martes, 20 de octubre de 2009

Quiénes leen mis blogs

Cada vez que abro un blog le coloco su contador. Sea manía o curiosidad, siempre es bueno averiguar de dónde viene la gente que visita, a través de qué buscador y buscando qué cosa. En el contador que utilizo (Webstats motigo, se llama) hay una sección particularmente reveladora llamada A través de qué enlace, es decir, el sitio desde donde la gente vino a caer en este blog o en los otros.
Hoy estuve revisando el contador del blog No escuches su canción de trueno, contentivo de mi novela del mismo nombre. Y verga. La sensación fue una mezcla de risa con desazón. A ver. Uno espera que la gente que lee el blog esté interesada en lo que dice el blog. Pero resulta que entre la gente que aterrizó en ese en particular hay quienes lo hicieron buscando estas palabras o frases:

  • Caricaturas animadas convulsionando
  • Culos de mujeres venezolanas metiéndose una botella
  • Sirenas aparecidas en playas de Higuerote
  • Letra de la canción el tartamudo de Ernesto Caballero
  • Canción del aborto: dónde estabas mamá cuando me partieron en pedazos
  • Dedicatoria para amigas distanciadas pidiendo disculpas
  • Letra de la canción Escapó de nuestras manos no pudimos detenernos
  • Campeones serie del Caribe narrada por carlos Tovar Bracho
El contador es este: http://webstats.motigo.com/s?tab=1&link=4&id=3514778
Ya tengo otra excusa para una sección fija de este blog.
Mientras tanto, va la aclaratoria: en mi novela no encontrarán alusiones a esos temas. Lo siento mucho. Hubiera querido, pero.

martes, 13 de octubre de 2009

El Gabán Tacateño

Joropo mirandino, golpe tuyero, joropo tuyero central: es lo mismo y da lo mismo cuando se tiene la oportunidad de ver cómo se vuelca el pueblo de Miranda a bailar con Enemesio Sánchez, El Gabán Tacateño. Lo grabé el el Museo de Bellas Artes de Caracas el 27 de octubre de 2007:






lunes, 5 de octubre de 2009

Al barro vamos

Esto lo he aprendido en la voz y en la acción de los Cayapos. A ellos les gusta sentir y decir que uno les roba las ideas para después echársela por ahí de sabihondo y tal. Pero igual nos han transmitido y nos siguen transmitiendo a unos cuantos el saber y el ignorar de la otra sociedad, esa que no conocemos pero que (precisamente) debemos soñar antes de construirla.



Uno de esos saberes-ignorares tiene que ver con la vivienda y el hábitat, y parte de aquí: si las casas de la sociedad actual le han servido a ésta, ¿cómo y con qué materiales construir la casa del futuro?
Ando montado o intentando montarme en una cruzada que parece muy pendeja y seguramente lo es: quiero hacer casas de barro. Aprender el simple arte de levantar la concha donde ha de transcurrir mi vejez, si es que completo la proeza de llegar allá. El ensayo quiere ser un poco menos individualista: entusiasmar a un poco de muchachos para que le echen bolas por ahí y dejen de estar soñando con el apartamento o la casa en la gran ciudad. Estas ciudades hay que desalojarlas urgentemente. Ya hay media docena animada y dándole con furia.
El experimento llamado "otra sociedad" está fuera de estos dinosaurios de concreto que ya se tragó el capitalismo. Aquí perdimos la batalla.
Pero ¿por qué de barro?
***
El cemento enferma. El barro es lo que somos. El cemento es contranatura, es un monstruo que ha destruido seres humanos y ha enriquecido a monstruos; el barro es esa materia de la que estamos hechos. Nada nos recuerda más qué somos que el moldear cosas con barro, jugar con barro, em-ba-rrar-se: lo que nos han impuesto como sinónimo de sucio termina purificándonos. Trabajar (jugar) con barro nos hermana con la tierra.
Las casas producidas en cantidades industriales y con criterio mercantilista y de industrialización las hacen obreros vejados, humillados, explotados, arrechos, frustrados, golpeados, esclavizados por el capitalismo. Un obrero-albañil está obligado a construir o ayudar a construir, por comida y un sueldo miserable, una casa que no será de él. Junto con su sudor, en ese cemento de la ignominia se quedan mezcladas sus rabias y quejas de seres humanos atormentados, así que nadie podrá vivir feliz nunca en esas casas y apartamentos. Esas paredes rezumarán por siempre tristezas y lamentaciones.
Por eso (continúa hablando El Cayapo) tu casa debes construirla tú mismo. Lo que se mezclará con el barro de la construcción será tu sudor y con él irá tu ternura, la ternura y las risas de tu familia y tus amigos. También se colarán allí tuas rabias y fantasmas, pero esos bichos son tuyos y ya no te harán daño.
Es un trabajito pesao, jodedor. Pisas barro quince minutos, haces adobes otros diez minutos y ya te quieres regresar a Caracas. A menos que te lo tomes como lo que debería ser todo trabajo: como una joda, como una oportunidad para echar vaina e intercambiarse burlas con el güevón y la güevona que están ahí haciendo lo mismo que tú. El trabajo te divierte o te esclaviza: si lo haces por comida o porque el patrón te está vigilando y tomándote el tiempo es una tortura coñoemadre. Trabajar viene de Tripaliare y tripaliare de tripalium: instrumento de tortura, y eso es una carga demasiado vergonzosa para la humanidad como para dejarla pasar debajo de la mesa. La cultura dominante de mierda te adoctrinó para que creas que el trabajo (tripalium, para enriquecer a otros) dignifica, cuando en realidad te humilla y te reduce a bicho sin dignidad.
Pero si trabajas para ti y tu gente es una gozadera, una fiesta y una dinámica infantil (jugar con barro es una nota):





