martes, 2 de julio de 2013

¿Viva la universidad? ¿Y como para qué?


Era viernes 25 de mayo de 2007 y estábamos a pocos días de presenciar el fin de las transmisiones abiertas de RCTV. La Asamblea Nacional cometió el error de invitarme para que hiciera uso de un derecho de palabra, en una sesión callejera concebida para que todos dijéramos a coro: "Granier es una rata golpista, viva Chávez". En vista de que yo había dicho eso muchas veces y de muy distintas formas, quise aprovechar esos minutos para decir algunas otras un poco nuevas y un poco incómodas, para esbozar aunque fuera un acercamiento al fondo del problema llamado Medios de Comunicación.


Al finalizar los 15 minutos que duró mi cháchara había un gentío mirándome con arrechera y otro gentío más cagándose de la risa, pero sin atreverse a expresarme su acuerdo. Yo soy así. Nací o me formaron con ese defecto. Tengo muy mal sentido de la oportunidad. Pensar que con haber alabado a los presentes me hubiese ganado unos aplausos.

En resumen, repetí más o menos lo mismo que un par de semanas antes en la cancillería (http://discursodeloeste.blogspot.com/2007/05/misin-boves-en-la-casa-amarilla.html): la universidad es una fábrica de mediocres sin sensibilidad social, prepotentes y con aires de entidad superior; una institución colonial de mierda, creada y desarrollada conforme a las necesidades de una estructura de poder elitesca y excluyente; una estructura según la cual los profes son seres muy inteligentes que le inculcan conocimiento (remember el verbo "adoctrinar", que se pone de moda cuando a los escuálidos les da por creer que educar y adoctrinar son cosas distintas) a una parranda de güevones, mismos que, al ser evaluados, deben reproducir dócilmente lo que el profesor, eco de la voz de la universidad, les ordena pensar. Si usted escribe o dice en un examen algo distinto a lo que la universidad le ordena, usted está raspao. Les grité que, a causa de ese desperfecto originario (ya que la universidad, como es creación medieval y su estructura y funcionamiento siguen siendo ejemplo de la mentalidad medieval, siempre estará del lado de los opresores y burgueses) va siendo hora de sentarse a discutir si ese asco de institución, esa fábrica de burgueses, merece ser defendida, reinventada o destruida como espacio de transmisión de saber.

Hablé también de la Ley de Periodismo y de la necesidad de derogar esa mierda, pues es expresión de una sociedad adeca que se niega a morir. Puse como ejemplo vivo de cierto disparate a Willian Lara, para entonces ministro deInformación: dije que él era licenciado en Comunicación Social (porque la UCV le dio una licencia) pero no es periodista, porque, que se sepa, el ministro no ejerce la profesión ni se gana el piche plato de espaguetis ejerciendo el oficio.

Más vale que no, mi compai.
Como respuesta, Earle Herrera reaccionó con tremendo argumento, demostrativo de la profundidad del pensamiento que emana de la U-U: "¡Willian Lara sí es periodista y que viva la Universidad!". El propio Willian intervino más tarde para decir que 
Cuarenta y ocho horas transcurrieron y allí estaba, la hez de "la flor de la juventud universitaria" encabezada por aquel Goicoechea, aquel Stalin González y aquel Guevara, quemando el centro de Caracas o intentándolo, mientras nosotros los monos, chaburros, marginales, maleducados y malandros los manteníamos a raya a botellazos, en defensa de la democracia venezolana. Les pedí entonces a los compatriotas revolucionarios Lara y Herrera que, si de verdad querían defender a la Universidad, lo hicieran en ese momento. Justo en ese momento: que defendieran a los niños lindos que se lucían en las pantallas de Globovisión: esos eran los profesionales del futuro. Esos eran los sujetos que al cabo de unos años defenderían la academia, el campus, el Almamarte o Almamater, la condición de profesionales, con el mismo encono con que lo hacían Herrera y Lara. Échenle bolas, les dije, siéntanse orgullosos; griten a voz en cuello: "¡Que viva la Universidad!".
Pero mira las sorpresas que te da la vida, o la política. Exactamente dos meses después de aquella sesión de la Asamblea Earle Herrera publicó en Aporrea un artículo titulado "Universidad de sal". No quiero tirarle más a Earle Herrera. Sólo quiero que recuerden el episodio dela Asamblea, y lean el artículo que escribió Earle un par de meses después. Es este:


Universidad de sal

Earle Herrera
Fecha de publicación: 26/07/07

Como la mujer de Lot, la universidad venezolana está convertida en estatua de sal. La vieja academia se quedó ensimismada, mirando hacia atrás, sobrecogida y paralizada por el temor a los cambios. Avanza por inercia y vive de sus glorias pasadas. Es, qué duda cabe, la institución más conservadora de la Venezuela contemporánea.

