto de ir a perder un año y medio de tu vida en un cuartel, casi siempre en un campo o ciudad lejos de donde vivías.
Para los más viejos o para quienes ya habían “cumplido” la cosa era más bien una fiesta. Verlo a uno pegar carreras, verde del pánico, o tratar de esconderse, les causaba una risa del coño, y había jodedores que, cuando aparecían los secuestradores uniformados, se dedicaban a echarles paja a los muchachos que se escondían en los comercios. A más de uno lo sacaron así, de atrás del mostrador de una zapatería, luego de que un simpático pajúo le informara al paco que ahí había uno escondido. 15 bolívares les pagaban a los funcionarios por joven capturado.
Después de mucho escapármele a la autoridad vine a caer una vez, mansamente, dentro de una buseta. Tan fácil como que se subieron unos tombos en la esquina de Carmelitas y nos pidieron la cédula a todos los varones. Mostré la mía y eso fue todo; me invitaron a subirme en una jaula de la PM full de chamos de mi edad, y además tuve que pagarle el pasaje al coñoemadre de la buseta.
Al llegar a Fuerte Tiuna una hilera de soldados nos recibió con pitas e insultos. Como el metro estaba recién inaugurado y cada rato la gente inventaba chistes con los nombres de las estaciones algunos nos gritaban, imitando la voz de locutor que salía por los parlantes: “Estación Conejo Blanco. ¡A desalojar el tren!” (Conejo Blanco se llamaba antiguamente el sector donde está construido el Fuerte Tiuna). Las muchas angustias de quienes no queríamos cumplir el maldito servicio eran indescriptibles, pero basta mencionar una: en tiempos en que no existían los teléfonos celulares uno no dejaba de pensar en la familia, en cómo comunicarse o en cómo o a quién pedirle ayuda. Secuestro es secuestro, compañero.
Después de una tarde-noche de insultos, provocaciones y hambre (no nos dieron de comer) fuimos a dormir en un galpón lleno de literas. A las 4 de la mañana entró una parranda de soldados a hacer bulla con ollas y peroles, a gritarnos “¡A levantarse, reclutas! ¡Nuevo es nuevo y su apellido es mierda!”. Y entonaban el toque de Diana (ese mismo que luego se puso de moda los días de elecciones) acompañándolo rítmicamente con esta perra letra:

“Levántate, recluta,
que ya amaneció
¿Por qué no te viniste
cuando me vine yo?
Tiende bien esa cama
Me lavas los peroles
Te lanzas la mierdera
Lavas los interiores…”

La descripción de la jornada es larga, como larga fue la cola de cinco horas que tuvimos que hacer para entrar a un cuarto para hablar con un sargento o vaina parecida, que nos daba el último chance de demostrar que no éramos elegibles para cumplir el servicio. El que convencía a ese tipo recibía un carnet que lo salvaba de ser secuestrado por un año y medio y salía en libertad; el que no, pasaba a un cuarto anexo para que le rasparan el coco y le daban su uniforme de soldado raso, listo para ser vejado por los antiguos. Yo tenía al menos dos pretextos legales: era estudiante y era además el único sostén de mi hogar.
Lo de ser estudiante lo demostré con mi carnet de liceísta. Cuando le dije al bicho que era sostén de hogar me miró con una risita burlona y me dijo: “Bueno, se le irán a caer las tetas a tu hogar, porque tú de aquí no sales”.
Puro sicoterror. Ese mismo día salí con mi flamante carnet de “No elegible, por ahora”.

martes, 3 de septiembre de 2013

Cinema Trébol

Centro Comercial Los Dos Caminos, popularmente conocido como "El Trébol"




Información para los más jóvenes: el centro comercial Trébol quedaba donde hoy se levanta (y se hunde) ese bicho puyúo en forma de nave espacial llamado Milenium. El Trébol era una edificación normalita ella, cuadrada y tal, pero su gancho era el novedoso sistema de salas de cine. Marico, no lo podías creer, o sea: eran tres salas donde pasaban tres películas simultáneas, y le pusieron “trébol” por eso, porque la disposición de las salas se asemejaba a las hojas de las maticas esas con las que Malú hace sus ensaladas gratis para pelabolas. Muy ingeniosos.
Quedaba lejos el Trébol, y ese era otro de sus encantos; cuando no existía el Metro había que agarrar un autobús desde la avenida Sucre hasta Chacaíto, luego otro que fuera para Petare, y quedarse ahí donde está hoy el metro de Los Dos Caminos. Era un viaje de una hora y pico si había tránsito pesado. Si tú querías sacar a pasear a una novia o potencial levante no te la podías llevar para esos cines horrendos del centro, esos bichos donde pasaban puras películas porno o mexicanas (la gente que trabaja en el diario Ciudad Caracas, antiguo cine Rialto, todavía debe escuchar a las ánimas en pena –y en pene- de tanta actriz especialista en gemidos falsos). No señor: había que irse al este del este. Allá lejos, en las salas ultra-guao de los cines Trébol, conocimos muchos las delicias de la lata clandestina y el manoseo descarado, mientras el pendejo de Clint Eastwood hacía esfuerzos por llamar nuestra atención. La siempre dulce Laurita manipulaba la pistola mejor que ese tipo.

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento de la nostalgia, un día del año 2000 pasé por el lugar y me encontré con que unas máquinas le habían entrado a pingazos al centro comercial y sólo quedaba un carapacho de columnas y medio techo. El espacio había sido cerrado con láminas de zinc. Bordeé la barrera hasta que me encontré con la entrada, y sentado del lado de adentro un vigilante. Le dije que quería entrar para ver cómo habían quedado los cines (sí, estaba pensando en el tono de Cinema Paradiso), que yo era periodista y que iba a escribir algo para un periódico revolucionarísimo en que trabajé dos meses. Sabes que yo nunca trabajé en diarios escuálidos; solamente en El Nacional, El Universal, Así es la Noticia, 2001 y ese que llaman Tal Cual.
El vigilante fue a buscar a una especie de jefe de las obras y éste vino a atenderme. Le dije a qué iba, que me diera chance de entrar con un fotógrafo. El hombre me dijo:
--Ajá, pero ahí lo que queda es un hueco y un poco de escombros. ¿Qué noticia vas a buscar tú ahí?
Pude haber insistido, pero le di la razón al carajo y lo dejé de ese tamaño. Las Lauritas de mi perra vida nunca serán un escombro en la memoria.