martes, 24 de marzo de 2009

Monte y culebra, o muerte

Valle de La Pascua, 7 de febrero de 2009.
Publicado en El Discurso del Oeste.


Cambia radicalmente la visión de eso que llamamos “panorama político” cuando salimos de Caracas, y en general de toda la Venezuela urbanizada y seudocosmopolita. Esta reflexión amerita pies de plomo y avisos de señalización en cantidad, porque sus líneas rectoras se emparentan peligrosamente con una vieja idea de la “clase pensante” (ustedes saben, esa parranda de universitarios y sus afines y derivaciones: sifrinos, sifrinoides, lechuguinos, protoaristócratas y demás güevones que se creen destinados por la providencia a dirigir al país y al mundo, porque dizque estudiaron y se quemaron las pestañas, como si los pobres no nos hubiéramos quemado todo el cuerpo, pestañas incluidas): la idea fatua, ridícula y vomitiva según la cual en Caracas, Carabobo y el Zulia el chavismo perdió porque la gente de las ciudades es más inteligente, estudiada y por lo tanto superior. Lo han dicho muchas veces; lo sugieren e insinúan a cada rato; de vez en cuanto se les expande el yoyo y lo dicen expresamente con un desparpajo y una sinvergüencería que te defecas, man.

Hace unos cinco años, al calor de la terrible derrota del antichavismo en el paro-sabotaje petrolero de 2002-2003, leí en El Nacional una columna de opinión, firmada por un pichón de tecnócrata de apellido Osío Cabrices, contentiva de la esencia (y buena parte de la sustancia) de esa increíble forma del pensamiento segregacionista, elitista y racista que gusta de llamar fascista al comunismo. No conservo la columna, pero a decir verdad no es necesario tenerla frente a los ojos, porque sus ideas son sencillamente inolvidables. Me atrevo a desglosar acá esas ideas:

*En las grandes ciudades, cosmopolitas y modernísimas o posmodernas ellas, vive la gente de avanzada, la gente que estudia, los profesionales, la gente culta, los seres humanos mejor informados porque manejan la tecnología y las herramientas que gobiernan al mundo en la era de la información: el siglo XXI.
*En los campos y pequeños pueblos de provincia viven los hombres y mujeres cuya actividad y pensamiento representan el atraso, la miseria, la insalubridad, la violencia, la ignorancia: el siglo XIX.
*La tragedia de este país consiste en que ha sido gobernado por sujetos de provincia o que representan la Venezuela provinciana y atrasada.
*Chávez es de provincia.

Y ya. Es fácil cerrar con una frase la conclusión de este increíble acto de purgación intelectual. Increíble, no por su contenido, sino porque quien lo expresa dice, piensa y cree que es demócrata. Que su lucha antichavista tiene fundamento en el hecho de que Chávez es un tirano y él, el simpático Osío, cree en la democracia.
Chávez nació en Sabaneta: ¡uy, fo, qué asco! Osío nació en Caracas: o sea, ¡guao! Más fiiino…


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Yo también creo que las grandes ciudades suelen acrisolar personalidades, actitudes y mentalidades distintas que en los pueblos, caseríos y campos del “otro” país, ese que llaman “de provincia”. La variante que quiero troquelar acá sugiere que en Caracas y otras ciudades vencidas por el falso cosmopolitismo la tendencia es a regresar al pasado precisamente porque “el caraqueño” es distinto a “el provinciano”. Se cae de obvio: mientras más mayamera es la ciudad y mientras más hondo ha penetrado en sus habitantes la anticultura capitalista del consumismo, la competencia y el aplastamiento del prójimo (para cumplir con la ley de supervivencia del más apto) más difícil es que prenda o tan siquiera caiga simpática una idea, noción o propuesta que sugiera socialismo.
Cierto que hay una Caracas definitivamente entregada a ese anhelo de imitar al norte a ver si en el fotocopiado se calca también la prosperidad, y otra donde el hombre expoliado se declaró en rebelión y anda en la búsqueda honesta de otra sociedad. Pero hay tendencias. Hay un espíritu que se impone en cada ciudad, y así tenemos que en una Caracas avasallada por la cruel y artificial necesidad de imponerse al vecino en todo y para todo (para que no se te coleen, para llegar más rápido, para vestirse mejor, para tener el mejor carro, para vivir en la mejor urbanización, para exhibir el mejor culo, para que el vendedor te baje el precio o para zampárselo más alto al que te compra, para atracar o para que no te atraquen) siempre sonará sospechosa en más gente una invitación a cambiar espuelas y agallas por solidaridad, competencia por ayuda mutua; siempre sonará a vainas de gochos y campesinos eso de entender la democracia como derechos plenos para todos, cuando el espíritu dominante te hace salivar de lujuria en busca de la victoria del que más acumula, del más vivo, del que jala más bolas, del que se encontró un celular y espera a que lo llames para cobrarte diez veces su precio.

