domingo, 25 de noviembre de 2012

Unas crónicas viejas para un libro actual

Foto: Gustavo Borges

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La joven editorial Senzala acaba de editar una recopilación de mis crónicas de sucesos, aquellas que publicaba al borde final del siglo pasado en los diarios rrrrrevolucionarios El Nacional y El Mundo. Se llama Guerra nuestra. Crónicas criminales. Como objeto artístico el libro es una belleza, un trabajo formidable de Aarón Mundo, Yanuva León y otros; el libro está lleno de ilustraciones, viñetas y señalizaciones, y en general el diseño tiene el gancho de la novísima forma de mostrar, la nueva escuela de hacedores de objetos editoriales. A ellos, gracias. Es un libro digno de mirarse.
Sobre el contenido del libro no puedo sino reafirmar que le hace honor al subtítulo o título complementario mencionado arriba: esas crónicas son criminales. Es decir, son coñoemadres, por varias razones. Algo de eso digo y explicvo en la presentación o introducción del volumen, este texto que copio a continuación.
Es un texto es de agosto de 2011, momento en que le entregué el libro a la editorial. En este año y piquito no ha cambiado nada mi percepción de esos temas. O al menos eso creo.
Dice la introducción: 
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Lo que cambió. Lo que permanece.

Hace doce años, en ocasión de la primera edición de un puñado de estas crónicas (este puñado, con otras más y otras menos) quise poner el énfasis en un ejercicio de autocrítica. Admitía, en la nota introductoria, el carácter perverso inherente al hecho de que yo, para ese entonces reportero de sucesos (primero de El Nacional y luego de El Mundo) me ganaba un sueldo por contar historias del dolor y la tragedia cotidiana de un país. Un párrafo más abajo pretendí compartir con los lectores (o más bien echarle a éste, es decir, a usted) la responsabilidad de esa perversión: sucede que si a algunas personas les pagan para que investiguen y escriban sobre casos dramáticos y terribles es porque hay un público que busca desesperadamente, consume y disfruta esas narraciones. Oferta dominical: pesadillas de mayor o menor calado, padecidas por otros.
He resaltado un verbo en el párrafo anterior; ese verbo da la clave de las perversiones citadas y de las originarias. Nos matamos y dejamos matar, soportamos y perpetramos crueldades; convertimos la desgracia en espectáculo y objeto para el entretenimiento, porque vivimos en una sociedad donde todo es mercancía, todo se compra y se vende y tiene un precio. Todo: desde la vida hasta la muerte, pasando por el periodismo, el sexo, la cultura, el derecho a leer, a oír música, a querer saber cómo y por qué asesinaron a una o más personas. Uno no lee: uno consume contenidos. He leído una y otra vez todo cuanto afirmé en aquel texto de presentación y no reniego de casi nada.
Sin pretender enmendar conductas o expiar culpa alguna, quiero rescatar de estos ejercicios periodísticos (y, según dicen algunos, literarios) el carácter de denuncia de una realidad espantosa, en la cual la violencia criminal corre a la par de la descomposición de un sistema. Y aclarar, sin ninguna reserva, que estoy consciente de que esa realidad ha sufrido algunas modificaciones pero es en esencia la misma. La delincuencia más monstruosa es la que acumula dinero y poder y esclaviza grandes masas de expoliados, pero el Estado prefiere invertir todos sus esfuerzos en aplacar la otra delincuencia: la que conforman simples ciudadanos neurotizados y salidos de madre, a causa de la entronización de una cultura de la competencia y la destrucción del débil. ¿Usted quiere ser o sentirse o ser reconocido como exitoso? Pues vaya y joda a algún güevón, que todos los días sale a la calle uno y el que lo agarre es suyo.
