lunes, 23 de noviembre de 2009

Al barro vamos (3): empañetar e impermeabilizar

Pasos previos:

Al barro vamos (1)
Al barro vamos (2)

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El empañetao: suena hasta sabroso. Después viene la impermeabilización: agua y cola plástica en este caso, para que la lluvia no haga desastres con los adobes de barro. Empañetar es alisar la superficie de los adobes, tapar huecos, emparejar, todo esto con un barro más líquido que el usado para hacer los adobes.
En la construcción de este simple anexo en San Diego participamos haciendo adobes, pisando barro y metiendo mano en otras etapas del proceso Matilde, Ramón, Armando Casi Cura, Ángel David, Josefina Payró, Moriva Armas, Manuel Armas, Héizel P., Gustavo B., Carlos, Luis Cedeño, Vilma y un gentío más. No los recuerdo a todos.
Las paredes exteriores quedarán como las de adentro cuando se termine el proceso. Un acabado arrecho que puede rematarse con pintura. La señora Teresa decidió dejar las paredes así tal cual, la tierra con su color natural.




martes, 17 de noviembre de 2009

José Rondón: La casa del hombre

Clic en cada foto para verlas más grandes.

Si por “joven” definimos a un ser humano en la plenitud de su vigor físico y mental; a alguien que está pensando en el futuro y trabajando para que éste le sea más soportable a la humanidad; a alguien que está en el momento más formidable de su aporte de ideas y acciones de avanzada (revolucionarias); si un joven es alguien cuya potencia te hace pensar: “Con diez carajos como éste le cambiamos el rumbo al país”, entonces el hombre más joven que conozco tiene 93 años. Se llama José Rondón y vive en un recodo de los páramos merideños.

Tiene una casa que se parece a él (El Arca de José): aunque parece que ya está terminada, en realidad se encuentra en permanente construcción. Se trata de una vaina amorfa y gigantesca. Si uno la evalúa con los parámetros de armonía y belleza que nos impusieron desde niños, tendremos que decir que es fea. No hay nada allí que recuerde al ideal de casa de campo o de residencia por el que los privilegiados pagan millones. Pero hay ciertos datos mágicos que hacen de esa casa un asunto superior: uno, que está hecha por un hombre que la está haciendo con amor y entrega, no por esclavos que trabajan por comida o plata; dos, que gracias a la alquimia de la construcción alternativa usted nunca morirá allí de frío a pesar de estar en medio de un valle donde el viento helado sopla en serio; y tres, que al llegar al lugar José le advierte sobre algunas reglas del lugar. “La condición para estar aquí es que usted se apodere del lugar. Esto es de mis amigos y mis amigos hacen aquí lo que quieran. Cuando viene gente me gusta que la visita sea una siembra de recuerdos. Si hay algo que me moleste yo no se lo voy a mandar a decir: yo se lo digo”.
El Arca de José fue hasta hace poco una posada, pero José decidió o descubrió que ya no estaba en condiciones de sostenerla como tal. “Una posada requiere de mucha energía y atención. A mí me gusta hacer las cosas bien, que la gente se sienta atendida y satisfecha. Ya no es un trabajo para mí, así que antes de desmejorar el servicio prefiero no prestarlo más”. Cuenta que él en realidad es campesino, agricultor, “Pero en esta etapa de mi vida soy constructor”. Los títulos que lo acreditan como tal son el Arca y otras casas más que ha construido o ayudado a construir en varios lugares. Los reconocimientos del país formal incluyen foros al lado de Fruto Vivas, “él explicando su visión de la arquitectura y yo diciéndole a la gente cómo hacer una casa con lo que sea”.
Uno se tropieza con ella si se dedica a asomarse por las veredas de San Javier, rumbo al páramo de La Culata. Una edificación hecha de materiales desechables, o más bien desechados por gente que bota los objetos cuando los cree inútiles. El Arca es un templo donde ofician la madera, las botellas, el hierro, el barro, troncos de varios tipos de árboles, y sobre todo el ingenio y las ganas de construir de su creador. Como cualquier otra gesta, la de construir una casa tiene secretos. José no tiene problema alguno en revelar algunos de los suyos:
Más adelante muestra un ropero o armario que (vaya, revelación del idioma) puede desarmarse, trasladarse fácilmente. Y una pared que separa un salón grande de su habitación: “Una vez hubo un encuentro aquí, había como cien personas. En hora y media quitamos esta pared, apartamos unos muebles y ya teníamos espacio para esa reunión grande”.
José no mide más de 1 metro 60 pero su voz y su personalidad hacen que se vea inmenso, como la casa. Le hablé de Ramón Mendoza (El Cayapo) y resulta que lo conoce. “Le debo una visita. Cualquier día de estos cojo un autobús para hablar con él. Tenemos cosas que hacer juntos”. Era lo que estaba esperando: me ofrecí para llevarlo hasta San Diego para propiciar ese encuentro entre los dos maestros que conozco en las artes de construir para la vida. Nos dijo: “Maravilloso. Vayan buscando entonces la ropa más sucia que tengan, porque voy a enseñarlos a hacer cosas con barro y con arcilla. Cuando yo visito a los amigos no me gusta ir a perder el tiempo. Si voy para allá será para enseñarlos a hacer cosas, para dejar hecho algo”.


Una pregunta provocadora para ponerlo bravo (ya nos habían contado que cuando su reciedumbre se convertía en mal humor podía ser temible, y queríamos verlo en esas): “¿Y usted hasta cuándo piensa trabajar? ¿Cuándo va a terminar de construir la casa?”. Tal vez estimulado por la atención con que lo escuchaban mis panas y compañeras de viaje (uno junta sus edades y no suman 50 entre las dos) no reviró sino que habló de él y de la casa como de un mismo proceso vital: “Esta casa es un proyecto que no se termina. Siempre hay algo que acomodar o que hacer aquí. A mi edad hay que estar trabajando siempre, hay que mantenerse activo para no perder facultades. No voy a retirarme, esta casa está en construcción permanente, ese es el proyecto”.
Los suspiros de admiración de las muchachas hacen derivar la conversa por un derrotero afín. “Una vez vinieron unas monjas y yo me fijé en una. Le dije: ‘Usted no sabe lo feliz que me haría si la viera sin ese hábito’. Y bueno, por lo menos me regaló una sonrisa”. Se ríe breve y silenciosamente para celebrar su propio triunfo, y remata con una reflexión. “Hay gente que dice que uno es hombre mientras se le para el pipí. Yo he demostrado que eso no es verdad. Hay gente que formula esas teorías locas, nadie sabe basadas en qué”.








domingo, 15 de noviembre de 2009

Al barro vamos (2)

Decía hace unos días que buena parte del vacilón de hacer casas de barro es que escapa a lo que entendemos por trabajo. El trabajo aquí no es un martirio físico y sicológico a cambio de comida o dinero, sino una oportunidad para juntarse con gente buena o con ganas de jugar a serlo. Una ocasión para la jodienda, el sancocho, el trago y la construcción con las manos y el cerebro: lo que debería ser el trabajo en la sociedad que soñamos.
Todo esto sucedió el 24 de octubre allá en predios de Los Cayapos en San Diego (Carabobo):