Su estructura preserva algo más que las formas del modelo medieval. La expresión más acabada de ese arcaico paradigma es el claustro universitario, con su calco en cada facultad en las llamadas asambleas, las cuales son cualquier cosa, menos asambleas. La palabra y figura del claustro le vienen de la universidad monástica y monárquica. Puro formol y mortaja.

Así transitó los siglos, con no pocos sacudimientos, como el de la Reforma de Córdoba en la Argentina de 1918. O el de aquellos albores libertarios, con los estatutos republicanos dictados por Simón Bolívar, en 1827. Pero las fuerzas conservadoras siempre terminaron por retornar al regazo colonial e imponer la fuerza inmovilizante del pasado.

En Venezuela, la universidad se colocó de espaldas al pueblo y se divorció de su realidad. Los millares de jóvenes que cada año quedaban excluidos de sus aulas, no eran su problema. Por el contrario, ese drama colectivo lo convirtió en un negocio que, vía prueba interna, pasó a engrosar lo que denominó “ingresos propios”, una forma de asalto, hay que reconocerlo, a mano desarmada.

En su seno, afloraron las roscas y grupos de interés. También los apellidos, para no irles a la zaga a los mantuanos del valle. O a sus amos, como los llamó Herrera Luque. Algunos nombres que despotrican de la elección indefinida, se hicieron indefinidos en cátedras, departamentos, institutos, escuelas y facultades. Los cargos en unos casos se volvieron hereditarios y, en otros, conyugales. Siempre partidistas.

La exclusión intramuros pasó invicta el siglo XX y se aferra a su claustro en pleno siglo XXI.Los “académicos” ultramontanos se irritan ante la sola posibilidad de que los trabajadores y empleados puedan tener derecho al voto para elegir a las autoridades. Gritan que eso sería el fin de una academia que, hace rato, está momificada. Estos catedráticos se consumen ante la sola propuesta de homologar el voto estudiantil y el profesoral. ¡Y se dicen democráticos!

¡Cómo pesan las arcaicas estructuras de la vieja universidad! A la altura de esta línea, para regocijo ventajista de las roscas “académicas”, es hora de que los profesores instructores por concurso de oposición no tienen derecho de voto para escoger las autoridades rectorales, ni de facultad, ni de nada. Poco importa que sobre ellos recaiga el mayor peso de la docencia en casi todas las universidades llamadas autónomas.

El siglo XXI ya no soporta a estos viejos mastodontes que tanto hablan de democracia y tanto la niegan. El claustro como estructura, digámoslo de una buena vez, debe volar en pedazos. Sobre sus escombros ha de renacer la nueva universidad, de cara al país, consustanciada con el pueblo y sus problemas y verdaderamente democrática. Desde los directores de escuelas hasta el equipo rectoral deben ser elegidos por toda la comunidad universitaria, sin exclusión.

Los que vociferan que el gobierno bolivariano amenaza la autonomía, en realidad es a estos cambios a lo que temen, a la verdadera profundización de la democracia universitaria. Cambios que están por cumplirse en forma inexorable. Las fuerzas conservadoras podrán retardarlos algo, pero no los detendrán. Con no poco pavor, esas fuerzas oyen que las campanas empiezan a doblar por el viejo claustro y sus momificados e inútiles pero costosos faraones “académicos”.

Lo de “académicos” es un decir. La exclusión como electores de trabajadores y empleados, de los profesores instructores, así como el valor de 25% que en la obsoleta ley se le asigna al voto estudiantil con respecto al profesoral, no ha significado la elección como autoridades de los más académicos. Hoy mismo, en este aquí y ahora, se puede hacer una larga lista de cargos rectorales y de decanos ejercidos por quienes nunca se han destacado en la investigación ni en la docencia, no han presentado debidamente sus trabajos de ascensos, no han escrito un solo libro, no tienen los títulos que exige la ley y ni siquiera han pronunciado alguna frase que los recuerde, sino para la historia, al menos para la anécdota.

Y a todas y cada una de esas autoridades, las ha elegido el añejo claustro y las esclerosadas Asambleas de Facultad. Hacia ese inconmovible pasado que tanto pesa sobre el presente y hace nugatorio el futuro, mira y se aferra la universidad que emula a la mujer de Lot, la universidadconvertida en estatua de sal.