A pesar del discurso social que ha convertido en bandera el Gobierno de Hugo Chávez, y del gigantesco salto adelante en materia de reivindicación del pueblo excluido que estamos experimentando en este país, en las calles continúan patrullando sujetos “formados” en una de las misiones más abominables del Estado burgués: reprimir al ser humano pobre para que los individuos de las clases medias y altas tengan tranquilidad. Un policía es una persona pobre a quien le han inculcado la siguiente instrucción, sin decírsela expresamente: “Cuando veas a un tipo como tú (negro, pobre, mal vestido, con una dicción y un tono que hiera el oído de la ‘gente de bien’) pídele la cédula, déjalo detenido: jódelo”.
Al momento de redactar estas líneas está en proceso de creación la Policía Nacional Bolivariana. Otra filosofía parece mover a sus creadores, y los parámetros de formación suenan bien en el papel. Aplaudiré esta iniciativa cuando vea en acción a los nuevos funcionarios, perciba en ellos una real vocación de servicio y respeto hacia la gente pobre, y  los vea humillar y encarcelar, en palmarias y públicas acciones ejemplarizantes, a los delincuentes mayores: a los empresarios esclavistas, a los expoliadores, a los intocables de siempre.
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Van tres anotaciones al margen.
*En el momento de escribir estas crónicas, y al realizar aquella primera recopilación del año 2000, “se me escaparon” algunos detalles que ahora percibo con más nitidez. Uno, la cantidad de femicidios que reseñé, en distintas variantes: la golpiza doméstica, el ataque a tiros, la destrucción sicológica, la mala praxis médica. La forma en que abordé uno de esos asesinatos me mueve a una disculpa pública, que encontrarán en el epílogo de este volumen bajo el título genérico El engañado: dos crónicas y media. Si a alguna persona quiero dedicarle este y otros esfuerzos reporteriles es a Carolina Rodríguez Fernández (1971-1995), muchacha cuya vida fue truncada en circunstancias que no quiero repetir acá. Al final está mi explicación de todo el asunto.
*Tampoco había tenido suficiente serenidad para darme cuenta del contexto temporal en que se desarrollaron estos sucesos. Salvo tres de ellos, los casos acá expuestos ocurrieron en un momento en que Venezuela transitaba de una a otra etapa de su proceso histórico: abandonaba la administración del Estado una concepción del poder y de la democracia, y otra radicalmente distinta se disponía a sustituirla. Estas son crónicas de la muerte de una sociedad nauseabunda, y eso por alguna razón deja espacios para la esperanza: las sociedades cambian. En el caso de Venezuela, donde hemos descubierto la eficacia política de la lentitud, esperamos que sea para mejor.
*Los individuos también cambiamos. He revisado el tono y las claves del discurso que utilicé hace doce años y un poco más, y me he sorprendido regodeándome en elementos que hoy no celebraría, o que pensaría muy bien antes de exhibir: hay aquí un desparpajo y una frescura que celebro, pero también algunas referencias xenofóbicas y chistes misóginos, todos prescindibles y gratuitos. Allí los dejo, tal como los escribí a finales de los 90, porque ocultarlos equivaldría a mentir diciendo que nunca me equivoqué, que nunca fui impertinente ni injusto, que a mis treinta y tantos años tenía la misma visión del mundo que tengo ahora; y que, por lo tanto, nunca tuve oportunidad ni necesidad de mejorar o crecer en conciencia.