En la segunda mitad de mi vida le dedicaré tiempo a este proyecto: llevarme a varios sitios a un equipo móvil para aprender conmigo, mientras aprendo con ellos, a hacer casas de adobe. Estamos comenzando en una construcción pequeña en San Diego (Carabobo), un simple anexo de la casa de Ramón Mendoza. El próximo espacio a colonizar será en la Fila Maestra, donde Miranda conecta en una vuelta insólita con Vargas. Hay otro terreno para lo mismo en El Guapo, otro en Yaracuy. Lugares varios para hacer músculo y aprender. Quitarse el capitalismo de encima (del cuerpo: quitárselo de la cabeza es más engorroso) lleva trabajo, esfuerzo.
Es un ejercicio bravo.

viernes, 2 de octubre de 2009

Rastafaris

Para Any, por esos 19 recién cumplidos.


Siempre me ha resultado difícil el contacto y la relación con religiosos. Con todo, la invitación a ir a una comuna rastafari tenía su encanto. Prejuicioso uno, apenas me dijeron "rasta" me empezó a oler a marihuana, y me entusiasmé. por cierto, hubo un debate muy franco con la gente de la comuna acerca de la necesidad real de presentar en televisión la forma de vida y la cotidianidad de los rastafari. Se quejaban, con razón, de la banalización a que los citadinos sometemos a los rastas.
Uno tiende a pensar que estos compas no son más que hippies y fumones que se pasan la vida hablando de paz y amor. En el diccionario de los prejuicios, "rasta" o rastafari se define así: bicho pelúo y en permanente nota de mafafa. Sólo al profundizar en su propuesta y su visión del mundo se encuentra uno con que van en el camino correcto (sólo que quizá con un método innecesariamente hermético y engorroso): ellos detestan y han decidido combatir las dinámicas de las grandes ciudades, la tragedia que significa la deshumanización del ser metido en un campo de concentración que te enferma.


Hubo otras razones que me animaban. Tenía que ver con que uno es metío por vocación y siempre lo atraen las vainas no convencionales, como por ejemplo que una muchacha vaya a parir naturalmente en un temascal: dícese construcción en forma de iglú hecha de bambú, cubierta con una lona, donde se meten los interesados para un ritual de purificación con unas piedras calientes a la manera de un baño sauna y tal.



Ana María iba a parir allí, de pie, y nuestra visita tenía por objeto ver si obteníamos la primicia en video. Uno es un cochino buscador de primicias. De entrada me lo dijeron: "No caballero, los aparatos electrónicos interfieren con la energía que debe predominar en el momento de ceremonia tan íntima y trascendental". Iba a venir al mundo un chamo. No es para hacer un show. Any entrevistó a Ana María para que le explicara el proceso, el concepto y la esperanza: nacer lejos de la ciudad y las clínicas mediante un proceso natural donde el amor, la gravedad y los fluidos lo hacen casi todo.