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Conste que yo nací y crecí en un pueblo pequeño que por más que prolongue su esfuerzo por parecer gran ciudad no deja de ser la Carora pueblerina de siempre. Conste, por lo tanto, que no tengo que hacer recorridos a lo Valentina Quintero para entender lo que bulle en la mente de un provinciano cuando un caraqueño despunta en el horizonte. Pero me es inevitable admitir que hoy mismo ando metido en la maceración de un vistazo remozado a la Venezuela profunda. En el último mes llevo recorridos mis buenos 4 mil kilómetros de pueblos y carreteras a lo largo de 18 estados, y que este viaje loco y tormentoso me ha proporcionado nuevas visiones del asunto. Por ejemplo, uno que me indica que la Venezuela adentro está tocada de caraqueñidad.
He preguntado por las fiestas patronales y otras parrandas y me han advertido que para llegar a la cultura nuestra hay que abrirse paso por entre guerras de minitecas. He encontrado sus huellas en campos, casas de amigos y botiquines (vengo saliendo de uno en El Pilar, estado Sucre, y he asistido a un duelo formidable y rarísimo de versos improvisados entre un coplero del Guárico y un decimista oriental: Javier Echezuría versus el Finfín de La Pastora). Así que Doña Bárbara no está vencida, pero Santos Luzardo anda invadiendo a punta de reggetón y otras costumbres transplantadas.
La anécdota fundamental de la novelística venezolana sugiere que la civilización está destinada a barrer a la barbarie. Pero a los defensores de este atavismo se les olvida que la barbarie no está en los conucos sino en las balaceras de los cerros.
¿Qué busco tan lejos en esa carretera, además de sabrosura, buena vibra y gente bonita? Ando lo que se dice encampañao. Llevando un mensaje y recibiendo muchos otros a cambio. Recordándole a la gente que esto no es una guerra entre escuálidos y chavistas sino entre opresores y oprimidos. Que no porque alguien se calce una franela tan roja como la boina ya se convirtió en gente nuestra. Que sería bueno votar “Sí” para poder seguir ensayando formas de organización popular sin la sombra de la Disip rondándote la casa. A cambio he recibido muestras de un espíritu crítico formidable, la resurrección de aquella vieja consigna: “Con hambre y sin empleo con Chávez me resteo”. Y sobre todo la reafirmación de un amor a la tierra, al ser humano olvidado por el poder; he sido testigo de expresiones de amor a la sencillez, a la tierra y al trabajo entendido como esa mezcla de paz y vida.
En las ciudades pequeñas, todavía la naturaleza y la baja velocidad de las actividades humanas vitales le dejan a nuestra gente espacios para la ternura, el desapego; para derrotar a la viveza entendida como habilidad para joder al otro. Todavía hay pueblos donde se puede dejar las casas y los carros abiertos. En otros pueblos hay quienes viven de su conuco, su ovejo y sus gallinas y no necesitan ir al supermercado, porque los vecinos tienen verduras y otros agregados. En Mérida dejé mi chaqueta en un taxi y el taxista dio un vueltón de fábula para devolvérmela. El socialismo está aquí: en un puñado de viejos sabios, que viven el socialismo sin saberlo. En hombres y mujeres que a lo mejor hasta adecos son, pero son socialistas hasta la semilla. En una casita perdida en las montañas de Lara, en casa de un viejo muy pobre Ramón Mendoza se echaba los palos con unos panas. Éstos hablaban de lo inútil que era, en el fondo, tener mucho dinero. El viejo de la casita (el pobre en su choza) dijo de pronto: “No, yo sí quiero tener mucho rial”. Le preguntaron que como pa qué. La respuesta: “Para mandarme a echar una foto con ustedes, que son mis amigos, y colgarla aquí en la casa”.
Y uno de güevón y que buscando el socialismo en los libros, en el ejemplo fracasado de otros países, en el verbo de los internacionalistas, en el chavismo de oficina y franela roja.

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Paro un momento en Caracas y seguimos de gira, agitando por el Sí. En Guárico compartí tarima un rato con Vanessa Davies y con Ramón Mendoza, El Cayapo; luego, viaje a El Pilar (Sucre) para conversas varias. Ramón agitó en foro con el PSUV. De regreso, otra vez El Socorro con El Cayapo y la gente del Frente Campesino Ezequiel Zamora. Antes, recorrido monumental más o menos por esta ruta: Caracas-Valencia-Tinaquillo-Calabozo-El Tigre-Puerto Ordaz; regreso por La Pascua-San Carlos-Barinas-San Cristóbal-Mérida-Bobures-Carora-Caracas. Ya explicaré en qué onda, con qué fines, con qué resultados y expectativas.
La semana entrante, San Juan de Los Morros y Yaracuy, con el Frente Campesino Jirajara, si me confirman.
Me hacía falta ese soltar de músculo, emoción y verbo. Pilas cargadas, nervios en su sitio y otra vez la gran Caracas, heroica y poderosa (y en esta noche sin igual la luna se pone a coquetear).