JRD, agosto de 2011

viernes, 9 de noviembre de 2012

Al pobre cielo abatido que tanto asusta a los hombres

"En el horizonte estalla la lengua de los desiertos..."

Le jalé bolas, lo amenacé, le ofrecí medio costillar de cochino, dos garrafas de cocuy, y no quiso entregarme la canción, porque viene en un disco inédito todavía. Un año exacto anduve detrás de esta bicha desde la primera vez que la oí. El carajo me la ponía para que la oyera dos veces y después me la arrancaba de las manos (de los oídos). Así que en estos días me arreché y se la robé. Aquí la tengo. Ahora que me demande o me caiga a coñazos.
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El chisme es breve y no es grave, para nada. Parece que, de niño, el compai Gino González le tenía miedo a los aguaceros del llano (bueno, cualquiera; allá la cosa viene con estallidos eléctricos y el ruido de todo eso en los techos de zinc de nuestra pobreza es espantoso). Sabes que uno cree que puede liberarse de la niñez con nomás cumplir años; uno cree que con sólo dejar pasar el tiempo puede dejar atrás a la niñez. Pero siempre queda algo de aquel carajito que fuimos revoloteando en los adentros, y en alguna gente el ser niño no se abandona nunca. Caso de Gino: el carajo ya no le tiene miedo a la lluvia, pero de aquellos terrores mortales quedaba un sedimento, que era la melancolía. 
Hace poco el hermano cantor decidió hacer algo al respecto y se sacó toda esa verga de adentro. Y "se la sacó" quiere decir que se la sacó como hay que sacar algo que nos llueve: a cántaros. El loco se ha zumbado uno de los poemas-canciones más sobrecogedores que conozco, un maldito ejercicio poético que (ahora sí) no me canso de leer y de escuchar. Porque funciona y estremece de las tres formas: oyéndolo, leyéndolo, y leyéndolo mientras lo escuchas. Después de decir-cantar esta cosa es evidente que ya todo lo que se tiene que decir sobre la lluvia y el miedo queda dicho. "En el horizonte estalla la lengua de los desiertos": el habla de un llanero de tierra seca cantándole a los diluvios. Un llanero que ya más nunca será atormentado por un palo de agua.
Este no es el Gino brutal de "Despechao por una burra" y tampoco el discurseador político de "Dios Madre, cómo va el mundo" o el historiador de "El corrío de José Tomás Boves". Es un Gino que desconocía: el que trabaja el lenguaje a partir de un estremecimiento individual. Un tipo que se dedicó esta vez más a moldear el verbo que a escudriñar los asuntos de la sociedad. Aunque hay algo de eso también en algunos pasajes: "Un abdomen aventado por el hambre y las lombrices / los niños se están bañando: ¿quién dijo llovizna triste?". Después de oír esto creo que ya a los poetas del mundo les quedan muy pocas cosas que decir acerca de la lluvia.
Aquí les pongo la canción pues. Si usted es de esa fauna que no cree posible meter en un solo poema a un duende que dinamita las nubes, una formidable imagen lésbica donde la lluvia roza con sus cabellos el pecho de la tierra (que después, por supuesto, queda "jadeante de regocijo"); un carnaval de aluminio, la tierra fritando diamantes con la leña de cristal, un baile de lanzas frenéticas, la esperanza de los muertos y los ojos de mi negra buscando mis pupilas; si no te cabe en la cabeza que con todo eso pueda componerse un texto único, pues coge línea y métete en esta charca, donde "los sapos están afinando para darte serenata".
Pero nada, nada tendrá sentido en la lectura de todo esto, si no te atreves a escuchar los siete segundos finales de la canción, cuando calla la voz y hablan los sonidos. Ahí, en ese instante tan aparentemente corto, está el desgarro, el acto final de sacarse la espina.
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Se llama Coplas mayeras. Así no sea mayo y en el llano ahorita está más bien entrando el verano, aquí va el poema, homenaje del Gino al niño que todavía es, a pesar de su medio siglo de carretera. Léela mientras la escuchas, o escúchala mientras la lees:



La luna en cuarto menguante se ha dibujado en tus labios
y en tus ojos es más gigante la noche oscura de mayo.

Un horizonte moreno estrellado de cocuyos
van sobre el viento cerrero mi suspiro con el tuyo.

Una nube rompe el luto, se dispersa en el canal
se unen las gotas de a puño en un chorro de huracán.

La llovizna aunque sea lenta, gota a gota y poco a poco
en su terca consecuencia, unidas son terremoto.

Entre susurro y abrazo se mojan palabras mudas
y van formando los charcos que después serán lagunas.

Un carnaval de aluminio en un arpa de tormenta
va dibujando caminos bajo un cielo de trompeta.

Baila un joropo en el cielo el trueno con la centella
la lluvia extiende el cabello sobre el pecho de la  tierra.

Estampida de guarales ahuyentados por el viento
azotan los matorrales ponen al suelo contento.

Zinc de rayos erizados, ese hormigo queda arriba
¿no lo estará provocando sangre de una nube herida?

Ahí está la molendera en el techo de hojalata
parece que muele arena con sus espuelas de plata.

Amor de semilla y surco: queda preñada la flor
en su vientre forma el fruto madurado con el sol.

Las gotas en su exterminio dejan de bailar, cansadas;
jadeante de regocijo, sudorosa la sabana.

Está muy mono el verano con sus verdes pantalones
¿no ves que el agua le trajo hasta un sombrero de flores?

II

En invierno son las pausas pinceladas de relámpagos
sigue el baile de las lanzas frenéticas sin descanso.

En el horizonte estalla la lengua de los desiertos
y el agua se lo ametralla: la esperanza de los muertos.

Se desparrama la chispa del agua y su crepitar
y agujera la camisa en el cuerpo del barrial.

Son puñales las goteras sobre el chinchorro maltrecho
y la cobija da pena en el pasado del hueso.

Se desata el temporal, la tierra frita diamantes
con la leña de cristal y la candela del aire.

Un abdomen aventado por el hambre y las lombrices
los niños se están bañando: ¿quién dijo llovizna triste?

La lluvia es un avispero, suelta su transpiración
en mi piel tiende su velo y en mi olfato su aguijón.

Ya los ojos de mi negra van buscando mis pupilas
¿Qué va a saber de miseria? Es un ventarrón de caricias.

Las nubes entre rugidos desgarran como leones
al pobre cielo abatido que tanto asusta a los hombres.

El mundo por sus paredes en ese cajón que cruje
mira bien que ese es un duende dinamitando las nubes.

¿Estarán jugando bolas?, como lo decía mi abuelo
es una pelota e goma que se le fueron los frenos.