En esos días yo era director de Información de Ávila TV, y me fui para allá con un equipo, dos reporteros (Any, Manuel) y dos camarógrafos (Wilher, Daniel). Hubo que llevar a cabo una pequeña travesía. Llegamos de noche al lugar hasta donde se puede entrar en un carro pequeño como el mío y hubo que caminar a oscuras (nadie llevó una linterna) por una carretera de tierra que según los datos nos llevaría al sitio en 15 minutos, metiéndose en la montaña por San Jorge (cerca de Chuspa, estado Vargas). Como a la hora de dar pingazos empezamos a sospechar que la vaina no era por ahí. Pero perderse es parte del vacilón cuando uno camina por el monte, y al fin llegamos, de noche. Pocas cosas reconfortan más que bañarse de noche en un río. El extravío y la caminata valieron la pena.
Breve paréntesis, para un cuento que no tiene que ver con el tema, pero que sucedió. En esos días yo andaba huyéndole al persistente recuerdo de una niña de esas que más vale no haber abrazado nunca, porque uno no es de piedra y su pareja existe y tal. Llamémosla Mariana. Aquella ocasión me servía, entonces, como escape temporal de la presencia, la mención, la cercanía y el aroma fuerte de la gran Mariana. El chiste es que esa vez salimos de Caracas, nos internamos en el monte, caminamos como pocas veces en los últimos años, llegamos a una comuna dentro de una montaña convenientemente intrincada y sin señal para los celulares: eso se llama alejarse. Entramos por un portón olvidado del puto planeta, nos presentamos como la gente de Ávila TV que iba a hacer un reportaje, y de pronto en la oscuridad, semialumbrado por una candela tímida, sonó la voz gruesa de un rasta que dijo (juro por mi madre que lo dijo): "¡Ah!, Ávila TV. ¿Qué tal Mariana? ¿Trabaja ahí todavía?".
Dormimos y en la mañana empezó el choque, llamémoslo cultural. La gente de la comuna empezó a notificarnos de las cosas que estaban prohibidas. Hasta ahí todo normal, todo en orden; cada quien pone las reglas en el lugar donde vive, practica su culto o hace militancia. Luego vino el detallazo de que se le exigió a Any ponerse una falda larga para cubrirse las piernas, y un trapo en la cabeza para cubrirse el cabello (el trapo tiene otro nombre más exótico o elegante; estamos hablando de una cofradía que llama "princesas" a las mujeres). Nada tan grave como para producirme molestia alguna, realmente, pero de todas formas hubo choque cultural. Somos distintos y yo tuve que aceptar la distinción que ellos imponen, no al revés. Justo como cuando uno va a la casa de alguien y ese alguien tiene normas.

Una de ellas es perdonarle la ignorancia al visitante: cada pocos minutos uno hace algo que no debe hacerse, como meterse al río sin ver un cartón cuyo color indica si es el turno de los hombres o de las "princesas" para bañarse; tomarle una foto al chamán mientras éste medita o reza; estar por ahí descansando sin ayudar en algo; comer carne. Ellos detectan lo que hacemos mal y disfrutan horrores diciéndonoslo en nuestras narices. Pero eso sí: después de hacerte sentir un imbécil rematan con una frase comprensiva tipo: "Pero tranquilo rasta, vamos a corregirlo: el que no sabe es el que no ve". En la mañana me apliqué al ocio, a caminar para conocer el lugar, y una mujer me pidió que buscara agua en el río y regara las matas, qué carajo, nada me costaba. Lo de "no al alcohol-sí al monte" sonaba un poco raro también, pero también fue fácil de acatar.



Se hizo el reportaje o conjunto de microrreportajes y de repente salimos fuera de la comuna en busca de unas cascadas que Ana María nos recomendó visitar. Uno atraviesa el río y se tropieza con la primera: hermosa, como toda caída de agua. Te metes al río, bordeas esa cascada y te colocas encima de ella, y ahí está el espectáculo: otra cascada y encima de ésta otra más. Los chamos con los que andaba son muy jóvenes; en presencia de esa travesura de la naturaleza se convirtieron en niños; el poder del contacto con lo silvestre tiene propiedades enloquecedoras. Yo mismo rejuvenecí mi bojote de años; es imposible meterse debajo de un coñazo de agua que te deja sordo y no salir con la risa purificada. Y no hablemos de la inmensa belleza y la frescura de Any. Nos caímos a fotos y a videos, a burlarnos del trabajo de mierda, razón por la cual el trabajo salió mejor. Sólo mostraré unas pocas fotos de las que se hicieron ahí. Eso de regresar a la niñez produce cosas no aptas para adultos.









Nos tocó irnos de la comuna y de San Jorge y regresar a Caracas. Ana María no parió en nuestra presencia, ni en la forma en que lo había planeado. Parece que tuvo una peligrosa complicación y debió parir en La Guaira. Un triunfo parcial de la sociedad que queremos dejar atrás. Una derrota de los rastas y de la otra sociedad en construcción.