Con los fogones tronando tiré un poema a la charca:
los sapos están afinando para darte serenata.

Relincha el techo sin clavos, no lo sostienen los rezos
se inunda, se viene abajo, me despido en este verso.

jueves, 1 de noviembre de 2012

La bendita criticadera

Un edificio recién inaugurado se derrumba (por mala intención, negligencia o descuido de los ingenieros o constructores). Hay docenas de muertos y  heridos. ¿Tú eres es ingeniero o constructor? ¿Tú puedes hacer un edificio más resistente que ese? ¿No? ¿No? Entonces no critiques a quienes hicieron ese edificio. Tú no vas a hacer uno mejor, así que (dedo índice en los labios) sssshhht.
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Tu pareja se somete a una operación quirúrgica del hígado, y al salir del quirófano ya no puede moverse, ni hablar, ni comer, ni cagar. Hace cuatro horas tu pareja era un ser humano y ahora (por mala intención, negligencia o descuido de los médicos) es un cuerpo inerte, casi un vegetal. Eh: ¿tú eres médico? ¿Te sientes capaz de realizar una operación más exitosa y eficiente que esa? Ah, ¿no? ¿Y te sientes o te crees con derecho a venir a criticar al señor cirujano o al equipo médico? ¿Me estás jodiendo?
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Lees en el periódico un reportaje, y ese reportaje no te da suficiente información o distorsiona (por mala intención, negligencia o descuido del periodista) los hechos. ¿Tú eres periodista? ¿Puedes escribir un reportaje con las suficientes claridad y destreza para dejar cubiertos todos los aspectos del tema? ¿Perdón? ¿Cómo es la vaina? ¿Y sin saber investigar ni escribir como el periodista eres capaz de criticar su reportaje?
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Cierre del noveno inning, tres en bases. Batea el cuarto bate del equipo del cual eres fanático; el pelotero, en vez de batear el jonrón que tú estás esperando, se poncha (por mala intención, negligencia o descuido). Ya va: ¿tú eres pelotero? Si te ponen ahí en el momento crucial en que estaba el señor que se ponchó, ¿garantizas que batearás un jonrón? Ah coño. ¿Ni siquiera has jugado beisbol nunca? ¿Y por qué llamas batequebrao al pelotero? ¿Por qué no vas tú y bateas por él, a ver si eres tan arrecho?
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Al señor profesor lo ponen en ese cargo para que los muchachos reciban eso que los pobres creyentes en los valores civilizatorios llaman "educación", pasen unas materias y entren en el sistema social con algo de ánimos de convivencia y de construcción de la sociedad. A mitad del semestre los coñitos (por mala intención, negligencia o descuido del profe) no han aprendido a leer ni a reconocer números y cada sesión de clases parece un certamen de violaciones y descuartizamientos. Usted debería ocuparse de ese curso. ¿Cómo? ¿Que usted no va a hacer eso porque lo suyo es la carpintería? ¿No es educador? ¿Y con qué morarrrr va a criticar ni a señalarle nada al profesor? 
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Tú eres taxista. Se monta un pasajero y a ti te da por desahogarte hablando del edificio que se cayó, de tu esposa en estado vegetativo, del espantoso reportaje que leíste, del miserable ponche del pelotero. El pasajero se arrecha y te dice: "Un momentico, bicho: tú eres taxista, y me estás hablando de problemas que tú no puedes solucionar porque no estás capacitado para eso. Así que si quieres hablarme de algo háblame sobre carros y calles, y sobre más nada en la vida. Si tú no eres ingeniero, ni médico, ni periodista ni pelotero, ni maestro, entonces

¿PORRRR QUÉ MIEERRRRRDA
NO TE CALLAS?
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Quien ejerce un oficio que involucre o afecte a la sociedad debe atenerse a un precepto llamado responsabilidad social.
Lea esta noticia: http://www.20minutos.es/minuteca/francesco-schettino/.
Lea esta otra: http://www.taringa.net/posts/info/1065099/20-mentiras-sobre-la-guerra-de-Iraq.html
¿Usted ha sido capitán de un barco o se siente capaz de ejercer ese oficio? ¿No?
¿Usted ha sido presidente de EEUU o se siente capacitado para hacerlo? No le pare bolas: OPINE. Y si viene un capitán de barco o un presidente de EEUU a ridiculizarlo o a decirle irresponsable por hacerlo, entonces mándelo bien largo a lavarse las cavernas profundas de su infecto culo.
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La crítica y el cuestionamiento son potestad de todos los ciudadanos. De TODOS.